De las alcancías de la infancia y otras minucias

Por Walter Pimienta J.
Por Walter Pimienta J.

Tu verás, en tu alcancía siempre hay espacio para una moneda más o una menos…

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Tener en  la infancia una alcancía o hacerla (lo de tener  hace referencia aquí,  a que  a lo  mejor nos  la regalaban o,  uno  la  compraba  ya hecha, salida al mercado,  por  lo  general elaborada en  plástico o  de  barro cocido ya en  forma de animal, casi  siempre,  en  la figura  de un  chanchito) …Y  lo de  hacerla, hace  alusión  al  recurso  doméstico y recursivo  de  coger una lata (casi  siempre  de aquellas en  que venían  las galletas  de soda), “empavonarla” de cinta pegante en  la tapa,  abrirle  una ranura a esta o,  de lo  contrario,  y  para  prevenir  robos  y  tentaciones,  llevarla donde un  soldador que la  soldara  y  así el  ensayo u  obra  tendría  el diseño artístico y  excepcional de  las letras coloridas de la  publicidad  de dichas  galletas y el  dibujo  de estas en  un  cambio  de retórica de sonoras  monedas que,  adentro, tintineando de lo  lindo,  eran  la  figura de ahorrar   en  la  deferencia concreta  y  abstracta de los cinco  centavo de  hoy,  de mañana y  de  pasado mañana dizque para  hacernos ricos.

Del  mundo  maravilloso  de la  niñez,  allá en  mi  pueblo,  rescato  hoy  las alcancías,  inscritas  en  mi literatura como una actitud  de  vida que engendra  historias más  que reales…como  esa de haber  ido a  la tienda de  la esquina, ver en  la vitrina  de los  dulces la  exhibición  de unos “pirulies” de colores seductores, acordarnos  enseguida  de la alcancía, volvernos a casa, tomar  la ruidosa lata o chanchito entre manos,  voltearla y,  con  una pinza  o  gancho  de cabello,  de las  que usan  las mujeres, poniendo en  lo  posible  y  de  canto  la moneda  más cercana a la  ranura, escamotearla y  escamotearla hasta sacarla y,  robándonos  a nosotros mismo, regresando a la  tienda….pirulí, pirulí,  pirulí,  chupado  y  comido  serás…

Cuánta paciencia no se necesitaba para sacar una moneda de aquellas alcancías… nacidas del amor conque el padrino o la madrina, nos regalaba cinco centavos o más… Nacidas del mandado hecho a una vecina o vecino y, en compensación, allí estaba la monedita… o nacidas de la generosidad de madres, padres o abuelos que, al ir a hacerles la compra de algo, trayendo la honradez en las manos, nos decían: “quédate con el vuelto”. Y de nuevo, he ahí la duda… o la alcancía o los pirulies de la tienda de “Julio Micifuz” … Una realidad colorida de ojos inmersos en la religión diaria de los golosos, cultura caribe basada en un   rito de choque: pirulies, bolas de coco, las cocadas de José María o las arranca muelas de la tienda de “la Niña Sara” …y adiós alcancía…Si era de plástico, con un cuchillo filoso se le daba muerte al cerdito o si de barro, esparcida esta por el suelo, vuelta añicos, moría el marrano por marrano…y a la vista codiciosa,  las tres o cuatro o cinco o más monedas señalando la referencia de lo poco  ahorrado.

Hubo quienes tuvieran la percepción diferente de esta situación de la vida cotidiana y pudieron ahorrar, en dichas alcancías, alguna cantidad de dinero (monedas), que, si no daban la totalidad de lo deseado por comprar, por lo menos, en algo ayudaban en el discurso de padres que nos decían: “Ya viste, mijo, ahorrar sirve”.

Desde las escuelas, el ahorro de monedas en alcancía, se impulsaba tras la compra de un lápiz o de una libreta que nos faltara; pero ha duro que era cuando sobre las latas improvisadas de tales o sobre los chanchitos de barro, “caía la Santa Inquisición “de saber que   a la misma escuela llegaban.  cada miércoles, desde Barranquilla, las “abejas (conservas o panelitas) de “Pamesa” (Pablo Mesa), a surtir el negocio de la “Tienda   Escolar” …y la hermética alcancía, ya fuese a cuchillo o a martillo, se abría porque se abría….

La  hipótesis de las alcancías  y  otras minucias correlativas  a  ellas,  tiene que a  lo  largo de  la infancia y  de  la a vida escolar,  el  discurso  amoroso de  maestras  o maestros planteándonos lo bueno  “del guardar pan  pa mayo”,  era la  de enseñarnos  que,  en efecto, ahorrar significa guardar una parte de tus ingresos para un uso futuro, ya sea para gastos previstos, emergencias o inversiones,  haciendo  de  ello un hábito que nos ayudaría a  alcanzar metas y a tener mayor seguridad financiera; pero a  muchos, aquello  quizá  duraba  hasta que,  omnipresente, José María,  el  de las cocás, por  nuestro  camino  aparecía o a la  vieja  María  Jesús,  vendiendo  una  ristra  de  rosquetes  de  yuca  azucarados o a “el Cajico” vendiéndonos un par de  “bobinches” enjaulados  que a los  no  conocedores de pájaros,  se los metía por  finos  canarios y  a  adiós  alcancías…. Así como en otras, la llegada del obispo, se lleva cualquier ahorro comprándole estampitas, rosarios y escapularios en el lenguaje de oraciones y rezos salvadores del infierno… cosas de la fe…

Y hay  de  todo un  poco en  esto,   como el  hecho de  que alguien en  su  casa,  a lo  mejor  un  hermano  o  hermana,  le  robaran la alcancía sin  escuchar  confesión descarnada  ni  completa del  aficionado  a incumplir el  séptimo  mandamiento  de La  Ley  de  Dios,  manteniendo este el  secreto de su  verdadera falta pero  con  la  evidencia  del  despojo al  haberse  comprado,  sin  tener  cómo  ni  con  qué,  un  trompo  y una  docena  de bolas de uñita,  sanción que se quedaba  sin  diligencia  judicial y  en  un impronunciable “Que  Dios se  apiade de  ti”,  mirando desconfiado al presunto…

¡Oh infancia llena de estas cosas hermosas qué fugaz fuiste! Y ya no  hay por  ahí  indicios de  alcancías en  la  resonancia  pública  de calderetas y chanchitos  de  plástico  llenos   o  a medio  llenar con  las monedas  de las desventuras o  encontradas en  la  calle, exorcizadas en  Semana  Santa por  el  obispo en  cada  llegada  al  pueblo,  pero enfrentadas  a la ferocidad satánica de  pirulies que  hacían  agua  la boca y  ya  no  fue  posible más tanta tortura ganando  las golisina  y  perdiendo el  ahorro buscando uno,   en  el ultimo  resquicio  de la lata, con  un  alambre en  forma  de  gancho,  que esta expulsara la última y  solitaria   moneda que   tenía  en  sus  entrañas…