Miguel Uribe: La política como herencia y cicatriz

A Miguel Uribe Turbay lo marcó la violencia desde niño.

Tenía solo seis años cuando su madre, la reconocida periodista Diana Turbay, fue asesinada en medio de un fallido operativo de rescate ordenado por el entonces presidente César Gaviria.

Fue una de las tantas víctimas del narcoterrorismo de Pablo Escobar. Hoy, más de tres décadas después, Miguel Uribe lucha por su vida tras ser víctima de un atentado mientras encabezaba un acto político en Bogotá.

Su historia personal está tejida con las hebras del dolor, la pérdida y la resistencia. Diana Turbay, directora del Noticiero TV Hoy, cayó en la trampa de una falsa cita para entrevistar a un jefe guerrillero. Era agosto de 1990. Terminó secuestrada por el cartel de Medellín junto a varios miembros de su equipo. Lo que siguió fueron seis meses de angustia, oraciones y súplicas de una familia que pedía una solución distinta a las armas. Pero el gobierno optó por un operativo. Diana fue herida en el cruce de fuego y murió sin volver a abrazar a sus hijos.

Miguel Uribe creció con esa ausencia. La figura de su madre —construida por recuerdos ajenos, relatos familiares, fotografías— fue también una sombra que lo acompañó en su camino. Poco habla de ella. Tampoco de su abuelo, el expresidente Julio César Turbay. Pero la política le llegó como legado inevitable. La asumió con convicción, desde otro lugar: como senador de oposición, como voz firme frente al gobierno de Gustavo Petro, y como uno de los rostros más visibles del Centro Democrático.

Ahora, cuando Colombia se prepara para una nueva jornada de movilización convocada por la oposición, el país observa con estupor cómo se repite un capítulo doloroso de su historia: un candidato atacado en plena calle, con su vida pendiendo de un hilo. Y esa figura que conocimos siendo apenas un niño huérfano de una víctima del narcotráfico, es hoy protagonista de una historia que parece escrita con la misma tinta de la tragedia.

Miguel Uribe Turbay no solo carga el apellido de una de las familias políticas más tradicionales del país. Carga también una historia de violencia que se niega a quedar atrás. Y mientras se recupera del atentado, Colombia se pregunta cuántas veces más tendrá que ver cómo la política y la sangre se cruzan en sus calles.