Por GREGORIO TORREGROSA
Si alguien ha vivido en carne propia lo que es la verdadera combinación de todos los medios de ataques en su contra, ese es Gustavo Petro, quien ya debe estar bastante acostumbrando a que desde cualquier trinchera se empalaguen sus agazapados adversarios construyendo relatos urbanos de desprestigio, ubicando, indistintamente, el epicentro del movimiento de su desinformación telúrica en Panamá, París o Nueva York. Entiéndase por trinchera a los medios de comunicación tradicionales.
Pero no solo ellos engalanan el cuadro de honor de los detractores y sátrapas audaces, porque también los hay de aquellos que, con precisión quirúrgica, lazan flechas a diestra y siniestra, en una especie de ejercicio más conocido como la modalidad de tirar la piedra y esconder la mano. Es este escenario en el que se refugian los llamados opinólogos, y cada director de medio que se precie de tal cuenta, por lo menos, con dos mamarrachos de estos, encargados, regularmente, de construir insinuaciones mordaces en contra de Petro en cada uno de sus comentarios o, en algunos casos, integrando el comité de aplausos a las opiniones con sesgos del editorialista de turno.
Dentro de la frondosa gama de la jauría depredadora a la imagen del presidente también ocupa un sitial de respeto especial, por supuesto, la delirante oposición que lo odia desde la hora cero de su mandato, para quienes, a pesar de toda evidencia, en sentido contrario, no expresarán jamás nada rescatable durante estos 3 años y, de seguro, tampoco en el restante, aunque por tratarse de una oposición abierta y declarada, hasta resulta aceptable que se crean con suficiente licencia para ello, lo cual, a veces, traspasa los límites de la tolerancia.
Los distintos actores a los que hemos hecho referencia como agentes protagónicos de ataques a Petro, sin importar la modalidad que el francotirador escoja, ya sea a la distancia, a quema ropa o agazapado en burladero, tienen un denominador común: de ellos todo eso se espera, por los intereses económicos que abiertamente defienden y, además, les pagan por hacerlo, ya sea con pauta publicitaria, si se trata de medios, o con la financiación de las campañas políticas para llegar al congreso.
Pero, sin duda, especial comentario merece el último de los ataques, denuncia o acusación. El calificativo ya dependerá del grado de credibilidad, duda o especulación que cada uno le otorgue al contenido la carta pública de Álvaro Leyva Durán, donde, de manera casi explícita, lo tilda de drogadicto.
La actuación del excanciller Leyva Durán puede analizarse desde varias aristas, la del abuelo cansino quien, a sus 82 años, en un acto de bondad y sabiduría, intenta apartar a su nieto querido de pérfidos caminos, opción que me resisto a comprar para quedarme con la que encaja en la del político curtido que, por algún motivo serio, se encuentra resentido, y de eso sí que sobra en la relación Leyva-Petro, desde la flaca defensa que el presidente hizo de aquel frente a la persecución de la procuraduría, lo que, finalmente, condujo a la pérdida de su cargo como canciller, hasta el apoyo irrestricto a Laura Sarabia, muy por encima del que en algún momento se le brindó a él; o qué decir de las evidentes relaciones estrechas, un escalón por encima de lo que pareciera normal, con Armando Benedetti, a quien tildó, sin tapujos, de drogadicto.
Y no es que Leyva sea un catón de la moral, de quienes se dice que cuando hablan ponen a pensar a los demás, porque en su caso grave cuenta nos brindan los anaqueles judiciales del Juzgado Quinto Penal Especializado de Bogotá, cuando para el mes de abril de 1998 ordenaron su captura por presunto enriquecimiento ilícito, al no poder demostrar el origen de 50 millones de pesos que, supuestamente, provenían de un préstamo del reconocido narcotraficante, Hélmer Herrera Buitrago; o lo más reciente, referido a la citación que hará la Fiscalía al hijo de Leyva, Jorge, y a Juan Carlos Losada, director de asuntos jurídicos Internacionales de la Cancillería, quienes, al parecer, se reunieron en París para coordinar, de manera non santa, aspectos de la licitación millonaria para la elaboración de los pasaportes.
Este cúmulo de antecedentes de la estropeada relación Petro-Leyva, permite graduar de golpe bajo y matrero el proferido por el excanciller al presidente, más allá de que sus afirmaciones correspondan a la verdad que, de serlo, en todo caso, constituye un aspecto de la conducta y preferencias personales de quien decide optar por hacerlo.
Al tiempo, resulta cierto que la misiva al presidente de parte de su excanciller sí ha generado un revuelo nacional entre tirios y troyanos, lo que nos obliga a opinar acerca de que, si más allá de respetar la decisión personal de quien opta por el consumo de droga, ¿ello debe ser valorado con las mismas premisas de razonabilidad tratándose de un presidente de la república? La respuesta en nuestro caso sería, depende.
Depende, si ese consumo de droga desborda los niveles de lucidez, afectando, de manera evidente, su desempeño laboral en la toma de decisiones en el ejercicio de un cargo de tan alta majestad, porque entonces sí sería preciso apartarlo del mismo para tratarlo como un enfermo más. Pero, en el caso Petro, lo que podemos apreciar todos los ciudadanos, no contaminados de las bajas pasiones de las Cabales Palomas Polares, es que el presidente, en sus frecuentes apariciones, se muestra orientado, coherente, lúcido, de muy buen semblante, algo que nunca es frecuente en una persona que está atrapada o comienza a caer a pedazos en el sórdido mundo de la droga.