POR: Sharith Barraza Gámez
El desarrollo del curso a lo largo de este semestre (I-2025) representó una experiencia académica y pedagógica profundamente transformadora, no solo por la riqueza de los contenidos abordados, sino también —y especialmente— por la calidad humana y la solidez intelectual del profesor Reynaldo Mora Mora, quien acompañó el proceso formativo con una pedagogía crítica, dialógica y situada en los contextos reales de nuestra práctica docente.
Desde la primera sesión, el curso se caracterizó por una planificación rigurosa, con una estructura temática coherente, metodológicamente sólida y conceptualmente densa, que favoreció la comprensión progresiva y articulada de los núcleos problemáticos propuestos.
No se trató de una enseñanza lineal ni acumulativa, sino de un proceso espiralado, donde los temas se interrelacionaron orgánicamente, posibilitando múltiples entradas y salidas para el análisis, el debate y la producción de pensamiento propio.
Uno de los pilares fundamentales del curso fue la construcción colectiva del conocimiento. El aula se configuró como un espacio de diálogo genuino, donde el pensamiento crítico emergió como resultado del intercambio respetuoso entre diversas perspectivas, trayectorias y experiencias. En lugar de priorizar una relación vertical entre docente y estudiantes, se promovió una dinámica horizontal, inclusiva y participativa, en la que cada intervención fue valorada como aporte significativo al proceso formativo.
Particularmente enriquecedor fue el enfoque dado al currículo, no como un simple instrumento técnico o un conjunto de contenidos a ser transmitidos, sino como un campo de disputa simbólica y política, atravesado por tensiones ideológicas, históricas y culturales.
Bajo esta mirada, el currículo fue comprendido como una práctica social situada, cargada de sentidos, intereses y contradicciones, lo cual nos permitió problematizar nuestras propias prácticas pedagógicas y resignificarlas desde una perspectiva crítica.
El análisis de las políticas educativas en Colombia, en diálogo con los estándares internacionales, permitió visibilizar las tensiones entre el discurso de la calidad educativa y las realidades materiales de la escuela pública, así como los desafíos que implica construir una educación verdaderamente democrática, inclusiva y pertinente. Las clases ofrecieron herramientas analíticas para leer críticamente la legislación vigente, los documentos normativos y los discursos oficiales, pero también para pensar alternativas desde una lógica transformadora, más allá de la reproducción de esquemas establecidos.
El curso se nutrió de una diversidad de enfoques teóricos, entre los que se destacaron el pensamiento pedagógico latinoamericano (Paulo Freire, Simón Rodríguez, Gloria Ladson-Billings, Catherine Walsh), la teoría crítica, las pedagogías decoloniales y las propuestas interculturales. Cada uno de estos marcos teóricos fue presentado con profundidad y rigurosidad, pero también con una clara preocupación por su aplicabilidad en el contexto colombiano.
Esta articulación entre teoría y práctica fue uno de los ejes vertebradores del curso, lo que permitió que los contenidos no quedaran en un plano abstracto, sino que dialogaran con nuestras experiencias concretas como estudiantes, docentes y ciudadanos.
Otro aspecto destacado fue la ética que atravesó todo el proceso pedagógico. Se promovió una visión del quehacer docente como práctica ética, relacional y transformadora, en la que el respeto por la dignidad humana, la justicia social, el reconocimiento de la diversidad y el compromiso con el bien común son principios innegociables. En un contexto de crisis de sentido, de precarización del trabajo docente y de mercantilización del conocimiento, esta postura resulta profundamente esperanzadora y necesaria.
El ambiente en el aula fue uno de respeto, inclusión y apertura. El profesor Mora Mora logró generar un clima de confianza y horizontalidad, que favoreció la participación libre y comprometida. Su disposición para escuchar, para dialogar sin imponer, para cuestionar desde la argumentación y para acompañar los procesos de aprendizaje sin autoritarismos, fue fundamental para que cada uno de nosotros pudiera asumir un papel activo en la construcción del saber.
El uso de preguntas problematizadoras, el análisis de casos, la discusión de textos clave, los debates entre pares y las exposiciones orales, fueron algunas de las estrategias metodológicas que permitieron activar un pensamiento crítico, ético y reflexivo. Estas metodologías no solo facilitaron la comprensión conceptual, sino que también incentivaron la creatividad, la argumentación y la capacidad de cuestionar los supuestos naturalizados en la práctica educativa.
A diferencia de cursos tradicionales basados en la memorización de contenidos, este curso propuso un modelo de evaluación formativa, centrado en la elaboración de ensayos críticos, análisis de experiencias pedagógicas, participación activa en clase y producción de conocimiento colectivo. Esta forma de evaluar permitió valorar los procesos por encima de los resultados, y reconocer el aprendizaje como una construcción dinámica y situada, no como una medición estática y punitiva.
La estructura temática del curso respondió a una lógica profundamente articulada. Se inició con una revisión crítica de los conceptos de currículo y cultura, abordando sus implicaciones en la formación docente y en la estructuración de la experiencia escolar. Posteriormente, se analizaron los fundamentos filosóficos y políticos de la educación, para luego adentrarnos en el análisis normativo del sistema educativo colombiano, especialmente en lo relativo al orden jurídico que regula el campo educativo. Finalmente, se propició una mirada prospectiva sobre los desafíos contemporáneos de la educación, como la inteligencia artificial, el cambio climático y la transformación curricular, todo ello desde una perspectiva crítica y situada.
Cabe destacar que, más allá de los aprendizajes disciplinares, este curso propició un proceso de transformación personal y colectiva. No solo fortalecimos nuestras capacidades analíticas, argumentativas y teóricas, sino que también ampliamos nuestra sensibilidad social, nuestro compromiso ético y nuestra capacidad para imaginar y construir otras formas posibles de educar.
Este curso fue mucho más que una asignatura universitaria: fue un espacio de formación integral, donde se cultivó el pensamiento crítico, se fortalecieron los vínculos comunitarios y se sembró una profunda convicción en el poder emancipador de la educación. Bajo la orientación del profesor Reynaldo Mora Mora, tuvimos la oportunidad de vivir una experiencia educativa coherente, humanizante y transformadora, que sin duda deja huella en nuestra formación como educadores y en nuestra manera de estar en el mundo.