Madres del Catatumbo claman por la paz en carta a Petro: “Estamos cansadas de enterrar a nuestros hijos”

Desplazados del Catatumbo

Más de 150 muertos y 72 heridos deja la violencia en la región en los últimos cuatro meses. Las madres piden al presidente acciones urgentes y reales para frenar la guerra que azota a comunidades campesinas e indígenas.

La región del Catatumbo, al noreste de Colombia, atraviesa uno de los momentos más oscuros de su historia reciente. En los últimos cuatro meses, más de 150 personas han muerto y otras 72 han resultado heridas a causa de la violencia desatada entre grupos armados ilegales, afectando por igual a civiles, integrantes de la Fuerza Pública y a los propios combatientes.

Ante esta realidad devastadora, un colectivo de mujeres conocido como las Madres del Catatumbo ha alzado su voz mediante una carta pública enviada al presidente Gustavo Petro, en la que piden detener la guerra que consume sus territorios.

Todos los días enterramos a nuestros hijos, esposos, hermanos y padres, nuestro corazón no soporta más dolor”, expresó Carmen García, representante del colectivo, en declaraciones a un medio de comunicación nacional. La líder social explicó que la misiva también fue enviada a organismos internacionales en busca de apoyo y visibilidad, tras reiteradas solicitudes de ayuda que, según afirma, no han sido atendidas por el Estado colombiano.

Los municipios de Tibú y El Tarra son los más golpeados por esta nueva oleada de violencia, donde se ha documentado el uso de drones con explosivos y la instalación de campos minados por parte de grupos como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las disidencias de las Farc. Estas acciones han causado no solo muertos y heridos, sino también el desplazamiento forzado de miles de familias campesinas e indígenas.

Según García, solo en el último mes se han reportado 15 ataques con drones en zonas rurales, con un saldo de cinco muertos, incluyendo menores de edad, y diez personas heridas. “Estamos solas, no hemos recibido ninguna ayuda psicosocial. Somos nosotras las que todos los días ponemos los muertos”, sentenció la lideresa.

La carta dirigida a Gustavo Petro, a quien muchas de estas mujeres apoyaron electoralmente, contiene un fuerte reproche: “Nosotras votamos por usted, pensábamos que defendería nuestros derechos. Ha venido al Catatumbo en cinco oportunidades este año, pero no nos ha querido escuchar. Se reúne con los mismos de siempre y minimizan el dolor que vivimos”.

La crítica también se extiende hacia la Vicepresidenta Francia Márquez, de quien aseguran que no ha asumido un rol activo frente a la grave crisis que enfrentan las mujeres del Catatumbo. “Esperamos que la vicepresidenta, que también es mujer, nos escuche e intervenga por nosotras, pero hasta el momento no ha realizado nada para frenar esta barbarie”, afirmó Carmen García con voz entrecortada por la indignación y el duelo acumulado.

El llamado de estas mujeres no se limita a la denuncia, sino que exige acciones concretas para frenar la violencia. Piden la presencia efectiva del Estado, no solo a través de la Fuerza Pública, sino mediante políticas integrales que contemplen salud, educación, apoyo psicosocial y desarrollo rural. “Morimos lentamente en el dolor, mientras el país voltea la mirada”, concluyó García.

Las palabras de las Madres del Catatumbo resuenan como un eco doloroso que interpela a toda la sociedad colombiana. La situación en esta región evidencia una crisis humanitaria de gran magnitud que ha sido, en gran medida, invisibilizada a nivel nacional. A pesar de los esfuerzos del Gobierno por avanzar en una política de “paz total”, los hechos recientes muestran que en territorios como el Catatumbo la guerra sigue activa y feroz.

Mientras tanto, estas mujeres siguen resistiendo desde el dolor, exigiendo algo tan fundamental como el derecho a la vida y a vivir en paz. La comunidad internacional y las autoridades nacionales están ahora frente a una encrucijada: o se responde con contundencia y sensibilidad a este llamado urgente, o se permite que continúe el silencio institucional que ya ha costado demasiadas vidas.

Y.A