El último bar de Ismenio

Walter Pimienta.

Por: Walter Pimienta 

*No juzgues a nadie solo porque peca de forma diferente que tú, recuerda que hasta el diablo es hijo de Dios.

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Los años son malos, perversos,  infames, malvados, pérfidos,  canallas, infames, y lo ponen a uno viejo y oliendo a viejo…son crueles y no nos dejan esperanzas, no nos dejan llegar sino irnos…y hoy, hoy recuerdo mi último bar y, allí, el último beso travieso que   me diera  “una mujer de la vida” más decente que una dama casquivana, señora de su señor…Dama, dama, de alta cuna, de baja cama, señora de su señor, amante de un vividor…como dijera la fallecida cantante española Cecilia.

En el  último  bar  en que estuve, vivía  Carlos Gardel. Lo  tenían colgado en una foto, dueño  de  unos  ojos  expresivos, de una sonrisa plácida y aplacible, de dientes  blancos perfectamente  parejos, sombrero  negro, de esmoquin presidencial y  haciéndole  mamola a la muerte que lo  mató en Medellín…¡Ah!… y  cantándonos “volver” en tono  de despedida, fatigada  la  guitarra en el  disco del  traga níquel… Era  inmortal en el wurlitzer atascado de monedas que lo  hacía  vivir, vivir y “volver  con la  frente  marchita”…

Yo creo que cuando cerraban el bar, Gardel se bajaba del clavo,  se  salía del cuadro donde lo tenían colgado y se iba a la cama a multiplicar gardelitos con todas “las mujeres de la vida” de mi último bar…

Las mujeres de mi último bar, eran el centro de todo. Albergaban unos amores de necesidad y de apremios domésticos que sólo Dios sabía; y eran los malandrines,  a lo Pedro Navaja, sus ángeles custodios, quienes peleaban por ellas en el rebusque compartido de la misma dura vida…y yo, proyecto de intelectual entonces, amigo de sus caderas, esperando que Gardel se cansara en sus discos y Roberto Carlos cantara “un gato en la oscuridad”, cuando afuera la Luna era llena…

Mi último bar olía a María Farina de Roger Gallet (la fragancia masculina de la época de aroma perdurable), y sus luces de neón daban a ellas, a las practicantes del oficio más antiguo del mundo, caras con toques de reinas irreales de desconocida belleza y de desconocida historia aguardando en las mismas mesas y hasta la vejez de la vejez,  al hombre que no llegó jamás…

Mi último  bar fue recinto de mil  voces; voces del piano, del tintineo de copas, del corcho ruidoso del espumoso  champan; del  barman  capaz de contar billetes  como  contaba en voz alta y  con los  ojos cerrado las botellas de la cuenta; voces echas risas…voces, voces al aire dirigidas a ningún oído.

Mi último bar encerraba miradas alentado a los cristianos con un amoroso guiño de ojos, así como en la oficina el jefe se los guiña a su secretaria que, de minifalda,  mostrándole muchas cosas le concedía muchas otras con agrado de paga… negocio lo uno y negocio lo otro; pecado lo uno, pero virtud lo otro…

Mi último bar fue sitio de soledades, de soledades entre muchos que allí apagaron una pena, un pensamiento y una lágrima entre las palabras dolorosas de Sandro cantando “El Maniquí”…

 “Tan solo quedó al fin, el viejo maniquí/
donde probabas tú la seda y el chifón/
que llamo la atención de todo aquel que vio/
tu cuerpo de princesa, y ahora velo ahí, /
tirado en un rincón de aquel viejo desván, /
guardando la emoción de cosas que no están/
y vuelvo a recordar las horas de tibieza 
/”…

¡Cómo se envejece!!Carajo! ¡Cómo! Y ninguna embriaguez tuvo final en él, en mi último bar…bajando por el reseco gaznate la cerveza que un águila vieja vendía habiendo olvidado la carne y la carroña y que,  a pesar de lo vieja, como las mujeres de mi último bar, continuaba siendo sinigual y siempre igual…

…Mi último bar, sí, sitio en el que canté en coro con Leonardo…

“Ella, ella ya me olvidó/
yo, yo la recuerdo ahora/
era como la primavera/
su anochecido pelo/
su voz dormida al beso/”…

Bar donde Alci Acosta, mordiendo la copa rota, dejó escapar de su boca y de su alma sangre maleva en el instante en que Gardel, por un instante, dejó de tanguear diciendo: “Tomo y obligo, mándese un trago, que hoy necesito el recuerdo matar”…

Mi último bar no fue sitio de abolengos sino un mismo corazón sin estrato, enamorado o traicionado,  y que nos llevara a él en el secreto del aguardiente y del vino, puente entre el dolor y la tristeza…Y todos los allí presentes, éramos caballeros de fina estampa sin caretas puestas, pecando en la bohemia pura de los poemas de Neruda y aprendiendo para chulos en el desamor de una ciudad que, de noche, quería ser París…

Ayer pasé por el sitio donde estuviera mi último bar…ya este no existe; un almacén de ropa queda ahora allí y,  Gardel, Gardel,  de allí con su sonrisa blanca igual que yo también se fue porque… “…es un soplo la vida/ Que febril la mirada, errante en las sombras/ Te busca y te nombra/”…

Ya no hay brindis ni tintineo de copas ni voces ni luces de neón en mi último bar…Un recuerdo brumoso de la barra en que me sentara como tribuna, viene a mí en la rencarnación de la misma tristeza, tristeza de Leonardo Fabio y mía cantando… “Ella, ella ya me olvidó”… Y entonces giro la mirada y me doy con el embrujo de unos labios rojos que me amaban por paga y “me mataban” cuando Sandro así cataba:

…“Tus labios de rubí /
de rojo carmesí/
presen murmurar/
mil cosas sin hablar/
y yo que estoy aquí /
sentado frente a ti/
me siento desangrar/
sin poder conversar/”… 

Mi último bar con mujeres de minifalda a las que se les veía el alma, ya no existe…, de él se fueron “las mujeres de la vida” que santas ahora,  hacen novenarios a María Magdalena y le rezan en latín…

Desando uno a uno mis pasos por la misma calle buscando mi último bar y ya este no está y enmudezco en las señales de otro tiempo sin música de bandoneón que se llevó a Gardel prometiéndonos “volver”…

Mi último bar, refugio fue  de decorosas mujeres de tacón vendedoras de placer, Magdalenas sin compañeros que hablaban por igual del costo de un polvo como del costo de la vida musitando canciones de Piero…

…“Y todos los días, y todos los días/
la gente laboraba, noche y día, /
todos los días, todos los días. /
Y todos los días, y todos los días/
los diarios publicaban porquerías, /
todos los días, todos los días…/” 

Mi último bar murió, murió un lluvioso  amanecer con apariencia de plegaria en el silencio largo del último borracho que de allí saliera llorando y cantando  por dentro…

“Ella, ella ya me olvidó/
yo, yo la recuerdo ahora/
era como la primavera/
su anochecido pelo/
su voz dormida al beso/”…

Mi último bar murió, murió como mueren siempre los amores: de soledad y olvido…

Canción referente