En el vasto y brutal escenario de la Segunda Guerra Mundial, donde millones de hombres se enfrentaron en los campos de batalla, una mujer destacó entre el rugido de los motores y el estruendo de los cañones: Alexandra Samusenko. Fue la única mujer que comandó un tanque en combate durante el conflicto, un logro sin precedentes que la convirtió en un ícono de valentía y determinación.
Nacida en Bielorrusia, Samusenko quedó huérfana a los 12 años y fue acogida por una unidad del Ejército Rojo, donde pronto se ganó el apodo de «la niña del regimiento». Su vida estuvo marcada desde temprano por el conflicto. Participó en su primer combate durante la guerra soviético-finlandesa, y cuando comenzó la Gran Guerra Patria contra la Alemania nazi, se enlistó como soldado raso.
Su ambición la llevó a escribir al Presídium del Sóviet Supremo solicitando ingresar en una escuela de tanques. Lo logró, y poco tiempo después, ya era una tanquista al mando de una de las máquinas de guerra más temidas del frente: el T-34 soviético, considerado por los propios alemanes como un “Wunderwaffe” (arma milagrosa).
En solo dos años fue ascendida al grado de teniente, ganándose el respeto de sus compañeros por su carácter firme, honestidad y valentía. En marzo de 1943, recibió la Orden de la Guerra Patriótica de Primera Clase por liderar exitosamente un asalto tras la muerte de su comandante. Meses después, tras la Batalla de Kursk, se le otorgó la Orden de la Estrella Roja por liberar a su unidad del cerco enemigo.
En 1945, ya como capitana de la Guardia, fue asignada al cuartel general del I Ejército de Tanques de la Guardia, convirtiéndose en la única mujer subcomandante de batallón en la historia de la guerra. Lideró su tanque en múltiples batallas, destruyendo posiciones enemigas y sobreviviendo a la destrucción de dos vehículos. Fue herida en combate tres veces, pero nunca dejó el frente.
Su historia llegó a su trágico final el 3 de marzo de 1945, cuando su tanque fue alcanzado cerca de la localidad polaca de Łobez. Aunque fue rescatada de los restos en llamas, continuó combatiendo hasta su último suspiro. Fue condecorada póstumamente con la Orden de la Guerra Patriótica de Segunda Clase por su papel en la ofensiva del 15 de enero de ese año.
La figura de Alexandra Samusenko simboliza el coraje de muchas mujeres que participaron en la guerra, aunque pocas alcanzaron el nivel de liderazgo que ella logró. Su memoria ha trascendido el tiempo, y su legado permanece como un ejemplo de heroísmo en uno de los periodos más oscuros de la historia.