Barranquilla: Cuando la Inseguridad Roba hasta la Fe

Por: Carmelo Valle Mora

Barranquilla, ciudad de fiesta y fervor, hoy se desangra en una paradoja que avergüenza. Lo que se minimiza como percepción (que es mera sensación) se ha convertido en una realidad que golpea, saquea y humilla. El Viernes Santo, mientras miles de feligreses marchaban en procesión para honrar su fe, la delincuencia actuó impunemente, burlándose de la devoción y de la autoridad. No hay percepción aquí; hay víctimas, hay lágrimas, hay cómplices.

¿Qué clase de ciudad permite que, bajo la presencia de más de 100 uniformados, los ladrones despojen a creyentes en pleno acto sagrado? Una señora, con el rostro descompuesto, grita: «¡Me abrieron el bolso y me robaron el celular! ¡Llama, mija, llama!». Su hija responde, impotente: «Ya lo apagaron». A unos metros, un joven exclama con rabia costeña: «¡Nojoda, me robaron!». Sus voces son gritos ahogados en un mar de indiferencia. Estos crímenes, previsiblemente, no llegarán a una denuncia formal. Hoy, aquí lo exponemos; la inseguridad no es un fantasma, es un verdugo.

Es un despropósito. Mientras la ciudadanía suplica protección, los delincuentes operan, incluso ante la marcha de las autoridades. La presencia policial en el lugar, en vez de disuadir, se ve burlada. Si ni siquiera en un acto masivo, simbólico y custodiado se garantiza seguridad, ¿qué les queda a los barranquilleros?

La inseguridad no solo arrebata objetos; roba la paz, la confianza, hasta la fe. Manchar un momento sagrado con la vileza del hurto es un golpe bajo a la identidad de una ciudad que se precia de su calor humano. Pero hoy, el mensaje es claro: la complicidad del silencio termina aquí.

Exigimos respuestas. No más cifras maquilladas ni discursos tibios. Que la Fiscalía actúe, que la Policía rinda cuentas, que los líderes políticos dejen de esconderse tras estadísticas frías. Y a la ciudadanía: denuncie, alce la voz, no normalice lo inaceptable.

Barranquilla merece más que lamentos y plegarias frustradas. Merece calles donde la fe no sea secuestrada por la impunidad. Basta de robarnos hasta el alma.

¡Ni un minuto más de indiferencia!