…»Es mocho, le falta un pie» 

Walter Pimienta.

Por: Walter Pimienta

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Tremendo lio gramatical en mi  pueblo: a los cojos, nadie les  llama cojos sino  mochos. Aunque en el  contexto de sus  diez  calles y nueve callejones; a estos  se les dice  mochos,  y con  acierto,  así a las personas  mutiladas de algún miembro corpóreo: una mano o  un dedo, pero…reafirmémoslo,  si lo es de un pie, por aquello de que  al  pobre cristiano le falta  uno, y por  esto camina renco, nadie  le dice cojo sino mocho…Vaya enredo con  esta  filología de  aldea en  la  que  hay  mochos de  los pies y  de  las  manos y no mancos de las manos ni cojos de  los pies…

…¿Y por qué  explicar  lo anterior? Porque  de un tal mocho a quien le dice: “Mocho”, siendo  cojo,   y de un señor de apellido Arzuza, va esta historia.

Aquella era una huella  hundida y redonda en la  arena  y que para nada tenía  la forma de un  pie; podría  decirse que la misma  parecía más bien  una pezuña.  La otra pisada,  al lado,  sin  calzado  alguno, se  pintaba completa.  Y,  ambas estaban acentuadas en  la mojada tierra, como si el  dueño  de las mismas,  en  aquel momento que  viviera,  llevara  un  peso encima,  tal vez  un  saco en sus  hombros.

El poseedor de las tales  pisadas, durante la  noche, se  había paseado de lo lindo por el fructífero  cultivo de arriba abajo y de  abajo a arriba, llevándose de allí su  buena  cantidad de maíz verde, melones y patillas  ajenas. Y como que había  dejado  su burro de andar afuera de la parcela, única en la que llovió ese año y   a donde llegaría  para cargar los costales   de  su ilícito pues hasta  allí llegaban sus lisiados pasos y, ya  montado en su asno, antes de  que amaneciera el  día, buscaría su  horizonte.

Al  día siguiente, como  acostumbraba, a pie, porque le  quedaba bastante  cerca, “el  Negro Arzuza”,  dado que  nunca  faltan ladrones en  cualquier parte, fue a darle una vuelta a su  roza. Él no había recogido hasta entonces  el  maíz  cosechdo porque aún no  tenía comprador. Y,  ya  dentro  del  cultivo,  abriéndose paso entre el maizal,  cae en  la cuenta del  callado  robo y,  atemorizado y acobardado por lo que con susto ve,  con  el  corazón  saltándole dentro del  pecho, se dice:

-Eche…Un  pie acá y  el  otro  no… sino un hueco marcado  y vacío al lado. El  ladrón es  mocho,  le  falta  un  pie.

Siguió nervioso  la marca en  la tierra,  era la misma,  no  variaba…De pronto,  esta se le  perdía y luego volvía a aparecer más lejos…

-Eche, qué vaina rara…otra vez un pie completo  acá y  el  otro  no…sino un hueco marcado  y vacío al lado. Al ladrón es mocho,  le  falta  un  pie. Esta  vaina  es  el  diablo- se dijo convencido de aquella mala hora en  el  instante  mismo  en  que el maizal,   por un  fuerte  viento  extraño,  se movía y a él   el pellejo se le erizaba,  las espaldas se le abrían y sentía caliente el  rubor de sus orejas.

-Es el diablo- dijo-imprimiéndole a su voz el preocupante dejo del miedo y  del  abandono.

Arzuza era supersticioso,  de los que,  al  bañarse echándose la primera totumada no  en  la cabeza sino  en  la  espalda y  con  la  mano izquierda; creyente convencido  de las cosas del inframundo gobernado sin ninguna duda  por el maligo y, consternado,  en el acierto de sus conjeturas, aterrado, miraba las dos huellas diciéndose:  “Ave María Purísima,  Jesús, María y  José”,  y  así  alejar el mal momento con el conjuro de persignarse  con  la siniestra.  Y extraviada la razón,  ninguna convicción sesenta lo sacaba de su miedo extraviado en el incognito de lo que veía: un pie completo  acá y  el otro  no…sino un hueco marcado  y vacío al lado.

Quedaba aún  en  la roza de Arzuza buen  maíz de cosecha, salvable  a pesar  del  robo. Y  este, experimentando la necesidad de abandonarlo  todo,  porque contra el  maligno nada  se puede, apoyándose en  los callos de sus agrietados talones, tropezando con  piedras y  espinas,  reventándosele una abarca, sin  volver  la vista atrás, robándole  al  aire todo el  aire que cabía en  sus pulmones, en medio  de un  ruido  de ramas y  plantas rotas, creyendo  haber  oído una  voz tenebroso que le  dijo: “Aquí no  te  aparezcas más o  te vas conmigo  al  infierno”, Arzuza  salió  en veloz  carrera rastrillando  monte.

Y llegado  que hubo a su  casa, luego de media hora que durara para recuperar el  habla,  temblando y devastado por  la carga de un tormento satánico,  con  voz atropellada,  navegando en  la demoniaca visión de un pie completo  acá y  el otro  no…sino un hueco marcado  y vacío al lado. contó a los suyos lo ocurrido  con un: “perdí la roza y  la cosecha; se la  cogió  el  maligno,  por  ahí  no  voy  más”,   reconstruyendo a medias su tragedia en la desesperación  de su mujer dándole un  vaso  de agua de azúcar para que se le pasara el  susto en  medio  del  asombro  de sus hijos; sucediendo que cuando Arzuza se empinó el  vaso, este se le  cayó  de las manos rompiéndose en la conmoción de todos.

-Te sigue  la mala hora-  le  dijo  la mujer- vincúlate al Señor  de los Milagros y  has  cada viernes  una obra de  caridad,  para  que el perverso te  deje tranquilo.

Y Arzuza,  imagen  y  semejanza de un  santo de brea asustado, después de decir: “le falta  un  pie”,  a su  modo rezó un  Padre Nuestro que su  abuela  le enseñara  en  la crianza de las  contras benditas y  así  quitarle la mala costumbre de matar  pájaros.

Arzuza perdió el  coraje; en  su  huida, trajo  la ropa llena de  yerbajos pegados;  los pies,  ante  la  rotura  de las abarcas,  llenos de espinas. Y se perdía  en  la conversa y volvía a  parecer  en  ella diciendo: “le  falta  un  pie”… y luego lo mismo: “…se apoyaba en  los callos de su  solo  talón…y  raspó  las piedras con las uñas del  que tenía…No  es de este  mundo”.

…Y  Arzuza tomaba  aire arrastrando  consigo  las ganas  de  decirlo  todo.

Arzuza  se  arrodillo  ante  los  suyos,  miró compungido  al cielo y  dijo:

-Señor,  si  en  algo  te he  fallado, perdóname y  aléjame  el  maligno.

-Este no es el lugar de pedir  perdón-  le  dijo  su  mujer-  debes ir  a  la iglesia  el  domingo.

-Iré- le  contestó Arzuza,  resollando  del  pánico.

Y ocurrió que,  en  efecto, sin  saber qué mas decir revelando  su  pesadilla de horror, Arzuza no prestó más  atención a su  cultivo dejándolo  en  el  olvido y  en  el  abandono  para  el  apetito de cotorras y  de  loros.

Y  cuenta la  historia  que fue “el  Mocho de Juana”,  el  único  que ese año, gracias a Arzuza, dada la escasez de lluvia en el pueblo, junto  con  su  mujer y sus  hijos, comió bollos de maíz verde.