Por GREGORIO TORREGROZA
Frente a los últimos acontecimientos acaecidos, donde se destaca el del hundimiento de la reforma laboral, todavía resulta insuficiente el tiempo de reflexión para poder concluir si Gustavo Petro es un hombre con mucha suerte e injustamente afortunado o, por el contrario, si es que la oposición, representada en esta ocasión por cada uno de los ocho senadores de la comisión séptima, encargados del trabajo sucio, todos ellos con destreza sepulturera y de distintos pelambres ideológicos, pero con similares rasgos que denotan poca altura académica, tendrá algún nivel de conciencia acerca de los límites del ser humano para no abusar de su capacidad de torpeza. Tal vez, el único al que se le puede justificar tal atropello es al senador Alirio Barrera, no porque solo haya alcanzado a cursar su primaria incompleta, sino por la obstrucción que seguramente opera sobre sus ideas por culpa del sombrero siempre engastado en su testa.
La referencia a la suerte de Petro y su condición de injustamente afortunado viene determinada por la torpe decisión de la comisión séptima de hundir la reforma laboral, ya que este hecho oxigena su prestigio, en franco deterioro. Sin duda alguna, por culpa de sus últimas y pésimas decisiones, que con seguridad no serán las últimas, como esa de alinearse a ultranza con Armando Benedetti, o la de ungir a Laura Sarabia en las más altas cúspides del poder central, una casi adolescente advenediza recogida a prisa una vez abandonada en la orilla del camino por sus anteriores mentores, desoyendo, con esto, a sus correligionarios e ignorando voces autorizadas, lo que le ha valido una baja estrepitosa en la cotización de las acciones de su prestigio.
Pero él, encogido de hombros, ha seguido rumbo al precipicio al mejor estilo de los anteriores, a quienes, por lo menos, habrá que agradecerles que nunca nos hablaron de cambio, ni se presentaron como revolucionarios, socialistas y, menos, de izquierda, pero que sí gobernaron con los mismos con quienes hasta ahora sigue gobernando el presidente “del cambio”. Hecho que prueba una ignorancia o inocencia supina, pues se está quedando con el pecado y sin el género. Pecado, como el de entregar a manos llenas el poder y los ministerios a los partidos contrarios, y sin el género, porque a pesar de Benedetti, nada que salen adelante las reformas, mientras que estos contrarios siguen pegados al libreto de siempre, darle palo y tumbarle las reformas.
Sin embargo, a pesar del caótico panorama ya descrito, la decisión de la comisión séptima del senado de archivar el proyecto de reforma laboral, termina siendo la fuente de estridencia que, como especie de sonido de campana ensordecedora anunciando el inicio de un combate, obliga a cada uno de los contendores a ubicarse en actitud de defensa y ataque; y este escenario, que nada le envidia a uno pugilístico, es el que le viene como anillo al dedo al señor presidente para reverdecer laureles frente a sus decepcionados electores, pues al plantear la figura constitucional de la Consulta Popular, como mecanismo de participación democrática y ciudadana, para neutralizar la movida de los ocho filipichines muy bien adiestrados y pagados, está asestando un certero uppercut a la mandíbula de los opositores, debido a que la reforma laboral por sus bondades se defiende sola.
Pero, más allá de las bondades de la reforma que facilita su defensa, la convocatoria de la consulta es la excusa adecuada para que Petro haga lo que mejor sabe, y le luce hacerlo, acudir a las plazas públicas y, una vez atestadas, su discurso retórico y cautivador será la mampara perfecta para ocultar o, por lo menos, adormecer por buen rato la fatalidad de sus errores, con lo que podrán seguir gobernando, por lo que falta de su mandato, Laura Sarabia y Benedetti, mientras Jaime Bateman se revuelca en su sepultura, al tiempo que se pregunta en qué carajo está pensado Gustavo Petro, que pocas bolas le ha prestado a sus camaradas, que ni siguiera ha tenido la delicadeza, honrando la memoria de su máximo líder histórico, de llamar al gobierno a su sobrino Alfredo Bateman.
Pero esa torpeza de Petro, al equivocar el camino que le permita superar las adversidades que le han cruzado sus detractores políticos durante estos casi tres años de gobierno, lo muestra como el mandatario incapaz, con precaria astucia para gobernar, que se dejó acorralar por los medios, a los que nunca supo enfrentar, queda en pañales frente a la torpeza del senado y, de manera particular, a la comisión séptima, pues repugna a toda lógica que un grupúsculo de solo ocho personas, contaminadas de todos los vicios posibles de los políticos de nuestro medio, tengan la potestad de echar por la borda los beneficios a favor de los trabajadores contenidos en la reforma laboral.
La Consulta seguramente triunfará, porque cuesta creer que la clase trabajadora, representada por muchísimos más que la totalidad de empresarios, se deje arrebatar las bondades de la reforma, la cual refuerza los derechos de los trabajadores frente a despidos injustificados, aumentando las garantías legales y minimizando las prácticas abusivas; defiende la inclusión de jóvenes y mujeres, creando incentivos por su contratación; establece el contrato a término indefinido como regla general para la contratación; incrementa la indemnización por despido sin justa causa; reduce de 48 a 42 horas la jornada laboral; restablece los recargos nocturnos y el pago de los dominicales, prebendas de las que siempre se beneficiaron los trabajadores desde el año 1950, hasta cuando la nefasta ley 789 de 2002, del primer mandato de Uribe que, entre otros muchos atropellos, estableció la jornada diurna de trabajo de 6 a.m. a 10 p.m., con lo que cercenó las horas extras, pues la jornada nocturna se estableció, sin vergüenza alguna, entre las 10.p.m. y las 6 a.m. Vale aclarar que para el año 2017, nuevamente, se modificó el horario diurno y se estableció de 6 a.m. a 9 p.m. Por eso, a pesar de Petro, debemos defender la reforma.