La carrera sin fin por arreglar los arroyos de Barranquilla

Diógenes Rosero Durango Profesor Universitario. Historiador Económico. Experto en temas de desarrollo y democracia. Vicerrector Admón. y Fin de la Universidad Autónoma del Caribe.

por Diógenes Rosero Durango

A unos días de haberse iniciado las obras de canalización del mortal arroyo de la calle 85 en Barranquilla, surge la pregunta de si la ciudad perdió la batalla por una solución definitiva a esta problemática que aqueja a la ciudadanía hace décadas.

Es evidente que hemos mejorado sobre todo en el norte de la ciudad, con un alto costo en onerosos impuestos y vigencias futuras —que tienen a la ciudad empeñada—, pero en el centro y sur, la cosa no mejora, y en algunos casos, se han exacerbado las correntías o han aparecido nuevas.

Como decía alguien en un grupo de WhatsApp hace unos días: “canalizan uno y aparecen dos”. Sísifo versión Barranquillera.

La verdadera tragedia es que la inalcanzable solución nos está saliendo supercara en detrimento de la impostergable inversión en otras necesidades del desarrollo urbano, aunado a que la ciudad está empeñada y pagamos los más altos impuestos de Colombia.

Y es que el enfoque desde hace décadas ha sido la de atender un problema medioambiental, con una visión ingenieril y constructora que ofrece grandes gabelas a contratistas. Una vez que se echó a andar, y funciono, el famoso modelo de los Char de contrato-crédito-proveedor que compromete vigencias futuras, el acelere por echarle cemento a todo se desató en la ciudad.

El crédito a proveedor además de concentrar la contratación en unos cuantos, es más caro porque se le paga un interés más alto que a los bancos. Una costosa dialéctica del cemento, como lo señala el profesor Jairo Parada.

Barranquilla hace parte del complejo lagunar y estuario del delta del río Magdalena, y como me lo confirmo el profesor Juan Carlos Trujillo -según sus investigaciones-, la ciudad está asentada en un ojo de agua que conecta diferentes correntías, arroyos, caños y ciénagas que siguen buscando su cauce natural; por eso, la cantidad de arroyos y ojos de agua en sus calles.

Por ese motivo, su relación con el agua debe ser abordada desde una visión integral. Estamos en contravía. En Alameda del Río se acaba de vivir un ecocidio en donde se cercenó parte de un cuerpo de agua ¡Y todo como si nada!

En pleno ciclo de cambio climático, las inundaciones producidas por mayores niveles de precipitaciones son imposibles de contener sin una visión urbana sostenible.

La destrucción masiva de zonas verdes de andenes, así como la pavimentación masiva de vías sin planeación, continuarán empeorando la situación. Si seguimos así, habrá arroyos en la ciudad para ratos.

Lo que hicieron en la avenida cordialidad, ensanchando la vía para más carros (mayor contaminación), acabando con la poca capa vegetal de las aceras, fue ¡brutal! Un peladero de cemento a cielo abierto ¿Cuántos grados de temperatura habrán subido en la ciudad después de ese despropósito urbanístico?

Con este voraz apetito por continuar con obras públicas y el cemento no hay incentivos para el cambio del enfoque, y nos tocará a los ciudadanos, aguantarnos el caos vehicular de la mega intervención por las canalizaciones y cada vez más la “mano al dril” para pagarlas.

Ojalá los centros de pensamiento y la academia pudieran ser escuchados en propuestas técnicamente estructuradas y que han sido presentadas desde hace muchos años: la creación de reservorios pluviales, techos verdes, inversión en zonas verdes y construcción de jardineras para absorber las lluvias. Lamentablemente, no incluyen cemento y mucho menos mega contratistas.