POR: Karolina E. Avendaño Sánchez, Rossy A. Henao Daza
La evaluación del aprendizaje es un elemento central del currículo ya que contribuye a implementar procesos de mejora continua, permitiendo reconocer e identificar áreas que requieren actualización o rediseño para responder a las necesidades sociales del entorno. La evaluación actúa como un puente entre los objetivos curriculares y las prácticas pedagógicas, promoviendo una reflexión crítica y continua de una propuesta formativa, con miras a alcanzar procesos formativos pertinentes. Uno de los factores que explican que la evaluación se destaque como elemento importante del currículo, es la comprensión por parte de los profesionales de la educación, de que lo que en realidad prescribe y decide el «qué, cómo, por qué y cuándo enseñar» es la evaluación, originando una «cultura de la evaluación» que no se limita a la escuela, sino que se extiende al resto de las actividades sociales. En el ámbito educativo se desarrolla desde los procesos de aprendizaje de los estudiantes, la evaluación del currículo y prácticas docentes.
En este sentido es preciso señalar que bajo esta perspectiva la evaluación adquiere una nueva dimensión de responder a un proceso de formación integral lo que quiere decir; que no se puede reducir a una simple cuestión metodológica, a una simple «técnica» educativa, no tiene sentido por sí misma, sino como resultante del conjunto de relaciones entre los objetivos, los métodos, el modelo pedagógico, los alumnos, la sociedad, el docente, el contexto, etc. Gimeno Sacristán (1992), advierte que el estudio de la evaluación implica hacer el análisis de toda la pedagogía que se practica, pues abarca: la transmisión del conocimiento, la relación estudiante- docente, métodos que se practican y valoración del individuo en la sociedad, entre otros que configuran el ambiente educativo, evidenciando así, la compleja interrelación de elementos que integran el proceso evaluativo.
Esta concepción de evaluación como un proceso sistemático, continuo y permanente puede contribuir junto con otros medios, a avances en la democratización real de la enseñanza, a través de la búsqueda y obtención de información de diversas fuentes acerca del desempeño, avance, rendimiento o logro del educando (María Casanova, 2008), o sobre la evaluación misma, así y desde referentes no sancionatorios, permite a los docentes por un lado, ayudar a los estudiantes a superar sus dificultades diagnosticadas a través de diversas estrategias de evaluación o reforzar sus puntos académicos o formativos fuertes, mientras que por otro lado, también permite evaluar los ya mencionados instrumentos de evaluación aplicados a los estudiantes. Un concepto amplio y flexible sobre la evaluación educativa, permite a los diversos miembros de las instituciones educativas tener una visión clara del significado que deben adoptar sobre la evaluación. Y, en consecuencia, este nos lleva a tomar posición crítica sobre el significado de la debatida calidad de desempeño con la que se genera tensiones en el ámbito curricular de la evaluación, debido a que existen una serie de orientaciones que el gobierno y los órganos de control han dispuesto, en donde se mide la calidad del desempeño como un “saber hacer en contexto” y por otro lado se plantea “la autonomía curricular” que desde la Ley General de Educación de 1994 se le brinda a las instituciones educativas, enfocando una formación hacia el desarrollo de una transformación sociocultural de la población estudiantil y de su entorno.
En el anterior contexto, se intenta través de la presente reflexión, presentar una posición crítica sobre la evaluación educativa a nivel institucional y nacional, para ello, se tendrá en cuenta diferentes puntos de vista de docentes e investigadores que se han pronunciado sobre este referente. Desde una mirada preliminar, producto de construcciones teóricas sobre el tema evaluación educativa, es preciso anotar que las evaluaciones aplicadas actualmente en las instituciones educativas y más explícitamente en las de carácter oficial en Colombia, no posibilitan una formación integral en sus estudiantes, dado que a partir de los resultados de evaluación se generan acciones de aprobación o reprobación, reconocimiento, exclusión, progreso y validación, asumiendo la evaluación únicamente, como medio para asignarle una nota de promoción al alumno, ya sea porque respondió acertadamente o no ante un examen escrito, entregó o no un trabajo en compromiso, mostró o no una libreta con todas las lecciones, o simplemente por ser valorado desde una mirada no sistemática como un estudiante indisciplinado, una calificación de deficiente o insuficiente es apropiada para corregirlo y hacerlo caer en la cuenta que evidencia insuficiencias en su formación académica y/o convivencial.
