Por: Carmelo Beleño
En las aulas de la primera educación escolar en muchas ciudades de Colombia, donde los niños deberían experimentar el aprendizaje como una aventura placentera, varios pequeños con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), y otras condiciones especiales viven un auténtico calvario. La falta de instituciones especializadas para atender sus necesidades particulares ha llevado a que sean incluidos en aulas convencionales bajo el modelo de «educación inclusiva», una estrategia bien intencionada, pero ineficaz si esta no está acompañada de los recursos adecuados. En este contexto, las diferencias cognitivas y conductuales de los niños especiales, no solo afectan su proceso de aprendizaje, sino que también generan dificultades en la dinámica de las aulas.
El principio de inclusión en la educación pretende garantizar la igualdad de oportunidades para todos los niños, sin importar sus diferencias cognitivas o emocionales. Sin embargo, en la práctica, este modelo muchas veces se traduce en una integración forzada, carente de los apoyos necesarios para que los estudiantes con condiciones especiales, puedan desarrollar su potencial. Muchos docentes no cuentan con la formación para manejar un aula donde conviven niños con y sin necesidades especiales. El resultado es una educación desigual: los niños especiales no reciben la atención personalizada que requieren, mientras que sus compañeros pueden ver afectados sus propios procesos de aprendizaje debido a la constante interrupción de la dinámica de las clases. A esto se suma la carencia de materiales didácticos adaptados y la ausencia del acompañamiento permanente por parte de psicopedagogos o terapeutas especializados. En muchas instituciones, la respuesta a las dificultades de estos niños se limita a la imposición de normas rígidas de comportamiento, sin una comprensión real de su condición, lo que genera frustración, ansiedad y un sentimiento desalentador.
El impacto de la falta de atención especializada para niños con condiciones especiales en los llamados entornos inclusivos es profundo y preocupante. Desde el punto de vista emocional, muchos experimentarían baja autoestima al no poder cumplir con las expectativas académicas y sociales establecidas. En algunos casos, la frustración los lleva a desarrollar problemas de conducta más severos, lo que agrava aún más la percepción de que son «problemáticos» o «difíciles».
Por otro lado, sus compañeros también enfrentan desafíos. Aunque la convivencia con niños especiales puede fomentar valores como la paciencia y la empatía, en un aula sin estrategias adecuadas, puede derivar en conflictos constantes. Los docentes, sobrecargados de trabajo y sin formación en educación especial, terminan en una lucha constante por mantener el orden, sacrificando la calidad educativa para todos.
Ante este panorama, es imperativo replantear el modelo de educación inclusiva, que no sea por cumplir con una cuota de modelos gubernamentales propuestos en campañas electorales, para que realmente cumpla su propósito de garantizar una enseñanza equitativa y efectiva. Algunas soluciones claves incluyen la creación de aulas especializadas donde los niños con condiciones especiales puedan recibir refuerzo individualizado antes de incorporarse a la dinámica general del aula, así como la formación docente en estrategias pedagógicas adaptadas a los niños de otras condiciones neurodivergentes, incluyendo técnicas de enseñanza multisensorial, regulación emocional y manejo conductual positivo.
Cada escuela debe contar con un equipo de especialistas en psicología y educación especial que brinden acompañamiento constante, tanto a los niños como a los docentes y familias involucrados.
Incorporar recursos educativos diseñados para niños especiales, como herramientas visuales, actividades interactivas y metodologías basadas en el juego, que favorezcan su concentración y aprendizaje.
Implementar horarios y estructuras más dinámicas en el aula, con tiempos de descanso, espacios de relajación y actividades físicas que ayuden a los niños a canalizar su energía y también el número de estudiantes en el aula.
Se requiere una inversión real en infraestructura educativa, docentes capacitados, psicopedagogos o terapeutas especializados y los programas especializados que aseguren el acceso a una educación de calidad para todos los niños, sin que ello implique sacrificar el bienestar de ninguno.
El problema de la educación de los niños especiales no se resolverá simplemente agrupándolos con sus compañeros sin síntomas bajo el rótulo de la «inclusión». Una verdadera educación inclusiva debe reconocer las diferencias y brindar herramientas para atenderlas con justicia y equidad. La solución pasa por la implementación de programas especializados, la capacitación de docentes y el fortalecimiento del acompañamiento psicopedagógico. Solo así se logrará que las escuelas sean un espacio donde todos los niños, sin excepción, puedan aprender y ser felices como debe ser una verdadera inclusión.