TEMA EDUCATIVO PROCESOS CURRICULARES EMERGENTES

Por ÁLVARO ANDRÉS CORREA GÓMEZ

Participar en el curso de “Procesos curriculares emergentes”, (I-2025) en la Facultad de Ciencias de la Educación, Programa de Ciencias Sociales de la Universidad del Atlántico, orientado por el profesor Reynaldo Mora Mora, ha sido una de las experiencias más significativas en mi formación como futuro educador. Desde el inicio, esta asignatura desbordó lo esperado de un curso universitario convencional: no fue una simple transmisión de contenidos ni un listado de lecturas obligatorias, sino una provocación constante a pensar, a repensar y a desaprender. El aula se convirtió en un espacio donde el currículo no solo se estudió, sino que se vivió y se cuestionó críticamente, enmarcado en una pedagogía profundamente humana, ética y transformadora.
Uno de los primeros aprendizajes significativos fue comprender que el currículo no es un conjunto de contenidos fijos e inamovibles, ni mucho menos una receta que se sigue al pie de la letra. Por el contrario, el profesor Mora nos llevó a ver el currículo como una construcción social e histórica, cargada de sentidos, tensiones y decisiones políticas. Esta visión me permitió abandonar la idea del currículo como algo neutral, y comenzar a entenderlo como una herramienta de disputa simbólica y material sobre lo que vale la pena enseñar, aprender y vivir dentro de una sociedad. Esta comprensión fue decisiva para mi crecimiento profesional, porque me permitió pasar de un enfoque reproductor a una postura crítica y propositiva.
El concepto de “procesos curriculares emergentes” eje central de la electiva fue trabajado no como una teoría cerrada, sino como una práctica en construcción. En este sentido, el profesor Mora nos incentivaba a pensar el currículo desde una lógica de la emergencia, entendida no como urgencia o improvisación, sino como aquello que brota desde la experiencia, desde los territorios, desde las vivencias de los estudiantes, de los docentes y de las comunidades. El currículo emergente, así entendido, rompe con las lógicas homogeneizadoras del currículo prescrito, y apuesta por la diversidad, por la contextualización, por la inclusión de saberes otros ancestrales, populares, comunitarios, locales que tradicionalmente han sido excluidos del discurso pedagógico oficial. En clase, analizamos experiencias pedagógicas situadas, tanto en contextos urbanos como rurales, en las que se habían construido propuestas curriculares alternativas, nacidas de la escucha activa, de la participación comunitaria y del reconocimiento de la realidad como fuente legítima de saber.
Estos ejemplos me permitieron comprender que el currículo emergente es, ante todo, una pedagogía de la vida. Es un currículo que se nutre de lo cotidiano, de las problemáticas reales de los estudiantes, de sus historias personales, de sus contextos socioculturales. No se trata de enseñar lo que el Ministerio dicta sin más, sino de construir saberes desde abajo, desde el territorio, desde las resistencias y desde los sueños de quienes habitan la escuela. Uno de los planteamientos más poderosos de esta electiva fue la idea del docente, como alguien que no solo enseña contenidos, sino que también los selecciona, los reinterpreta, los resignifica, y, en muchas ocasiones, los transforma. Bajo esta perspectiva, el maestro deja de ser un simple ejecutor del currículo oficial y se convierte lo que se le puede nombrar un “intelectual reflexivo”, un agente ético y político que toma decisiones pedagógicas basadas en la comprensión profunda de su contexto y de sus estudiantes.
Gracias al enfoque puesto en escena, comprendí que la docencia no puede ser asumida de manera pasiva, como una repetición mecánica de planes, programas y guías. Ser docente implica un compromiso con la vida, con la realidad, con la justicia social. Implica leer el mundo críticamente y construir, a través de la enseñanza, posibilidades reales de emancipación. En este sentido, el currículo es también una herramienta de resistencia: resistencia a la desigualdad, a la exclusión, al colonialismo epistémico, a la imposición de modelos únicos y universales de conocimiento.
La metodología implementada en esta electiva fue coherente con los principios que enseñaba. Las clases eran escenarios de participación activa, de diálogo respetuoso, de construcción colectiva del conocimiento. Cada sesión podía compararse como un acto político, en el mejor sentido del término: una acción deliberada para pensar lo común, para deliberar sobre lo educativo y para imaginar una escuela distinta.
En conclusión, “Procesos curriculares emergentes”, fue mucho más que un curso universitario: fue una invitación a mirar la educación con otros ojos, a pensar el currículo como un campo de creación, de lucha y de posibilidad. Me ayudó a entender que la educación no cambia el mundo de forma automática, pero sí forma a los sujetos que lo pueden cambiar. En esta asignatura, se aprendió que detrás de cada decisión curricular debe haber una postura ética, una intención política y una apuesta por el tipo de sociedad que queremos construir. Se comprendió que el currículo no es una camisa de fuerza impuesta desde afuera, sino una herramienta viva que debe dialogar con el contexto, con las emociones, con las urgencias sociales y con los sueños de los estudiantes. Gracias a la guía crítica profesor Mora, se pudo obtener la convicción de que el ejercicio docente no puede limitarse a repetir lo establecido, sino que debe ser un acto constante de creación y resistencia.