‘Amarillo’ y un extranjero fueron capturados tras asesinar a Andrés Felipe Ochoa y Ronald Maestre en la vía Ciénaga-Santa Marta; sus familias niegan cualquier vínculo con el Clan del Golfo y denuncian que se trató de un error.
En el corredor vial que conecta a Ciénaga con Santa Marta, dos vidas jóvenes fueron brutalmente arrebatadas por la violencia que impone el conflicto entre bandas criminales en el Caribe colombiano. Andrés Felipe Ochoa, exjugador de la Sub-20 del Unión Magdalena, y su primo Ronald Maestre, fueron víctimas de un asesinato selectivo perpetrado por pistoleros al servicio de la organización criminal conocida como Los Pachenca, también identificada por las autoridades como ACSN (Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada).
Según los primeros reportes, la ejecución ocurrió minutos después de que los primos fueran detenidos brevemente por la Policía y dejados en libertad. Cuando regresaban a su natal Fundación, fueron interceptados por sicarios en motocicleta. Testigos aseguran que uno de los asesinos, identificado como Darwin Enrique Arbeláez, alias ‘Amarillo’, disparó con precisión mortal desde la parte trasera de la moto conducida por un extranjero. Primero abatió a uno de los jóvenes y luego persiguió sin clemencia al segundo, dejando sus cuerpos tendidos sobre la vía como una firma sangrienta del conflicto criminal que azota la región.
La reacción policial no se hizo esperar. Una rápida persecución permitió capturar a los dos asesinos, lo que representa un alivio momentáneo en una zona constantemente golpeada por el crimen organizado. Sin embargo, la captura no revierte el dolor de las familias, quienes insisten en que todo fue un error fatal. Los allegados de Ochoa y Maestre niegan cualquier relación con el Clan del Golfo, grupo rival de Los Pachenca, y aseguran que los jóvenes no tenían ningún vínculo con actividades criminales.
“No tenían enemigos, estaban dedicados a sus cosas, a trabajar. Esto fue una equivocación criminal”, expresó un familiar de las víctimas al ser consultado. El corregimiento de Buenos Aires, en Aracataca, de donde eran oriundos, aún no sale del estupor. La comunidad recuerda a Andrés Felipe como un joven con proyección deportiva, cuya vida giraba en torno al fútbol y los sueños de crecer lejos de la violencia.
Las autoridades han reiterado que el móvil del doble asesinato estaría relacionado con una supuesta colaboración de las víctimas con el Clan del Golfo en Santa Marta, ciudad donde la organización rival Los Pachenca mantiene una disputa encarnizada por el control de rutas, extorsión y microtráfico. El territorio es el botín de guerra, y cada rumor o sospecha basta para desatar sentencias de muerte.
Alias ‘Amarillo’, por su parte, tiene un largo y temido prontuario delictivo. Su nombre figura desde 2011 en informes de inteligencia como uno de los ejecutores más sanguinarios de Los Pachenca. Fue capturado por primera vez en 2015, cuando la entonces comandante de la Policía Metropolitana, coronel Sandra Vallejo, lo señaló como un objetivo prioritario. Aunque en ese momento la Fiscalía solo logró imputarle tres homicidios, se sospechaba que sus crímenes eran muchos más.
Entre las víctimas que la Fiscalía logró vincular a ‘Amarillo’ están Samir Eduardo ‘Ruso’ Lara, Misael Gregorio Muriel Flórez y Luis Alfredo Polo Sánchez, este último asesinado mientras se desempeñaba como motociclista. A pesar de su historial y de haber estado bajo custodia, ‘Amarillo’ logró volver a las calles, donde retomó su papel como sicario con una efectividad macabra.
El doble asesinato de Ochoa y Maestre reaviva el debate sobre el estado del sistema judicial y carcelario en Colombia, y sobre la capacidad real del Estado para contener la escalada de violencia que se vive en el Magdalena. Mientras Los Pachenca y el Clan del Golfo siguen disputándose los corredores estratégicos de la región, las víctimas colaterales, muchas veces inocentes, se multiplican.
Las familias, por su parte, exigen que las autoridades no solo castiguen a los responsables, sino que limpien los nombres de los jóvenes asesinados. “Nos mataron a nuestros hijos y ahora quieren hacerlos pasar por criminales. No lo vamos a permitir”, expresó la madre de Ronald Maestre entre lágrimas durante el velorio.
Lo que queda tras este crimen es una comunidad temerosa, una familia destrozada y un mensaje alarmante: en la guerra entre bandas criminales, la línea entre culpables e inocentes puede ser tan frágil como una sospecha no verificada.
Y.A.