Flagelantes de Santo Tomás: tradición viva entre la fe y el dolor

Como cada Viernes Santo, el municipio de Santo Tomás, en el Atlántico, se convierte en el escenario de una de las manifestaciones religiosas más impactantes del Caribe colombiano: el recorrido de los flagelantes, un acto de fe tan arraigado como cuestionado.

Desde las 8:00 de la mañana, los penitentes comienzan su camino desde el ‘Caño de las Palomas’, cruzan la calle de la ciénaga —también conocida como la calle de la amargura— y culminan en la ‘Cruz vieja’. Allí, ante la mirada de cientos de asistentes, completan su manda.

El grupo de flagelantes de este año está conformado por aproximadamente 25 personas, provenientes de Santo Tomás, Sabanagrande, Malambo, Soledad, Barranquilla y Palmar de Varela. Hombres y mujeres que, cubiertos con capas blancas, se azotan en público como símbolo de penitencia y compromiso espiritual.

Pero ellos no son los únicos. También participan los “nazarenos”, figuras que caminan descalzas, vistiendo túnicas moradas, coronas de espinas y cargando pesadas cruces de madera. Se suman los portadores de la llamada “copa de la amargura”, quienes caminan de espaldas, con el brazo extendido, sosteniendo una copa de vino que no debe derramarse.

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Esta tradición atrae cada año a miles de curiosos, creyentes y turistas que se ubican a lado y lado del recorrido para presenciar el ritual. Para algunos es una manifestación de profunda devoción; para otros, una práctica que desafía los límites del cuerpo humano y plantea preguntas éticas y culturales.

Pese a las críticas y controversias, los flagelantes de Santo Tomás continúan cumpliendo con su promesa, manteniendo viva una tradición que mezcla espiritualidad, identidad local y una forma única de entender el sacrificio.

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