En este sentido se retoman las ideas de Foucault (1988), quien afirma que la evaluación evidencia la “jerarquía que normatiza, que vigila, que castiga, que controla, y para sus efectos hace presencia la ceremonia del poder y la forma de la experiencia, el despliegue de la fuerza y el establecimiento de la verdad”. (p. 189). La evaluación vista así actúa como un mecanismo de control con los que se regula comportamientos, produce normas, refuerza las relaciones jerárquicas entre docentes y estudiantes y establece criterios y estándares que normalizan qué es aceptable o esperado. En esta medida es necesario entender que la evaluación debe constituirse en indicador que brinda herramientas para reconocer el grado de avance de los procesos de enseñanza, aprendizaje y formación de los estudiantes, a la vez que le permite al docente valorar su propia labor y reflexionar en torno a ella para reorientarla, de manera que contribuya, significativamente, a mejorar los procesos de enseñanza en el aula y para promover un mejor aprendizaje.
Tal como lo mencionan Díaz Barriga y Hernández Rojas (2000) “la evaluación del proceso de aprendizaje y enseñanza es una tarea necesaria, en tanto que aporta al profesor un mecanismo de autocontrol que la regula y le permite conocer las causas de los problemas u obstáculos que se suscitan y la perturban”, en este sentido las prácticas evaluativas influyen de manera directa en las prácticas de estudio (formas particulares de estudiar) que emplean los estudiantes y en la forma en que asumen la evaluación misma. La evaluación, entendida como componente del currículo, debe ser continua y permanente, realizarse mediante un diagnóstico y a través de un proceso, asumido por el estudiante y por el maestro, el cual es un mediador esencial de la cultura, y este debe apropiarse de herramientas teórico-prácticas y conceptuales para que la evaluación y promoción apunten a la calidad humana verdaderamente integral Ceid Adida (2009).
La evaluación, además, como lo plantea el profesor Reynaldo Mora (2025) debe participar en la búsqueda del análisis crítico de las problemáticas sociales que asuma una Institución Educativa. De esta manera se propone una visión de la evaluación educativa como un proceso que trasciende la mera medición de resultados académicos para convertirse en una herramienta de transformación social. Según este enfoque, la evaluación debe fomentar el análisis crítico de las problemáticas sociales, vinculando el aprendizaje con los desafíos que enfrenta una comunidad o sociedad en general. Esta concepción que el docente adquiere sobre evaluación, repercute necesariamente en la importancia que se le otorga a la misma dentro del proceso formativo del estudiante. La evaluación no debe limitarse a calificar o cuantificar el desempeño individual, sino que debe promover un pensamiento reflexivo y crítico en los estudiantes. Esto implica identificar y cuestionar las estructuras sociales, económicas y culturales que perpetúan desigualdades o injusticias; relacionar los contenidos académicos con los problemas reales que afectan a la comunidad y estimular el desarrollo de competencias para analizar, interpretar y proponer soluciones a estas problemáticas. Lamentablemente es posible afirmar que el acto evaluativo llevado a cabo por un importante porcentaje de maestros difiere del objetivo formador y transformador que en la actualidad se le otorga a la evaluación (Un ejemplo de ello, son las pruebas estandarizadas que se emplean para la medición de conocimiento donde se asume “que todos los estudiantes aprenden los mismo y de la misma manera” (Sánchez, 2008); desconociendo las características personales y socioculturales de los estudiantes.