Epígrafe: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.» – Mateo 5:9

Por: Emilio Gutiérrez Yance

En Cartagena, el Jaime Morón se transformó en un espacio de homenaje cuando el público rompió el silencio con un aplauso lleno de emoción, lejos del bullicio típico del fútbol y más cerca del corazón del país que agradece a sus defensores. Ese aplauso no celebraba un gol ni una jugada; era para ellos, los que ya no están. Los que un día salieron con el uniforme planchado, la mirada firme y el deber abrazado al pecho… y no regresaron.

Hubo lágrimas contenidas, miradas tristes, un silencio elocuente… y una ciudad que se sentía envuelta por el luto y un ambiente lúgubre que invadía cada rincón. El homenaje fue breve, pero cargado de esa dignidad silenciosa que caracteriza a la Policía Nacional de Colombia.

Antes de que Real Cartagena y Deportivo Barranquilla pisaran el césped, los hinchas, los jugadores, los policías presentes y hasta los vendedores ambulantes participaron de una ceremonia llamada celatón. En ese instante, el estadio entero se iluminó con las linternas de los celulares. No hubo bombos ni tambores, solo luces blancas como plegarias anónimas. Cada lámpara encendida fue un acto de memoria.

Luego vinieron las velas. Algunas tímidas, otras firmes, todas sostenidas con manos que sabían lo que significa perder a un compañero. El estadio, por unos minutos, dejó de ser un lugar de competencia para convertirse en un templo al aire libre.

“El escenario deportivo fue el espacio donde expresamos nuestro respeto y admiración”, había dicho antes un vocero de la Policía. Pero lo que se vivió ahí fue algo más profundo: un acto íntimo, colectivo y sin revancha. Un ejercicio de país. Una pausa para honrar a los que se fueron cumpliendo su deber. A los que murieron defendiendo a otros.

“No hay victoria más grande que la de quienes lucharon con honor”, se escuchó por los altavoces. Y aunque el partido debía comenzar, nadie se movió hasta que el último aplauso se desvaneció en el aire.

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En ocasiones, la patria también se defiende desde la tribuna. Con un silencio que pesa más que cualquier consigna. Con una luz encendida. Con una palma que golpea otra en nombre de los que dieron todo. Y con el corazón agradecido de un pueblo que, al menos por esa noche, recordó a sus héroes como merecen ser recordados: con respeto, con orgullo… y con amor.