Redacción:Geraldine de la Hoz
La noche ha caído sobre Villa Park, y con ella, un aura de expectación y melancolía que se cierne sobre decenas de miles de almas. No es solo un concierto; es un rito de paso, un adiós a una era. Hoy, Birmingham, la cuna del heavy metal, es testigo del último gran concierto de Ozzy Osbourne, el Príncipe de las Tinieblas, en un evento bautizado, con una emotividad premonitoria, como «Back to the Beginning». ¿Es este realmente el fin de la oscuridad que el «Padrino del Metal» encarnó y elevó a la categoría de arte?
Desde que la noticia de este magno evento, que reunió a la formación original de Black Sabbath por primera vez en dos décadas, fue anunciada, la comunidad del metal global ha estado en vilo. La figura de Ozzy, más allá de sus excesos y excentricidades, es sinónimo de rebelión, de un escape catártico a través de riffs pesados y letras que exploraban las profundidades de la psique humana. Hoy, mientras los acordes retumban por última vez bajo su batuta, es inevitable preguntarse qué representa este fin.
Ozzy Osbourne, quien a sus 76 años ha librado batallas personales con la salud incluyendo un diagnóstico de Parkinson y múltiples lesiones, se ha mantenido firme en su promesa de darlo todo. Su presencia en el escenario, quizás con el apoyo físico necesario, pero con la inquebrantable fuerza de su espíritu y su voz, es un testimonio de una voluntad férrea. Esa misma voluntad que lo impulsó desde los barrios obreros de Birmingham hasta los escenarios más grandes del mundo.
El ambiente en Villa Park es eléctrico, cargado de una energía que pocas veces se ve. No solo los fieles seguidores de Sabbath y Ozzy están aquí; las legiones de metalheads han viajado desde todos los rincones del planeta. La presencia de titanes como Metallica, Slayer y Pantera en el cartel de apoyo no es un mero adorno; es un reconocimiento reverencial a la banda que les abrió el camino, a la figura que definió gran parte del género.
Las luces del escenario, el humo denso, las pantallas gigantes que proyectan imágenes icónicas de la carrera de Ozzy y Sabbath, todo contribuye a una atmósfera casi litúrgica. Pero, ¿es el fin de la oscuridad una afirmación literal? La oscuridad de Ozzy no era maligna, sino un reflejo de los miedos, las frustraciones y las verdades incómodas que el rock ‘n’ roll siempre ha osado explorar. Era la oscuridad de la fuerza y la catarsis, de la liberación a través del ruido.
Con su retirada de los escenarios, ¿se apaga esa llama? Quizás no sea un final, sino una transformación. La música de Ozzy Osbourne y Black Sabbath ya está grabada en la piedra, inmortalizada en vinilos, cintas y archivos digitales. Las nuevas generaciones de bandas, muchas de las cuales crecieron escuchando los riffs de Iommi y la voz inconfundible de Ozzy, continuarán llevando esa «oscuridad» hacia nuevas formas y sonidos. El legado del Príncipe de las Tinieblas es demasiado vasto y profundo para simplemente desvanecerse.
Mientras Ozzy se despide, quizás la «oscuridad» de su presencia física en el escenario disminuya, pero su eco resonará por siempre. Este concierto, más allá del espectáculo musical, es un recordatorio de la resiliencia humana, del poder de la música para trascender el dolor y la enfermedad, y de la capacidad de una leyenda para inspirar hasta el último aliento. Los beneficios de esta noche, destinados a causas benéficas como Cure Parkinson’s y hospitales infantiles, son un último acto de generosidad que cierra el círculo de una vida dedicada al arte y la transgresión.
El fin de la oscuridad en el escenario de Ozzy no es un apagón, sino el paso de una antorcha que ha iluminado el camino para legiones, asegurando que la fuerza de su sonido y su espíritu perdure mucho más allá de esta histórica noche en Birmingham. La oscuridad, en el universo de Ozzy, nunca muere; solo evoluciona.