En su columna viral “El país contra un solo hombre”, el empresario Sebastián Sanint desnuda las falencias estructurales de una oposición atrapada en el pasado, sin propuestas ni liderazgo, mientras el presidente Gustavo Petro se fortalece con discurso, relato y control del Estado.
Por: Redacción.
DIARIO LA LIBERTAD.
Por estos días, una columna firmada por el empresario Sebastián Sanint ha estremecido las aguas del debate político nacional. Bajo el provocador título “El país contra un solo hombre”, Sanint plantea un diagnóstico crítico y profundamente incómodo tanto para el oficialismo como para la oposición: en Colombia, la política ha quedado reducida a una dicotomía simplista y estéril —Petro o anti-Petro—, sin que el país logre vislumbrar un proyecto alternativo sólido que capture la imaginación colectiva.
La frase con la que abre su texto es reveladora: “En mi entorno —clase media alta, viejos oligarcas y nuevos ricos— hay un consenso inquebrantable: Petro no pasa de 2026”. En ella se condensa una visión arrogante y elitista que da por sentada la caída del presidente Gustavo Petro, como si el destino democrático fuera una línea recta escrita por las élites y no el resultado de fuerzas sociales dinámicas.
Lo que Sanint retrata es un ambiente de falsa seguridad entre quienes se consideran a salvo de las convulsiones sociales. Un espejismo construido sobre el desprecio al adversario y la confianza ciega en que todo volverá “a la normalidad”. Pero esa “normalidad” no existe. “Este país nunca ha conocido la verdadera normalidad. Solo una larga continuidad de desigualdad, violencia, impunidad y cinismo”, lanza el empresario en una afirmación que rompe con la narrativa del retorno al statu quo.
El texto no se queda en la crítica a las clases altas. Su blanco principal es una oposición política en Colombia que no tiene “relato, ni proyecto, ni norte”. Con una mezcla de sarcasmo e indignación, Sanint destripa uno a uno los rostros más visibles del anti-petrismo: Germán Vargas Lleras, sepultado por sus desplantes; Claudia López, ambigua y sin definición; Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria, atrapados en la retórica académica. Los Uribitos, Vicky Dávila, María Fernanda Cabal y otros representantes de la derecha radical siguen anclados en el imaginario de 2002, incapaces de actualizar su discurso.
La crítica es demoledora, pero cierta: no hay propuesta, no hay carisma, no hay figura que encarne una esperanza. Los líderes de la oposición “parecen funcionarios con aspiraciones. Bien vestidos, bien hablados, bien peinados, pero sin calle, sin barrio, sin panadería. Les falta algo que no se aprende en Harvard ni en Los Andes, les falta taxi”. Una frase que resume, con crudeza, el abismo entre la clase dirigente y el pueblo.
Y mientras tanto, Petro juega con ventaja. Tiene el Estado: “la chequera, los contratos, los cargos”, pero sobre todo tiene algo mucho más poderoso: el monopolio del relato del cambio. Aunque no cumpla, aunque esté envuelto en escándalos, aunque sus reformas estén paralizadas, Petro mantiene un discurso que resuena en sectores amplios del país. Su narrativa conecta con la indignación social, con el anhelo de justicia, con la sensación de hartazgo frente al sistema.
Ese poder simbólico no puede subestimarse. Como bien apunta Sanint, Petro domina el miedo —porque evoca el espectro del estallido social—, pero también la esperanza, porque habla del campesino, del obrero, del estudiante. Mientras la oposición teme que Colombia se incendie, Petro sabe que puede hacerla arder… o contener el incendio, si le conviene.
Las encuestas lo confirman: su favorabilidad se mantiene estable, incluso en alza. Sanint lanza un cálculo perturbador: “Con apenas 11 a 15 puntos más, puede reelegirse vía delegado. El opositor más fuerte tendría que escalar unos 40 puntos. Y no tiene ni las botas puestas”.
En ese contexto, personajes como Roy Barreras y Armando Benedetti —tan repudiados como indispensables— se convierten en piezas claves del ajedrez político. Son operadores sin escrúpulos, pero con olfato. Juegan, como dice Sanint, en modo ludópata. Si se tratara de apostar, él pone su ficha sobre Roy como el próximo presidente. Una afirmación que no es un deseo, sino una provocación calculada.
Pero ¿qué hace la oposición ante este panorama? Se atraviesa a una reforma laboral popular sin entender la temperatura del país. Se obsesiona con tecnicismos mientras ignora el sentido común. ¿Cómo explicar que en un país donde oscurece a las seis de la tarde, se insista en que la jornada nocturna empiece a las nueve? Sanint lo llama con claridad: “Eso no es solo miopía. Es ceguera política”.
Y si se tratara de pensar en algo diferente, en una alternativa verdadera, ¿dónde está? El empresario sugiere un “Pacto por lo Justo”, algo que le hable a la calle sin sonar exactamente a Petro. Pero reconoce que las vanidades y egos lo impiden. La oposición sigue encerrada en su club, sin capacidad de conectar, mientras el país vota por la idea, aunque vaga, de que algo puede mejorar.
Lo más revelador del texto no es el diagnóstico sobre Petro, sino el retrato devastador de una clase política que ha renunciado a la imaginación. El problema, dice Sanint, no es de poder, sino de ideas. Nadie ha sido capaz de imaginar algo mejor. Y mientras eso no ocurra, “el que diga ‘cambio’ más fuerte… sigue mandando”.
En esa frase final se condensa toda la tragedia política de Colombia en este momento: no hay competencia real de proyectos, sino una pugna de narrativas. Y ahí, Petro gana. No por lo que hace, sino por lo que representa. No por sus logros, sino por su relato. Un relato que la oposición no ha logrado reemplazar ni siquiera con indignación.
¿Puede perder Petro? Sí. Pero no lo van a derrotar con columnas en diarios de renombre, ni con trinos de rabia, ni con candidatos grises que no emocionan ni a sus propias familias. La oposición necesita algo más que estructura: necesita alma, calle, narrativa, y sobre todo, necesita imaginación.
En tanto no haya un verdadero proyecto político alternativo, con vocación de transformación, con arraigo social, con nuevas voces y nuevas ideas, el panorama electoral de 2026 seguirá orbitando alrededor de un solo hombre. Porque en este país, por ahora, el poder no lo tiene quien gobierna, sino quien mejor cuenta la historia.
Y.A.