Tu verás, en tu alcancía siempre hay espacio para una moneda más o una menos…
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Tener en la infancia una alcancía o hacerla (lo de tener hace referencia aquí, a que a lo mejor nos la regalaban o, uno la compraba ya hecha, salida al mercado, por lo general elaborada en plástico o de barro cocido ya en forma de animal, casi siempre, en la figura de un chanchito) …Y lo de hacerla, hace alusión al recurso doméstico y recursivo de coger una lata (casi siempre de aquellas en que venían las galletas de soda), “empavonarla” de cinta pegante en la tapa, abrirle una ranura a esta o, de lo contrario, y para prevenir robos y tentaciones, llevarla donde un soldador que la soldara y así el ensayo u obra tendría el diseño artístico y excepcional de las letras coloridas de la publicidad de dichas galletas y el dibujo de estas en un cambio de retórica de sonoras monedas que, adentro, tintineando de lo lindo, eran la figura de ahorrar en la deferencia concreta y abstracta de los cinco centavo de hoy, de mañana y de pasado mañana dizque para hacernos ricos.
Del mundo maravilloso de la niñez, allá en mi pueblo, rescato hoy las alcancías, inscritas en mi literatura como una actitud de vida que engendra historias más que reales…como esa de haber ido a la tienda de la esquina, ver en la vitrina de los dulces la exhibición de unos “pirulies” de colores seductores, acordarnos enseguida de la alcancía, volvernos a casa, tomar la ruidosa lata o chanchito entre manos, voltearla y, con una pinza o gancho de cabello, de las que usan las mujeres, poniendo en lo posible y de canto la moneda más cercana a la ranura, escamotearla y escamotearla hasta sacarla y, robándonos a nosotros mismo, regresando a la tienda….pirulí, pirulí, pirulí, chupado y comido serás…
Cuánta paciencia no se necesitaba para sacar una moneda de aquellas alcancías… nacidas del amor conque el padrino o la madrina, nos regalaba cinco centavos o más… Nacidas del mandado hecho a una vecina o vecino y, en compensación, allí estaba la monedita… o nacidas de la generosidad de madres, padres o abuelos que, al ir a hacerles la compra de algo, trayendo la honradez en las manos, nos decían: “quédate con el vuelto”. Y de nuevo, he ahí la duda… o la alcancía o los pirulies de la tienda de “Julio Micifuz” … Una realidad colorida de ojos inmersos en la religión diaria de los golosos, cultura caribe basada en un rito de choque: pirulies, bolas de coco, las cocadas de José María o las arranca muelas de la tienda de “la Niña Sara” …y adiós alcancía…Si era de plástico, con un cuchillo filoso se le daba muerte al cerdito o si de barro, esparcida esta por el suelo, vuelta añicos, moría el marrano por marrano…y a la vista codiciosa, las tres o cuatro o cinco o más monedas señalando la referencia de lo poco ahorrado.
Hubo quienes tuvieran la percepción diferente de esta situación de la vida cotidiana y pudieron ahorrar, en dichas alcancías, alguna cantidad de dinero (monedas), que, si no daban la totalidad de lo deseado por comprar, por lo menos, en algo ayudaban en el discurso de padres que nos decían: “Ya viste, mijo, ahorrar sirve”.
Desde las escuelas, el ahorro de monedas en alcancía, se impulsaba tras la compra de un lápiz o de una libreta que nos faltara; pero ha duro que era cuando sobre las latas improvisadas de tales o sobre los chanchitos de barro, “caía la Santa Inquisición “de saber que a la misma escuela llegaban. cada miércoles, desde Barranquilla, las “abejas (conservas o panelitas) de “Pamesa” (Pablo Mesa), a surtir el negocio de la “Tienda Escolar” …y la hermética alcancía, ya fuese a cuchillo o a martillo, se abría porque se abría….
La hipótesis de las alcancías y otras minucias correlativas a ellas, tiene que a lo largo de la infancia y de la a vida escolar, el discurso amoroso de maestras o maestros planteándonos lo bueno “del guardar pan pa mayo”, era la de enseñarnos que, en efecto, ahorrar significa guardar una parte de tus ingresos para un uso futuro, ya sea para gastos previstos, emergencias o inversiones, haciendo de ello un hábito que nos ayudaría a alcanzar metas y a tener mayor seguridad financiera; pero a muchos, aquello quizá duraba hasta que, omnipresente, José María, el de las cocás, por nuestro camino aparecía o a la vieja María Jesús, vendiendo una ristra de rosquetes de yuca azucarados o a “el Cajico” vendiéndonos un par de “bobinches” enjaulados que a los no conocedores de pájaros, se los metía por finos canarios y a adiós alcancías…. Así como en otras, la llegada del obispo, se lleva cualquier ahorro comprándole estampitas, rosarios y escapularios en el lenguaje de oraciones y rezos salvadores del infierno… cosas de la fe…
Y hay de todo un poco en esto, como el hecho de que alguien en su casa, a lo mejor un hermano o hermana, le robaran la alcancía sin escuchar confesión descarnada ni completa del aficionado a incumplir el séptimo mandamiento de La Ley de Dios, manteniendo este el secreto de su verdadera falta pero con la evidencia del despojo al haberse comprado, sin tener cómo ni con qué, un trompo y una docena de bolas de uñita, sanción que se quedaba sin diligencia judicial y en un impronunciable “Que Dios se apiade de ti”, mirando desconfiado al presunto…
¡Oh infancia llena de estas cosas hermosas qué fugaz fuiste! Y ya no hay por ahí indicios de alcancías en la resonancia pública de calderetas y chanchitos de plástico llenos o a medio llenar con las monedas de las desventuras o encontradas en la calle, exorcizadas en Semana Santa por el obispo en cada llegada al pueblo, pero enfrentadas a la ferocidad satánica de pirulies que hacían agua la boca y ya no fue posible más tanta tortura ganando las golisina y perdiendo el ahorro buscando uno, en el ultimo resquicio de la lata, con un alambre en forma de gancho, que esta expulsara la última y solitaria moneda que tenía en sus entrañas…