Elegía para olegario

Walter Pimienta.

Por: Walter Pimienta

Muchos mueren de hambre y también de haber comido mucho

Olegario,  el  hijo de la mujer que iba a Juan de Acosta los lunes a vender pescado frito, bajando esta con la palangana encima de la cabeza por el camino de barro de los montes de Cazuela,  se murió en Semana Santa a causa de una gran pitanza de guandú que se dio.  Y toda Tubará, al enterándose del triste suceso, dijo: “Qué lástima.  Tan buen comedor de guandú que era  “Ole”. “Ole”,  así le decían a Olegario, sus amigos.

A Olegario,  la  muerte se lo encontró acostado en su hamaca de rayas (se la había comprado a Pedro Villanueva, traída de San Jacinto,  Bolívar),  indefenso y con las manos cruzadas en el pecho. A lo mejor pensando en los guandules que había dejado para la tarde,  asegurados  en una olla de barro,  negra  de tanta candela que la misma en la vida había llevado.

-Qué mala hora- dijo la madre de Olegario- y agregó: se quedó sin probar los dulces de Semana Santa que le estaba haciendo. Cada año se comía tres platos del de papaya y dos del de ñame, que eran los que más les gustaban.

Olegario murió jarto de guandú el Miércoles Santo de la última Semana Santa, en horas del mediodía y dos rayitas más en el reloj de la iglesia.  Alcanzó a comerse cinco platos y cuatro postas de bocachico y había dejado los platos limpiecitos.

Vino el alcalde rodeado de todos “sus apóstoles” y testimonió que,  para no pasar vergüenza,   era mejor decir que Olegario había muerto inusitadamente; es decir,  de repente; lo mismo que inusual,  insólito, infrecuente,  extraño, raro,  desacostumbrado, anormal, desusado y excepcional o a saber de esta manera:  de una gran pitanza de guandú que se diera. Así lo registró,  palabras más,  palabras menos,   en el certificado de defunción con pelos y señales más la edad (22 años),  estado  civil (soltero)…y otras minucias.

Alguien, de esos que en Tubará nunca faltan, presente en el lugar de los hechos luego que la mamá del muerto pegó el grito,   al darse la algarabía,  dijo que Olegario terminó de morir cuando, entre él y varios,   bajándolo de la hamaca,  aun  parpadeando,  tomado de los brazos y pies por quienes le socorrían,  este alcanzó a decirles: “cuidao me dejan cae,  no  jodaaar” ,  pero como otros gritaron: ¡Está muecto! Está muecto! ¡Está muectecito!… enseguida lo encajonaron en el cajón que los Ariza González,  de urgencia, trajeron y le prestaron a la mamá de este, caja de fina madera esta perteneciente a la vieja Ana Ariza quien se había tomado unos días más de vida jugando a la marisola con sus bisnietas en el patio de su casa invocaba ministreles para su futuro entierro con música papayera.

-“Murió alegre del estómago- decía la gente agregando:  ahorita salen a decía que los guandules le cayeron mal a Olegario. Nada de eso. Ya se hubiera muerto el padre Vargas,  quien tambien los probó… y con lo tanto que le gustan, pues le había pedido una ollita al ahora difunto.

Las esquinas son propicias para chismes y distorsiones;  maledicencias y   cotilleos…y de cosas así se hablaba en ellas.

De Olegario, por ejemplo,  en las tales esquinas se decía que “era el poeta de los guandules con carne sala” en estrecha relación con el prendido fogón de leña de la hornilla de la cocina de su casa pasando sus versos gastronómicos con cuchara de palo porque con este tipo de cuchara es que los guandules mejor saben…

-Murió alegre del estómago- se volvió a decir-, acusando a nadie de aquello porque como dijo el alcalde Absalón Coll,  de los Coll de Tubará: Olegario había muerto inusitadamente; es decir,  de repente; lo mismo que inusual,  insólito, infrecuente,  extraño, raro,  desacostumbrado, anormal, desusado y excepcional o a saber de esta manera:  de una gran pitanza de guandú.

-Murió en la esencia de la flor de la juventud- decían también   las viejas del barrio olfateando la olla de barro y con ganas de probar un poquito de guando del que Olegario había dejado.

-A lo mejor tenía el colesterol alto- dijo la más conocedora allí presente, buscando otra opinión,  en  tanto los vecinos gestionaban los rituales del velorio…  Y siguió diciendo:  el colesterol alto da dolor de cabeza,  mareo y zurumbatismo…Yo me lo bajo chupándome una tapa de limón a la prima noche y el mundo deja de darme vuelta…Desde mi punto de vista,  a  Olegario lo mató el colesterol…pero ya dijo el alcalde otra cosa.

-Ya no hay nada qué hacer…Ni una copa de ginebra lo hubiera salvado- se oyó en elevado tono.

Pero para el viejo “Pedro Peste”,  sabio  en estas cosas, Olegario,  efectivamente, había muerto de una gran pitanza de guando.

-Tiene la cara agilaita.  Elocuencia facial   propia y muy inherente de los que mueren por esta causa. Se les pone la a cara nostálgica,  apenada y añorante porque no van a comé más nunca guandules con carne sala.

…”Olegario de Jesús Viloria Sánchez,  de  los Viloria Sánchez de Tubará,   dejó de estar en este mundo…”, con otros datos en letra negra, decía el primer cartel de su muerte pegado con engrudo de yuca nueva en una pared de la Tienda-cantina  “La Cuchilla”.

Mucha gente de Tubará y sus corregimientos, pero mucha gente,  vino al velorio de Olegario llevada por lo del dictamen del alcalde: Que Olegario había muerto inusitadamente; es decir,  de repente; lo mismo que inusual,  insólito, infrecuente,  extraño, raro,  desacostumbrado, anormal, desusado y excepcional o a saber de esta manera:  de una gran pitanza de guandú;  cuando  bien pudo decir que Olegario murió de una indigestión o de muerte natural.

Vainas del alcalde.

Ocurrió en Tubará este último miércoles Santo…