Francisco Padilla e Ingris Reales son dos artesanos del Atlántico que, con sus manos y saberes, mantienen vivas las tradiciones de sus pueblos. *En el Día del Trabajador, sus historias nos recuerdan el valor del trabajo hecho con pasión.
Redacción Sociales
LA LIBERTAD
El 1º de mayo, más allá de ser una fecha en el calendario, es la oportunidad perfecta para exaltar los oficios que, con esfuerzo y dedicación, dan forma a culturas, comunidades y futuros.
Hay quienes trabajan tras un escritorio, otros bajo el sol; algunos usan herramientas, computadoras, maquinaria pesada, y hay quienes tienen como principal instrumento de labor sus propias manos, con las que dan vida a la materia prima hasta transformarla en arte.
En este especial del Día del Trabajador, nos adentramos en las historias de Francisco Javier Padilla Patiño, maestro artesano de Galapa, e Ingris Reales, tejedora de Usiacurí, quienes han convertido su saber hacer en un legado cultural invaluable.
Maestro de maestros
Nacido en Galapa y con más de 67 años de experiencia, Francisco Padilla es considerado una leyenda viviente de la artesanía en madera. Su camino en este arte no se forjó en aulas ni talleres formales, sino en la observación, en la necesidad y, sobre todo, en la pasión.
“Yo me desarrollé con una experiencia innata. No tuve profesores, no he tenido talleres… simplemente dije: yo puedo hacer eso que estoy comprando”, cuenta Francisco al recordar sus inicios como creador de máscaras.
Su primera pieza fue precisamente una máscara para danzas, que elaboró con sus propias manos, como todo lo que ha hecho desde entonces. De ahí en adelante, la madera y la arcilla se convirtieron en sus aliadas inseparables, y a través de la investigación, su propósito dejó de ser solo crear, ahora también era enseñar, preservar y compartir.
El talento de Francisco no pasó desapercibido. En 1987, Artesanías de Colombia lo reconoció con la Medalla de Maestría en el Atlántico, y años después, en 2015, recibió una segunda medalla, esta vez como Maestro de Maestros, un título que muy pocos ostentan.
En 2023, fue condecorado nuevamente, esta vez por la Gobernación del Atlántico, como Gestor Cultural del Departamento, reconociendo su labor como formador y líder cultural.
Francisco ha llevado su arte a otros rincones del país y del mundo, incluso a México, donde compartió saberes con artesanos locales. Sin maquinaria moderna ni procesos industriales, asegura que sus únicas herramientas siguen siendo sus dedos. “Los que tienen máquina ya hacen una artesanía industrial, la mía sigue siendo totalmente manual. Yo le doy a cada pieza un toque de realismo”.
Desde su taller, este incansable creador ha sido mentor de más de cientos de personas. Universitarios, estudiantes de colegios e incluso agrupaciones de danza han aprendido de él no solo a tallar una máscara, sino a comprender su esencia. Porque para Francisco, las máscaras no son solo objetos decorativos, sino piezas cargadas de historia, identidad y resistencia cultural.
Su mensaje para las nuevas generaciones es claro: que no se limiten a copiar, que investiguen, que conozcan las raíces del arte que desean aprender. “No es solo hacer por hacer, es saber por qué lo haces. Enseño a mis alumnos el origen de la máscara, porque eso también es parte del legado”, asegura.
Hilos de palma que tejen historias
En Usiacurí, cuna de artesanos, vive Ingris Reales, una mujer que aprendió a tejer con palma de iraca desde los seis años, guiada por las manos sabias de su madre. A los diez ya cortaba alambre y a los once creaba papeleras, servilleteras y baulitos que ayudaban a cubrir las necesidades básicas de su familia.
Con el paso del tiempo, su camino se desvió temporalmente del mundo artesanal cuando comenzó a trabajar en Barranquilla. Pero en 2016, regresó a sus raíces con más fuerza y determinación; desde entonces, ha consolidado una unidad productiva familiar llamada Sibleg Artesanías, donde junto con su esposo e hijos elabora bolsos, aretes y piezas decorativas inspiradas en la naturaleza.
“Desarrollo mis diseños inspirados en hojas, mariposas, libélulas. Son figuras que plasmamos porque evocan lo ancestral, lo que nos rodea”, explica.
Ingris no solo teje con las manos, también lo hace con el alma. Cada pieza que elabora lleva horas de dedicación, noches de desvelo y una gran dosis de sentimiento.
“Para mí, tejer es tener la libertad de crear. Cada puntada lleva nuestra alma, nuestro día a día”, expresa con orgullo. Además, ha sabido complementar su oficio con el turismo, otra de sus pasiones. Y es que como guía profesional, diseña experiencias artesanales para que los visitantes no solo compren una pieza, sino que comprendan y valoren todo lo que hay detrás de ella.
Su trabajo no solo le ha permitido sostener a su familia, sino también dignificarse como persona. “Las artesanías te conllevan a tener un compromiso, a valorar el trabajo que haces con tus manos. Te dignifican como ser humano y como familia”, afirma. A través de Sibleg Artesanías, genera empleo y comparte el conocimiento que ha recibido con nuevas generaciones.
En el Día del Trabajador, Ingris hace un llamado a quienes ven en las manos una herramienta de transformación. “Mientras muchas cosas pueden estancarse, nuestro saber hacer permanece. Es un legado que va de una persona a otra, de un familiar a otro, y cada uno de nosotros tiene un componente importante en esa cadena”.
En un universo cada vez más automatizado, donde el tiempo apremia y lo artesanal parece ceder ante lo industrial, estos dos trabajadores demuestran que el verdadero valor está en la autenticidad y en la paciencia.
Por ello, este 1º de mayo, su voz se alza como ejemplo y símbolo de todos aquellos que, con esfuerzo silencioso y compromiso férreo, hacen del trabajo un acto de amor.