Isabel Muñoz salió del turno, bajó a tomar aire, tal vez a pensar en su próxima ronda médica. No sabía que esa mañana, su historia terminaría de la forma más absurda e injusta.
Era un día como cualquier otro en el Hospital Universitario del Valle. El sonido de camillas, voces médicas que cruzan diagnósticos y pacientes que esperan una mejoría componían la rutina en uno de los centros asistenciales más importantes del suroccidente colombiano. Pero esa rutina se rompió abruptamente el 15 de junio de 2017, cuando el horror se presentó sin previo aviso.
Isabel Muñoz, médica residente de 25 años, había salido a tomar un café. Una pausa breve en medio del vértigo hospitalario. Una escena cotidiana que, para ella, fue la última.
Desde el séptimo piso, una joven estudiante de enfermería tomó una decisión fatal: se lanzó al vacío. Su cuerpo impactó directamente sobre Isabel, quien se encontraba en la cafetería del primer piso. El golpe fue brutal. Murió en el acto. Nada pudo hacer el mismo personal que, hasta segundos antes, la veía caminar con bata blanca entre pacientes.
Los informes médicos hablaron de trauma craneoencefálico severo, múltiples fracturas, exposición de masa encefálica. Pero más allá de los tecnicismos, lo cierto es que una vida dedicada a salvar otras terminó abruptamente por una tragedia que no se puede explicar con lógica.
Isabel no era solo una residente. Era hija, hermana, amiga. Una mujer que había aplazado una beca en México para quedarse cerca de su familia y luchar por un cupo en la Universidad del Valle, donde finalmente pudo iniciar su especialización en medicina interna. Le gustaba ayudar, se desvivía por sus pacientes, y soñaba con convertirse en una médica humana y completa.
Tras su muerte, la universidad le otorgó su título de especialista de manera póstuma. Hoy ese diploma cuelga en su cuarto, intacto, como su bata, sus libros, sus apuntes.
Del otro lado, la joven que cayó sobre ella sobrevivió. Fue atendida en el mismo hospital y permanece bajo vigilancia médica y psicológica. También cargará con el peso de un acto que cambió dos destinos para siempre.
Más allá del dolor, el caso de Isabel abrió un debate necesario: la salud mental en entornos hospitalarios. ¿Quién cuida a quienes nos cuidan? ¿Qué redes de contención existen para los estudiantes y profesionales de la salud que enfrentan estrés, presión y agotamiento todos los días?
Hoy, en Cali y en todo el país, el nombre de Isabel Muñoz resuena como un eco de lo que nunca debió pasar. Porque hay muertes que no solo duelen: también sacuden conciencias.