Palabras que matan

Por ERWIN LECHUGA

La gota de agua perfora la roca por su constancia, no por su consistencia, igual sucede con las palabras negativas que repetidas una y otra vez, producen consecuencias en el mundo que habitamos.
Cuando al verbo se le carga con la pólvora del rencor, se convierte en arma que lastima la dignidad humana, en dinamita que resquebraja el respeto por el otro y destruye los puentes que nos acercan a los demás.
No es posible recoger la leche derramada, y mucho menos devolver el verbo convertido en bala, por ello es que el lenguaje de un líder político al momento de comunicar, en la medida de lo posible, debe ser impecable, porque así como puede construir un imperio de la misma forma puede llevarlo a su ruina.
El grado de pugnacidad política en Colombia al que hemos llegado, no ha sido el producto de hechos espontáneos, han tenido el propósito de dividir la sociedad, de llevarnos a la confrontación, de imponernos una visión política y un relato que debilite la institucionalidad que soporta el Estado de derecho que nos rige.
Para desandar el camino que nos trajo a este lodazal de rabia y violencia, va a costarnos no solo un gran esfuerzo, sino mucho tiempo para poder recuperarnos, si en algún momento se pensó que el proceso de paz firmado con los terroristas de las Farc, sería un alivio para vivir en paz, el discurso pendenciero nos devolvió a épocas de cruda violencia.
Muchos no lo reconocen, y optan por encontrar razones donde no las hay con tal de no ofender la imagen de un ídolo de barro, que encuentra su fuerza en la destrucción del otro a través de su verborrea y resentimiento. Lo que nos sucede no es de gratis, somos los responsables de este bacanal de sangre, muerte y dolor gracias a la torpeza con la cual afrontamos nuestras responsabilidades políticas.
Hay que pensar en el futuro pero poniendo los pies en el presente, no hay mañana sin el hoy, por eso permanecer lejanos ante una situación tan exigente como la que atravesamos, no es solo una irresponsabilidad sino una actitud desleal con el país que dices amar.
En el Palacio de Nariño no hay un dirigente político, sino el jefe de una horda, que se le olvidó a pesar de sus años como congresista, que el pueblo somos todos, que existe una división de poderes, que el país tiene un ordenamiento jurídico que debe respetarse, y que la primera persona en llamada a hacerlo es él.
Para Colombia se requiere un líder que convoque al trabajo en equipo, que tenga el suficiente criterio para discernir entre lo que nos conviene como nación, que le devuelva el valor al esfuerzo del empresariado, la experiencia para hacerle frente a las dificultades, la sensibilidad para atender las necesidades de los sectores vulnerables de nuestra sociedad, la grandeza para construir a partir de las diferencias, la humildad para reconocer los errores, y sobre todo, que sepa que la ley y la justicia deben ser el soporte bajo las cuales descansan sus decisiones.

#Elpueblosomostodos