LUCHO PATERNINA AMAYA
Hacia esta última palabra parece caminar la humanidad como la realidad que ya vive, según el análisis planteado por el filósofo alemán de origen coreano Byung-chul Han en su último libro «El Espíritu de la Esperanza». Entonces nos habla del «fantasma del miedo que merodea», donde todo asomo de optimismo parece sucumbir ante las guerras que no acaban, virus y bacterias que van mutando en un proceso de sofisticación hasta burlarse de los antibióticos, así como las sucesivas «catástrofes climáticas» producidas por huracanes, tornados, inundaciones, incendios, fríos implacables, aumento de temperaturas, subida del nivel del mar, respirándose con tanto diagnóstico apocalíptico «un ambiente de fin del mundo». Afirma, «pasamos de una crisis a la siguiente», que «sólo la esperanza nos permitiría recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir».
Expuesta la anterior reflexión, aquí me detengo para recordar a la gente de La Mojana que sí ha entendido el mensaje del pensador alemán que le da vida a toda razón de existir, lejos del apaga y vámonos, y de no cerrar los ojos ante lo que viene, vislumbrando con una contemplación optimista, la oportunidad de creer en un mejor futuro.
Como si el engaño y las promesas por cumplir fueran conductas que tuvieran en los mojaneros a sus únicos destinatarios, éstos no se entregan ante las ganas de vivir sin abandonar las posibilidades de que la esperanza les asegure el porvenir que merecen disfrutar, no obstante, las adversidades que no le faltan y que soportan con resistencia estoica. Nada los amilana. Ni las sequías, ni las inundaciones, ni el hambre, ni las enfermedades, ni la pérdida del cultivo, ni la merma del hato ganadero, ni las falaces propuestas de políticos y gobernantes, ninguna tragedia los acobarda porque siguen prendidos de la mágica palabra, que hasta optaron por denominar «El Canal de La Esperanza» a la correntía donde actualmente se realizan las últimas obras que controlarán el volumen de agua que entra por el chorro «Cara e’gato» para que las inundaciones sean menores sin las catastróficas consecuencias históricas que no se paran, pero que mientras conserven encendido «El Espíritu de La Esperanza» del cual nos habla el filósofo citado, que pareciera se hubiera inspirado en su capacidad de aguante , distantes están del abatimiento que hasta han derrotado el miedo frente a los desafíos, así como olvidarse del cansancio en que a veces se cae por tanto esperar, que bien podría llegar a sentirse el pesimismo de no creer en nadie.
Pero no, ahí están estos aguerridos luchadores «glorificados» con «los sufrimientos», expectantes, firmes para seguir resistiendo columpiando entre el dolor y el optimismo, con la capacidad intacta para mirar más lejos, de escudriñar en el horizonte las mejores expectativas que espanten la incertidumbre porque para ellos, parodiando al filósofo, su esperanza será más fuerte» cuanto más profunda sea la desesperación. Quien tiene esperanza obra con audacia y no se deja confundir por los rigores y las crudezas de la vida».