Un día cualquiera

Por Walter Pimienta J.
Por Walter Pimienta J.

Aquel día iba camino a ser un día cualquiera. Era un día de marzo. Mi madre remarcaba en las hojas desprendibles del almanaque de pared, con un círculo en rojo, los días que no eran un día cualquiera escribiendo debajo de estos una corta leyenda que explicaba por qué aquel día no era día cualquiera Así , por ejemplo: 23 de febrero. Este día la gallina colorada sacó 10 pollitos. 26 de abril, fui a Barranquilla y traje los útiles escolares que le faltaban a Walter.

Pero aquel día que iba camino a ser un día cualquiera, en horas de la tarde dejó de serlo y se convirtió en un día no cualquiera. Ese día botaron del empleo a Jesús, el vecino. Trabajaba en “Muebles Jassir”, planta de colchones de la calle 30 en Barranquilla.

En las hojas de otros almanaques que ella, mi madre, coleccionaba para mandar a enmarcar en vidrio la llamativa lámina que traían, en rojo, también, había otros días remarcados con sus leyendas: 12 de marzo, hay conjuntivitis en el pueblo. 31 de octubre, Lucho, el de José del Carmen, se ganó un quinto de la Lotería del Libertador.

Jesús, era esa vez el portador de su propia mala noticia . En su casa nadie lo esperaba. Se presentó sin avisar y dos veces seguida, como para que no quedaron dudas de lo sucedido, se la repitió a Ana, su madre: “…Que me botaron del empleo. Que me botaron del empleo”- se decía sin darse tregua uniendo las diez palabras que explicaban lo acaecido. Y hasta “Flojeramona”, el perro de Ana, oyendo aquello, aulló y se hundió en la adivinanza de no saber si ladrar de la rabia o seguir aullando como si viera fantasmas.

-¿Qué hiciste? Seguro algo malo- dijo Ana y así le increpó: Ahora si nos llegó el Espíritu Santo infundado en la claridad de los platos sin comida de esta casa. Tú y tu revolución de los masas, seguro fue por eso…No te conociera.

  • No hice nada- respondió Jesús quejumbroso.

En el radio de pilas que Ana mantenía en una pequeña mesa en la cocina para oír novelas mientras cocinaba, una mujer cantaba un bolero que hablando de un cataclismo: estaba de moda (…Fue la visión de este delirio/Todo un desastre de locuras/Como si el mundo se estrellara/Un cataclismo para los dos…)
-No hice nada- recalcó Jesús.- Todo trabajo se acaba. Buscaré otro.

Jesús se adelantó a otra perorata como para contener el sirirí, y dijo:

-“Ya metí una hoja de vida en un almacén de artículos eléctricos.

Y entonces sí, le comentó lo sucedido.

Jesús se cambió de ropa y dejó su maletín de hule azul, con otras pertenencias, en su cuarto.

-Me guardas sopa- le dijo a Ana- daré una vuelta. En el maletín hay unos pesos.

Y salió dando un portazo.

Ahora, en la calle, camino al billar del pueblo, Jesús se acordaba del viejo Jassir, el dueño de la colchonería. Había apartado unos pesos de los que dejó en el maletín. Tendría para echar un chico y dos “Lucky”. También se acordaba de sus compañeros de trabajo; Gallardo, Martínez, Olivares, Ariza, eran quienes más compartían sus ideas. Y entonces se dijo:

  • El mundo no se acaba. Ya veré qué busco para aportar en la casa. El Migue todavía jornalea y algo se gana tirando machete. Que el hijueputa viejo me haya botado, no deja de ser un inconveniente-. Y tenía su voz monologante algo de resignación.

Se encontró con “Satanás” a su paso y en tono inquisitivo le dijo:

-¿Y qué, viejo Sata, viene de misa?

-Nada, viejo Chucho- respondió suspicaz el otro- Hoy le tocaba al Maligno. Leyó la liturgia.

Jesús siguió su marcha e indignado se afirmaba:

-“Sata” es un santo…se mete su vareta y no le hace mal a nadie; pero el viejo Jassir sí que es un diablo.

Desconocía mi madre lo ocurrido a Jesús y, por unos huevos que Ana le vendería, a casa de esta tuvo que ir y allí, con la amiga y considerada vecina, de viva voz se enteró de todo.
-Son los ramalazos que nos da la vida- le dijo ella. Y con esto la consoló: Ya verás. Algo buscará que hacer…Jesús es un buen muchacho.

De los ojos de Ana salieron dos lágrimas.

Jesús, con el taco en la mano, a punto de meter la bola numero 8, se acordó Ruth, su novia.

-Por ahora no habrá matrimonio- masculló- Tacó la bola y la falló.

  • La tenías de calle- le dijo un mirón que agregó: “Te va a tocar rezar el credo”.

-No me lo sé- contestó Jesús.

Y le volvieron a la memoria las palabras de su madre: “Algo malo hiciste”.

Romelio, su rival, amigo desde la niñez, metió el 8 pero falló el 9. Aun había partido para ganar.

A Jesús aun lo dominaba y perseguía la implacable imagen y la voz del viejo Jassir habiéndole dicho lo que le dijo. Y esto lo sacaba del partido.

-En la yunais, lavan platos. Allá hay chamba. Pagan bien. Puro dolarete- comentaba con despropósito Romelio acomodándose para tacar de nuevo el 9. Jesús, antes de la partida, lo había puesto al tanto.

Jesus quiso ignorar lo que le dijera Romelio, pero acotó:
-Los partiría todos. Siempre se me caen de las manos. Y de irme, antes tengo que consultarlo con la Ruth-afirmó.

Pero lea a continuación el lector, lo que en el silencio de la pausa laboral, mientras los obreros de muebles Jassir, merendaban, a espalas de su superior, Jesús, en el clamor de su propia agonía, cada día, con voz vibrante, en defensa de los intereses de los trabajadores, reclamaba airado:

-“…!Nos paga una miseria!. ¡A la huelga, compañeros! ¡La unión, hace la fuerza! ¡La huelga es el grito de los que no pueden ser oídos! ¡No hay victoria sin sacrificio, no hay huelga sin valentía! ¡La solidaridad es nuestro escudo, la huelga nuestra arma! ¡Nuestros derechos no se mendigan, se conquistan en la lucha! ¡Detrás de cada huelga hay una historia de injusticia! ¡La huelga es el eco de una voz colectiva que clama justicia! ¡No somos máquinas, somos trabajadores con derechos!
Y ocurrió que la vez en que ocurrió lo que ocurrió. Cuando Jesús, en el descanso laboral del mediodía le daba y le daba a su discurso sindical, habiendo visto en el piso unas tijeras de las que los obrero usaban para en el corte de las telas de los colchones, la cogió entre manos y, agresivo, con esta, a puñaladas, una y otra vez, arremetía contra un bulto de algodón que había en el taller, diciendo:

-¡Y si Jassir no acepta nuestro sindicato, lo cogemos así, así, así …y cada así, era una puñalada contra el bulto…
Pero ocurrió que, como un agente secreto, Jassir, desde el segundo piso, asomado al taller lo vio y escuchó todo. Y en medio de un silencio indeterminado dijo.

-¡Señor Jesús Pineda, suba inmediatamente por su liquidación!
Un mutismo patético sin más retórica, invadió el taller.
Mi madre, en tiempo presente, vino de donde Ana con los huevos que le comprara a esta y, el almanaque de pared, sobre la fecha del 23 de julio encerada en un circulo rojo, escribió: “Este día botaron del trabajo a Jesús, el de Ana”.