La octava pataleta

Juan C. Restrepo.

Por JUAN C. RESTREPO

Gustavo Petro reacciona infantilmente cada vez que sus caprichos resultan contrariados. No es la manera de responder propia de un gobernante aplomado que, además, ocupa la primera magistratura del Estado y está obligado por tanto a respetar las reglas de juego de la democracia. Petro responde con pataletas como hacen los niños maleducados cuando alguien les niega la colombina.

A pesar de que nunca ha tenido -ni él ni su coalición mayorías en el Congreso- cree tener una especie de prerrogativa de derecho divino para que todas sus iniciativas deban ser aprobadas por el Parlamento sin cambiarles una coma.

El Congreso nunca ha “bloqueado” en estos tres años al gobierno de las pataletas. No creo equivocarme si afirmo que no menos del 80% de los proyectos de ley que ha sometido a consideración del congreso han sido aprobados.

Pero cuando alguna de estas iniciativas es negada por que las mayorías congresionales no coincide con las suyas, entonces se desata la usual pataleta de ira santa. Y llueven sobre los parlamentarios los epítetos mas soeces e infantiles: los trata de HP, de traidores, de enemigos del pueblo, les anticipa que no volverán a ser elegidos, y los señala con su dedo acusador de estar “bloqueando” sus designios progresistas.

Su irrespeto verbal con la oposición se ha vuelto proverbial. Sus destempladas catilinarias contra la oposición es un gesto antidemocrático que no debería aceptársele a ningún jefe de Estado. En el Reino Unido se habla del “gobierno de su majestad” y de la “oposición de su majestad”, significando con ello el respeto debido por el gobierno para con quienes no comulgan con sus ideas. Allá los tratan con respeto democrático, acá con insultantes pataletas.

El clima de pataleta infantil ha alcanzado su clímax con los disparates constitucionales que hemos presenciado últimamente. Mientras tanto, el ministro Montealegre dice con todas las letras y ligereza que quien no deja gobernar a Petro es la constitución del 91, y que por eso hay que cambiarla en una asamblea constituyente. ¡Vaya disparate!

El Senado de la República -no una sino dos veces- niega la convocatoria de la consulta popular. Y entonces viene la consabida pataleta con la tesis del ministro Montealegre que, aplicando la tesis de la excepción de inconstitucionalidad, pretendió desconocer la negativa del Senado. El “decretazo” fue una expresión delirante de pataleta, que afortunadamente recibió un pronto entierro de pobre por el Consejo de Estado.

Pero como todo niño adicto a las pataletas, el gobierno Petro respondió con el cuento de la octava papeleta. Según la cual en las próximas elecciones se introduciría un mandato por los electores para convocar una asamblea constitucional. Saltándose así el procedimiento previsto en el titulo XIII de la Constitución para reformar la carta política a través de lo que el constitucionalista Benedetti denominó la “octava papeleta”. Que más bien debió llamarse la “octava pataleta”.

Octava pataleta que por supuesto terminará mal. Como terminó mal el fallido intento de convocar una consulta popular por fuera de los marcos constitucionales.

Y cuando el Registrador del estado civil dijo lo que era obvio, a saber: que él no escrutaría la consulta hasta tanto se pronunciaran las altas cortes sobre su constitucionalidad, entones vinieron los insultos y una nueva pataleta del gobierno diciendo que la registraduría no era más que “un operador logístico de los procesos electorales”.

El ofuscado ocupante de la Casa de Nariño no dudó en calificar de sedicioso al registrador y ordenar a su ministro de justicia que le metiera una denuncia por prevaricato. Una nueva e infantil pataleta.

Estamos en el reino de las pataletas. Un presidente que ni tiene mayoría en las cámaras (no la ha tenido nunca), ni respeta los cauces constitucionales y más bien invita a desconocerlos es un peligro sonambulesco para la democracia.

Y un buen retrato de cómo no debe gobernarse un país a punta de destempladas pataletas.