POR: REYNALDO MORA MORA
La cuestión frente al debate que hemos venido proponiendo, no se trata de cambiar las prácticas evaluativas actuales sino de sistema, creando una Cultura de la Evaluación, CE. Aquí utilizamos el campo de la evaluación en el sentido de P. Bourdieu, como el espacio social regulado que congrega áreas, problemáticas sociales, objetivos, posibilidades, acciones, valores, fines. Todo esto supone la existencia de un espacio conceptual, como un espacio para pensar la felicidad de los estudiantes desde el enseñar y el aprender, y además, que sean formados a su vez como buenos ciudadanos, como el único bien real que tiene como misión una Institución Educativa, IE. El currículo debe ser una herramienta asombrosamente rica en ideas-posibilidades reales, donde todo sea inmediatamente reconocible como de él y de la IE, porque dentro de él todo cambia permanentemente, lo que viene a impactar al contexto en sus actores: cosas, sensaciones, sentimientos, personas, ideas, acontecimientos, articulaciones, culturas, que tienen vida y forma por su poderosa y coherente relación histórica y sociocultural con el entorno social.
El currículo como una obra de arte hace vibrar todo lo anterior y trascender el propósito misional de las instituciones. Estas aportan conceptos, como el de currículo y evaluación, a partir de los cuales se debe organizar una línea de investigación: la formación de buenos ciudadanos, como el principio curricular que se concibe como la tradición constitucional, que prioriza esta atribución a la educación en cada nivel del sistema educativo. A medida que la sociedad se complejiza y que las interdependencias se expanden hay que reconocer la importancia del contexto para desarrollar y fortalecer la Formación Integral, FI. Es la mira de base, que deja sentirse como lo que amenaza la instrumentalización y estandarización de los procesos evaluativos. Por ello, hay que construir una Evaluación Contextualizada y Pertinente, ECP que responda a una Nueva Cultura Evaluativa, para poder frenar ese desvarío instrumental y voraz que se acerca a los planteles para robarles sus autonomías. La indiferencia moral de este instrumentalismo y estandarización es interesante advertirlo por sus efectos perversos en la formación de buenos ciudadanos, pues ese evaluar oficial, es moralmente indiferente ante esta misión constitucional e indiferente ante las Problemáticas Sociales, PS. Por ello, advertimos que este instrumentalismo estandarizante puede ser en lo formativo un “bien” peligroso, cuyo uso implica rasgos contra lo que desea la Constitución Política de 1991 en sus artículos 11 al 40, 67 y 95.
Por eso, como educadores críticos, convendrá precavernos y mirar con cautela todo lo oficial evaluativo, especialmente, cuando a la educación se le han impuesto los criterios de las competencias empresariales, pues a estas no se les puede considerar ilusoriamente neutras, ajenas a una carga de valor, dado que ese instrumentalismo rebaja, (que apoya el mercado) el espíritu que anima la autonomía y la crítica de docentes y estudiantes, inspirando y promoviendo un espíritu negativo, bien ejemplificado en el afán de lucro y consumo de las empresas para con la sociedad. He aquí el peligro y nuestra crítica que viene a renglón seguido: ese instrumentalismo estandarizante quiere hacer de los estudiantes, lo que la empresa hace con el consumidor: saciarlo de sus intereses para degradarlo moralmente. De ahí que se diga que una evaluación en tal sentido, es tecnicista, animada por el espíritu tecnocrático, porque define un modelo instrumental del conocimiento y de la enseñanza, y por supuesto del currículo. Nuestro criterio y nuestra crítica: se percibe tanto en la vida de las instituciones educativas como en la de los docentes y estudiantes, que ese instrumentalismo como síntoma ha permeado dañinamente todo el sistema educativo. Esta Nueva Cultura debe tener propósitos específicos capaces de ser llevados a cabo, y no palabras vacías como son la estandarización y el instrumentalismo de las Pruebas ICFES y el discurso oculto de las competencias empresariales vertidas en la Escuela. Nuestra critica pretende ser pertinente, que nos haga comprender la importancia que como docentes tenemos de acabar con esa homogenización de la evaluación, para pensar en una Cultura de la Evaluación Contextualizada y Pertinente, que vaya con más claridad hacia las Problemáticas Sociales. Ese instrumentalismo es la visión de la pobreza persistente de la cultura empresarial, que considera a la Escuela como una empresa, y a sus rectores como gerentes. Hasta ahora tenemos este discurso frente a las instituciones educativas que deben cubrir las necesidades básicas de las empresas.
