Por: Diógenes Rosero Durango
Seguimos viviendo en la ciudad una escalada sin límites de inseguridad: locales asaltados, extorsión, homicidios disparados, y hasta como lo denunció el congresista David Luna, reclutamiento de menores en barrios periféricos de Barranquilla.
Tampoco escampa en el tema de movilidad y desigualdad en donde continúan las dificultades e inexistentes planes que mitiguen las fuertes carencias ciudadanas. La ciudad se encuentra paralizada en un parque automotor al que no le cabe un carro más. No hay acciones gubernamentales, ni siquiera, para probar opciones como el pico y placa o la promoción de la movilidad alternativa e integral.
Varias zonas de la ciudad son controladas por bandas criminales lo que evidencia la grave ausencia estatal con programas u oferta pública social consistente. Muy poco de planes integrales a jóvenes en riesgo, familias en situación de pobreza, o reintegración social. Son muchos los barrios tugurizados sin atención: las gardenias, bajo carrizal o villa caracas en donde no se ve la mano del gobierno distrital.
La respuesta a estos complejos retos parece ser más de lo mismo: otro malecón que genera nuevas inundaciones, una rueda de la fortuna cuestionada por falta de transparencia en la contratación, y, una mezquina ampliación de calles robándole espacio a los peatones.
Son las mismas recetas de los últimos 16 años: obras cuantiosas, nula discusión en la ciudad sobre esta infraestructura, mala planeación y cero prioridades sociales.
En un malecón del Rio con un caos vehicular constante -por qué no se previeron parqueaderos- y al que no le no le cabe un accesorio más, le van a meter ahora una cuestionada rueda de la fortuna, que, según denuncias de uno de los contratistas iniciales, que no fue beneficiado, fue adjudicada mediante coimas.
Si, bonita y todo, y seguramente va a seguir aumentando el ego de la ciudad y el disfrute de capas medias y turistas, pero poco o nada ayudará, por ejemplo, en la fratricida guerra de clanes mafiosos. Una confrontación urbana que deja una brutal estela de muertos y que está acabando con una generación de jóvenes de bajos recursos en la ciudad.
O la costosísima pista de ciclo montañismo que se “come” la maleza (elefante blanco de 38mil millones) mientras nuestros ciudadanos se gastan una y dos horas diarias para llegar a sus hogares, por los trancones o el precario servicio de movilidad público ¡No hay derecho!
Hay que replantear el modelo y buscar otras alternativas que incluyan otras miradas de académicos, gremios de la ciudad, organizaciones civiles y de otros actores políticos. No podemos atascar a la ciudad en una unidireccional forma de concebir la gestión pública, que nos tiene en una suerte de rendimientos marginales decrecientes; con unas cuantiosas inversiones públicas, que producen bajísimos saldos sociales -sobe todo- para los más necesitados.
Se necesita fortalecer la presencia integral del estado en los territorios, más descentralización, participación ciudadana, y una visión compartida de ciudad. Una narrativa más incluyente de la Barranquilla del futuro que nos permita soñar con un metro, un territorio más seguro y con menores desigualdades sociales.