Por RENIER BARROS ESCAMILLA
La evaluación en el sistema educativo se ha convertido en una carrera de obstáculos donde los estudiantes deben saltar estándares que poco tienen que ver con sus realidades. En Colombia, la lógica de las pruebas estandarizadas ha impuesto un modelo en el que evaluar significa medir, clasificar y etiquetar. Pero, ¿qué pasa cuando este modelo ignora el contexto de los estudiantes y sus realidades sociales? ¿Cómo se puede hablar de calidad educativa si la evaluación no reconoce las diferencias, las historias y los talentos de quienes aprenden? El doctor Reynaldo Mora Mora plantea una crítica profunda a este sistema de evaluación mecanizado, que más que formar, impone un criterio de eficiencia propio del mundo empresarial. En esta lógica, la educación se convierte en un proceso de producción donde los estudiantes son vistos como productos que deben cumplir con unos requisitos predefinidos. Así, la evaluación deja de ser un proceso formativo para convertirse en un filtro que separa a los “buenos” y “malos” estudiantes según criterios impuestos desde oficinas alejadas de la realidad educativa del país.
Evaluación sin contexto: un sistema que excluye. Imaginemos a un estudiante de una zona rural en la Guajira, donde el acceso a la tecnología es limitado, enfrentando una prueba diseñada bajo las mismas condiciones que para un joven en Bogotá con acceso a bibliotecas y herramientas digitales. Ambos son medidos con la misma vara, sin que se considere su entorno, su historia o sus oportunidades. Esto no solo es injusto, sino que además perpetúa la desigualdad en el acceso a la educación. El problema de fondo es que el sistema educativo colombiano ha adoptado un modelo donde la evaluación está diseñada para satisfacer las necesidades del mercado y no las del aprendizaje. Mora Mora lo señala con claridad: el currículo y la evaluación se han alineado con un discurso empresarial que prioriza términos como “eficiencia”, “competitividad” y “productividad”, olvidando que la educación debe formar ciudadanos críticos, no solo trabajadores calificados para el mercado.
Pensar la evaluación desde la realidad. ¿Qué pasaría si en lugar de seguir midiendo a todos los estudiantes con los mismos criterios, repensamos la evaluación desde el contexto? Una evaluación verdaderamente formativa debería reconocer los saberes locales, valorar la creatividad y permitir que los estudiantes se expresen según sus talentos. Esto no significa eliminar los estándares, sino hacerlos flexibles, adaptándolos a las diversas realidades del país. La evaluación debe servir para mejorar el aprendizaje, no para castigar a quienes no encajan en un molde preestablecido. No podemos seguir evaluando desde la lógica de la competencia, sino desde una perspectiva que fomente la reflexión, la crítica y el desarrollo personal. Un sistema educativo que no reconoce la diversidad de sus estudiantes está destinado a fracasar en su propósito de formar ciudadanos integrales.
Hacia una evaluación con sentido humano. La educación no puede reducirse a la acumulación de puntajes en pruebas diseñadas bajo una lógica mercantil. Debe ser un proceso vivo, donde la evaluación sea una herramienta para el crecimiento y no una sentencia de exclusión. La crisis de la educación en Colombia no se resolverá con más exámenes, sino con una enseñanza que valore a cada estudiante en su individualidad, en su contexto y en su potencial.
Si realmente queremos transformar la educación, debemos empezar por cambiar la forma en que evaluamos. No podemos seguir midiendo a los estudiantes como si fueran números en una estadística. Evaluar debe ser un acto de reconocimiento, no de castigo. Debe ser una oportunidad para construir, no para dividir. En definitiva, la evaluación debe volver a ser lo que siempre debió ser: un puente hacia el aprendizaje, no un muro que lo obstaculiza. Este texto hace parte de los Talleres de Lectura y Escritura en Procesos Curriculares con estudiantes de la Licenciatura en Ciencias Sociales de la Universidad del Atlántico (I-2025).