La noche del miércoles 28 de mayo se tiñó nuevamente de sangre en el suroriente de Barranquilla.
A las 10:30 p. m., Germán De la Rosa Zúñiga fue asesinado frente a la casa donde vivió toda su vida, en la carrera 31 con calle 52, barrio Lucero, a escasos metros del cementerio Calancala, símbolo silente de las muchas historias que han terminado con violencia en ese territorio.
Germán tenía 57 años, pero quienes lo conocieron lo describen como un “niño grande”: alegre, espontáneo, inocente, víctima de una discapacidad cognitiva marcada por años de pobreza, desnutrición y falta de acceso a salud o educación. Era un hombre especial, que encontraba felicidad en cosas sencillas, como barrer su puerta o celebrar cada gol del Junior. Así lo recordaba una vecina, mientras observaba su cuerpo tendido y ensangrentado, víctima de un ataque cobarde.
Según información recopilada por el cuadrante, la víctima se encontraba en las afueras de un presunto punto de expendio de estupefacientes cuando fue abordada por varios sujetos que se movilizaban en un vehículo tipo Aveo de color gris y una motocicleta roja.
Uno de los agresores desenfundó un arma de fuego y le propinó varias heridas. La víctima fue trasladada de inmediato a la Clínica Adelita de Char, donde recibió atención médica y fallece en el lugar.
Una víctima del conflicto que no entendía
De acuerdo con versiones recogidas en el lugar, momentos antes del crimen cobradiarios habían llegado a un conjunto de apartamentos cercanos exigiendo pagos atrasados. Se tornaron agresivos, intentaron forzar una puerta y fueron confrontados por algunos vecinos. Se marcharon lanzando amenazas. Minutos después, regresaron y dispararon indiscriminadamente.
Germán no tenía nada que ver con deudas, ni con bandas, ni con enfrentamientos. Pero las balas no preguntan. Dos impactos en la cabeza terminaron con su vida.
El saldo rojo que no se detiene
Este homicidio eleva a 29 las muertes violentas en Barranquilla durante el mes de mayo y a 67 en el departamento del Atlántico. En lo que va del año, la cifra crece como una sombra que se extiende por barrios olvidados, donde la violencia se ha vuelto parte de la rutina.
¿Fueron los cobradiarios? ¿Grupos criminales en disputa? Las autoridades aún no lo confirman, aunque aseguran tener identificados a los presuntos responsables y avanzan en su ubicación.
¿Cuántos más?
La muerte de Germán no solo duele: indigna. Porque representa el abandono histórico, la exclusión, y la impunidad. Porque, como él, hay muchos otros que nunca tuvieron una oportunidad real de vivir dignamente. Y porque en su historia, marcada por la inocencia, se resume la tragedia de una ciudad que aún no logra proteger a sus más vulnerables.