Por Luis Paternina Amaya
El sábado 26 de abril cerraron el ataúd del papa a cuya ceremonia asistieron las personalidades que encarnan el poder en el mundo, hasta tener en sus manos las decisiones de declarar guerras muera quien muera, pero que son y han sido sordas cuando se les ha pedido acabarlas como las tantas veces que Francisco se dirigió a los protagonistas del conflicto entre Rusia y Ucrania para que cesara la destrucción física y moral del pueblo ucraniano, encontrando en Putin la respuesta del silencio con su dura expresión carente de alguna pizca de sensibilidad que pueda uno asociarlo con la condición humana.
Así mismo, desfilaron en torno al sarcófago otros líderes, iguales de indolentes comprometidos en una guerra que paradójicamente llaman santa entre palestinos y judíos, peleándose en nombre del mismo Dios un pedazo de tierra que denominan franja, sin que ninguno de los dos en contienda se ilumine con las enseñanzas de Jesús que dicen invocar, pero ignorando conscientemente la mayor y más significativa de todas cuando sus palabras no tenían otro sentido que dejarle sembrada en el corazón del hombre el sentido de la paz.
También vimos al presidente de los EEUU con un cirio en sus manos iluminando su propio camino para que la guerra arancelaria que ha provocado, de impredecibles consecuencias para la estabilidad económica de las naciones, pueda desembocar en la posibilidad de engendrar una beligerancia universal, ignorando igualmente las peticiones reiteradas del generoso, humilde, solidario y extraordinario ser humano que ahora, sin poder hablarles, tiene a su alrededor tanto sordo a sus clamores de paz enmarcándose todo el protocolo en un acto de hipocresía personalizada en reyes, príncipes, presidentes y primeras damas luciendo joyas y costosos vestidos con las puntadas de los más selectos modistos de la industria de la moda.
Nuestro presidente no se dejó tentar por “El espectáculo de la civilización” del cual hablaba Vargas Llosa, y no asistió al ceremonial para darle el pésame a quién, si los dolientes de la guerra que padece su país entre facciones de toda condición que tampoco escucharon las peticiones del grandilocuente difunto, deben ser su prioridad, llámense los que lloran en el Catatumbo, Arauca, Nariño, Buenaventura, el Cauca, Chocó y otras regiones bañadas de lágrimas de dolor provocadas por las inundaciones que como en La Mojana, la tristeza en el alma es más fuerte cuando animales moribundos chapoteando sobre el agua y el barro que arrastran todo elemento útil para la labranza de la tierra y los indispensables para cocinar, dormir, descansar y vivir. Pero, como ya tuvo en su agenda el viaje para su esposa y la canciller, sería una excelente oportunidad para acercársele a los poderosos que circundan el glorioso cadáver, y les recuerde los clamores del obispo de Roma cuando rogaba porque los mensajeros de las guerras cambiaran las balas por la vida.