Tenemos que resistirnos a pensar ese instrumentalismo estandarizante porque no es garantía para la formación de buenos ciudadanos. Tenemos que resistirnos a participar del discurso empresarial, supuestamente formativo. El sistema educativo duerme. Tenemos que despertarnos de este sueño agitado. Tenemos que criticar con bastante detalle el concepto de evaluación que nos permita tener una idea de la estructura de la relación currículo y evaluación: ¿cómo se llega a acopiar un conjunto de articulaciones de aspectos conceptuales o de herramientas teóricas y metodológicas, que permitan la construcción de evaluaciones contextualizadas y pertinentes con la realidad social de un determinado contexto? Las formas, los caminos, los estilos para llegar a ello son múltiples, porque se entrecruzan enfoques, autores, temáticos, inquietudes e influencias a lo largo de su construcción. Por ello, los contextos con su diversidad y complejidad social exigen cierto respeto y se resisten a ser reducidos a estancos instrumentales y estandarizados.
Hay que incursionar en las realidades del contexto, con sus tradiciones, valores, inquietudes para indagar, investigar inmersos en él, ir construyendo evaluaciones contextualizadas en la búsqueda por intentar comprender cómo se producen, cómo se expresan, cómo se significan, se deconstruyen y resignifican pensando las PS. Es el movimiento ético de toda evaluación. En consecuencia, creemos que los criterios del evaluar instrumental y estandarizado remite a la desigualdad social desde la Escuela, adoctrinada para avasallar a los otros, (que son los pobres, como los más desfavorecidos por la irresponsabilidad estatal) a través del discurso de las competencias empresariales del saber hacer vertidas en las pruebas estatales. Frente a ello nos preguntamos: ¿cuál es la distinción entre buenos y malos resultados? Ninguna respuesta es válida porque al fin de cuentas, la evaluación debe contribuir con la formación de buenos ciudadanos, para que en la presentación como personas ante la sociedad sean éticamente responsables. Este es el criterio que debemos priorizar, que es el propósito misional constitucional.
Por ello, una ECP habrá de significar la dignificación de lo individual, como una pieza liberadora, para impedir que se siga “formando” y evaluando bajo los criterios de la evaluación instrumental-técnica. En tal sentido, debemos neutralizar e inmunizar a las instituciones de educación públicas contra esa desigualdad social, buscando nuevas y mejores formas de evaluar. Por ello, conviene superar esa tecnocracia evaluativa: esta es y debe ser la meta de los educadores críticos para proclamar el derecho a la resistencia frente a esas prácticas implementadas por el Icfes. Es la necesidad imperativa, que es ética, que como educadores no reprimamos lo que cada estudiante lleva en su interior, que lo muestra como su aprendizaje social (en los mejores términos del Paradigma Alemán de la Educación y la Formación, planteado por el pedagogo Brezinka), que se ve apoyado por el CCP. Este es el golpe pendular que como educadores críticos debemos dar. Es el fuerte énfasis en la autonomía de la Escuela y en el libre desarrollo de la personalidad.
Esta interdependencia de Currículo y Escuela significa al mismo tiempo que los estudiantes, cada uno de ellos representan separados, un conjunto de valores que se corresponden con su ser y con el ser del contexto. Por ello, hoy en día presenciamos un afán de la política educativa de convertir a la Escuela en una empresa productora de seres “competentes” (para competir y avasallar al otro) para el desempeño productivo a expensas y olvido de las capacidades para ser buenos ciudadanos, según los cánones de nuestra Carta Magna. Esta es y debe ser la preocupación por el desarrollo de la función académica del clima cultura que articula la Escuela con las PS de la sociedad: es la energía constitucional.