Por Carmelo Bolaño
Este domingo, como ya es costumbre, el amanecer fue interrumpido por un nuevo apagón religioso, iniciado a las 5 a.m., cortesía de la empresa Aires. Este corte es apenas uno de los cinco que suelen azotar nuestro día de descanso. Este escenario indignante pone de relieve una crisis energética profunda, mal disfrazada de solución por parte de Aires y Afinia, empresas que, como dice el dicho, «le deben una vela a cada santo».
Después del tormentoso paso de Electricaribe, llegó Aires, propiedad de Alberto Ríos Velilla, empresario sin el músculo financiero, necesario para sostener una operación de tal magnitud. Al ver que el negocio de la energía en la región Caribe dejaba de ser rentable, decidió marcharse, cumpliendo el refrán costeño: “hizo como el poste que se fue, dejó la luz colgando”. Su retirada dejó una deuda que ronda el billón y medio de pesos.
Aunque se dice que Ríos no tiene musculo financiero pero se asegura que en realidad está acompañado de socios muy poderosos, es más, cobraron anticipadamente en 11 meses los costos de la opción tarifaria, mientras que el resto del país lo difirió en 48-60 meses. Esa plata aparentemente se fue para algunas cuentas ocultas. Muchos aseguran que este gobierno se presume más corrupto que todos los anteriores, los funcionarios del ministerio y de la SSPD se hicieron los locos y ahora que Alberto Ríos Velilla, los dejó tirados, no saben qué hacer, aseguró una fuente confiable que solicitó no ser identificada.
Ante este panorama, no podemos seguir dependiendo de soluciones débiles y privatizaciones fallidas. Es hora de rescatar modelos como Transelca y Corelca, pero desde una visión moderna y sostenible, apostando por energías limpias como la solar y la eólica. Es crucial aprender de errores del pasado, como el fallido experimento de las barcazas, que solo añadieron más sombras que luces.
La electricidad es el combustible vital del motor económico regional. Su inestabilidad ha generado un estancamiento productivo alarmante, que a su vez provoca una crisis laboral que crece como bola de nieve. Empresas paralizadas, desempleo en aumento y una ciudadanía harta de vivir en la incertidumbre.
Por ello, es urgente que el Estado intervenga con soluciones estructurales y no con paños de agua tibia. Se debe garantizar una transición energética justa, fortalecer la infraestructura, exigir cuentas a los operadores privados y fomentar la participación comunitaria en proyectos energéticos. La región Caribe merece luz estable, limpia y digna. Es hora de encender una nueva esperanza, no con velas por cortes, sino con energía para el desarrollo.