La lluvia del pasado 11 de abril no solo trajo agua al barrio Rebolo, al suroriente de Barranquilla. También trajo frustración, miedo y una pregunta que resuena entre sus calles inundadas:
¿Por qué, pese a una inversión de más de $131 mil millones, seguimos bajo el agua?
Ese viernes, el aguacero sorprendió a los habitantes de las calles 17 y 19 con carreras 26 y 27. Encerrados en sus terrazas, vieron cómo el Arroyo de Rebolo —el mismo que el megaproyecto del Malecón del Suroriente prometía controlar— volvió a desbordarse, con la misma fuerza de siempre.
Las escenas fueron dolorosamente conocidas: agua entrando sin permiso a las casas, muebles flotando, electrodomésticos inutilizados, barro en lugar de piso, y ranas por todas partes. Para muchos, lo que debía ser el fin de las inundaciones se convirtió en una nueva decepción.
Amalia Ripoll, de 75 años, aún no termina de enumerar los daños. “¿Qué no dañó el agua?”, pregunta, mientras muestra su cocina arruinada. La nevera dejó de funcionar, la puerta del baño fue tumbada por la fuerza del agua y la de entrada ya no cierra. La tubería, reventada. Su relato no es único. En la misma cuadra, vendedores informales cuentan cómo el agua les llegó hasta las rodillas e invadió los cuartos por los que pagan $12.000 diarios para dormir.
En al menos una docena de viviendas se repitió la historia. Lo paradójico es que todo esto ocurrió a pocos metros del Malecón del Suroriente, una de las obras insignia del tercer gobierno de Alejandro Char. El proyecto, que busca canalizar el arroyo y convertirlo en un parque lineal subterráneo de 1,7 kilómetros, avanza desde el año pasado como símbolo de transformación urbana.
Pero para las familias de Rebolo, esa transformación aún no se siente. Esperaban que la obra los protegiera del agua. En cambio, se vieron enfrentados, una vez más, a la impotencia de ver su vida flotando.