Laura Sarabia renunció: la lealtad tiene límites

El despacho estaba en silencio. Sobre el escritorio, aún reposaban papeles de trabajo y una carpeta con el sello de la Cancillería. Pero el corazón de ese lugar ya no latía igual: Laura Sarabia, una de las figuras más cercanas al presidente Gustavo Petro, había decidido cerrar un capítulo.

Su renuncia, irrevocable y con tono reflexivo, llegó este miércoles como un sismo político. No fue una salida abrupta ni estridente. Fue una despedida cargada de coherencia, lealtad y ruptura, escrita con la serenidad que suele preceder a las decisiones más profundas.

“La parte más importante de mi vida pública ha transcurrido a su lado”, escribió Sarabia, en una carta dirigida al presidente. Una frase íntima, casi confesional, que dejó claro que esta renuncia no fue un portazo, sino el punto final de una relación política intensa, compleja y, finalmente, insostenible.

Un vínculo tejido en la confianza

Laura Sarabia no era una funcionaria más. Fue escudera, operadora de confianza, arquitecta de silencios y acuerdos, la mujer que ocupó cargos clave desde el arranque del gobierno Petro: jefa de gabinete, directora del DAPRE, del DPS y, más recientemente, ministra de Relaciones Exteriores.

Pero su permanencia en el gobierno no sobrevivió a una decisión presidencial: la negativa de Petro a prorrogar el contrato con Thomas Greg & Sons, empresa responsable de la expedición de pasaportes en el país. Un contrato que Sarabia buscaba extender, bajo la figura de urgencia manifiesta, para evitar un vacío operativo mientras la Imprenta Nacional se preparaba para asumir el reto.

El desencuentro que selló la renuncia

Todo cambió cuando el presidente Petro desautorizó públicamente esa posibilidad. “No va a seguir Thomas Greg porque la licitación era fraudulenta”, dijo sin rodeos. Con esas palabras, el plan de Sarabia quedó desmoronado y su margen de maniobra, anulado.

La Cancillería fue apartada del proceso y el control del tema pasó a manos del jefe de despacho presidencial, Alfredo Saade. Era un golpe político, pero también personal. Un límite que Sarabia ya no estaba dispuesta a cruzar.

“En los últimos días se han tomado decisiones que no comparto y que, por coherencia personal y respeto institucional, no puedo acompañar”, escribió con firmeza.

Una renuncia que habla de ética y poder

Más allá del escándalo de los pasaportes, lo que dejó entrever Sarabia en su carta fue un choque de principios, un desacuerdo sobre cómo se ejerce el poder y hacia dónde se dirige el gobierno que ayudó a construir.

“El poder no se mendiga ni se utiliza para beneficios propios”, sentenció. Y esa frase, aunque escrita con elegancia, resuena como una crítica directa a las prácticas que hoy erosionan la confianza interna en el Palacio de Nariño.

¿Qué deja Laura Sarabia?

Deja un vacío en la estructura del gobierno. Pero también deja una advertencia: la lealtad, cuando se convierte en obediencia ciega, pierde valor. Y Sarabia, con su renuncia, marcó un límite que muchos en el gabinete han preferido ignorar.

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En su despedida, no hubo rencor, pero sí claridad. Le deseó éxito al presidente. Le reafirmó su disposición al diálogo. Pero también le recordó que los sueños de país no se construyen solo con decisiones valientes, sino con unidad y humildad.

“Colombia sí puede ser una potencia de la vida”, cerró su carta. Una frase que parece mirar más allá del actual gobierno, hacia una nación que aún espera que la ética y el poder caminen del mismo lado.