Santa Marta pierde a su juventud en la guerra narco: una ciudad que entierra a sus hijos antes de los 20

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Mientras el crimen organizado disputa el poder a sangre y fuego, adolescentes son reclutados como sicarios y ejecutores. La ciudad normaliza la tragedia y el Estado sigue ausente.

Santa Marta ya no es solo una postal caribeña. Es el rostro de una guerra silenciosa que se libra con víctimas adolescentes y verdugos imberbes. Es la ciudad donde los niños dejan el balón para empuñar un arma, donde las balaceras no interrumpen el día a día y donde cada semana se entierra a un joven más. Aquí la violencia ya no es una excepción: es rutina. Y lo más grave, es aceptada.

La guerra narco que enfrentan el Clan del Golfo y las Autodefensas Conquistadores de la Sierra ha bajado su perfil estratégico y subido su cuota de sangre joven. Ya no se enfrentan estructuras criminales consolidadas: ahora se mata por encargo a través de escuadrones juveniles de la muerte, muchos reclutados desde los 14 años, como si fueran piezas descartables de un ajedrez criminal que se juega en calles, barrios y trochas.

El caso más atroz y revelador fue el asesinato del turista italiano Alessandro Coatti, descuartizado por un grupo de jóvenes entre 19 y 25 años. Ellos no eran improvisados. Ejecutaron como expertos, planearon el crimen con lógica criminal y trataron de encubrirlo como un ajuste de cuentas narco. Lo perturbador: estuvieron a punto de salirse con la suya. No por astucia, sino porque en Santa Marta el crimen ya no escandaliza. Se espera.

Y cuando cae un joven más, cuando otro cuerpo aparece en una esquina o en la mitad de una calle, la reacción popular es tan brutal como la bala: “otro que debía algo”, “por algo sería”, “otro más que estaba metido”. Como si la muerte se justificara sola. Como si dejar la escuela y entrar al crimen fuera una decisión voluntaria, no una condena social.

Pero cada uno de esos jóvenes tuvo antes una vida, una familia, una posibilidad frustrada. El fracaso no es individual: es colectivo. Fallaron los hogares, sí, pero también los colegios, el sistema de salud, la seguridad, el Estado. No hubo educación, ni empleo, ni acompañamiento. Solo calle. Y en la calle manda quien tiene plata y armas.

Esta semana lo volvió a demostrar. Tres jóvenes más fueron asesinados: uno en Ciudad Equidad, otro en el barrio 20 de Julio, y un tercero, conocido como ‘Pipe’, en La Estrella. Ninguno llegaba a los 25. Algunos ni a los 18. Ninguno tenía una vida criminal registrada, pero todos murieron como si fueran parte de una lista negra.

La impunidad sigue siendo el mejor aliado del crimen. La mayoría de estos asesinatos no tiene responsables capturados, y las causas, aunque se especula con ajustes de cuentas y disputas por microtráfico, no son esclarecidas. El Estado responde tarde. Cuando lo hace.

Los expertos, como Norma Vera y Lerber Dimas, insisten en que esto no se resuelve solo con policías o cámaras. Se necesita un plan estructural que empiece por donde todo nace: los barrios más pobres. Educación de calidad, programas de prevención del reclutamiento, acompañamiento familiar, trabajo digno. No se trata solo de detener la guerra, sino de cortar el suministro de su materia prima: la juventud abandonada.

El alcalde Carlos Pinedo ha anunciado un plan enfocado en jóvenes bachilleres de Guachaca y otras zonas rurales, con universidad gratuita y programas laborales. Es un paso, pero tardío. Porque mientras se diseña el plan, los grupos armados siguen reclutando.

Santa Marta se está convirtiendo en un laboratorio de cómo una ciudad puede perder su futuro en medio del silencio, la apatía y el miedo. La guerra narco no solo disputa rutas y extorsiones: disputa el alma de una generación. Y la está ganando.

Porque los que hoy matan nacieron el mismo año que los que hoy mueren. Porque los que caen no tuvieron opción. Porque los que aún viven, no saben si mañana tendrán el mismo destino. Y porque la ciudad, resignada, ha dejado de hacer preguntas.

Si algo no cambia con urgencia, Santa Marta no solo será una ciudad marcada por la violencia. Será una ciudad que entregó a sus hijos sin pelear por ellos. Una ciudad que renunció a su futuro antes de que pudiera llegar.

Y.A.