“El malherido»

Walter Pimienta.

Por: Walter Pimienta

Él prefirió que escuchara una mentira piadosa

A Edith, a David, a Auristela (“la Miniatura”)y a “la Cachaca”, que le sobreviven.


El silencio que reinaba esa tarde y a esa hora, seis y treinta y tres minutos con treinta y tres segundo, en casa de Manuel Antonio Echeverría, tenía su lógica razón de ser. Afuera, en la calle, el mundo (yo diría mejor, la gente), se ocupaba en sus propios asuntos y cada quien, guardándose sus resabios muy adentro suyo, no ponía al alcance de los demás sus problemas para comentarlos por necesidad o necedad y porque también ese mismo mundo, frío y poco humano, había desistido hacía años de ser sentimental hasta el punto de que las voces de los cantantes de boleros no se oían graves ni se quebraban emocionadas en los discos y, los discos, a su vez, de tanto decir lo mismo de siempre, se rayaron y ya no removían ni recuerdos ni añoranzas.
Horas atrás, marzo se había deslizado en la media mañana de ese domingo con el belicoso y repetido canto de los gallos de pelea que se resistieron a la última peste y, antes de salir para la gallera, por insinuación de Inés Aminta, su mujer, Manuel Antonio oró a su manera y le pidió a San Francisco de Asís, el tutor de los animales, para que le fueran bien a su giro en la riña pues desde previos, tenía rival en espera.

-Apúrense, pelaos, si quieren estar en la pelea. Yo, ya estoy listo. Es más, si no se aligeran y dejan la flojera, se perderán del espectáculo de ver cómo mi giro pata e’ pato mata en menos de un segundo a esa avestruz que le van a echar hoy- dijo Manuel Antonio a “el Nono” y a David, sus mozalbetes hijos con voz imperiosa y depositando en el animal toda su fe al tiempo que poniéndose un sombrero de fieltro, después de contar escrupulosamente varios billetes que se guardó en uno de los bolsillos, displicente y huraño, se dio frente al espejo dos cachetaditas con “Agua de Alhucema” regeneradora.
Salió en consecuencia el gallero apresurado con su gallo entre manos y, ya en la calle, gritó:

-¡Hasta luego Inés, no te olvides de la vela a San Francisco.
Inés Aminta se persignó, besó el crucifijo que le colgaba de su cuello y le dijo a su marido:

-Hasta luego, mijo. La virgen te acompañe y ojalá ganes.
…Y, acción seguida, laboriosa como una hormiga, agarrando un trapo que tenía al alcance de la mano, ella, nerviosa, se puso sacudir el polvo que la brisa de marzo había depositado en los muebles de la sala y en los cristales de la vitrina, y luego regaría con amoroso cuidado su doméstico jardín formado por treinta siete matas de geranio, quince azaleas, diez novios, siete begonias, cinco rosas y dos cayenas; sin dejar de atender su fauna casera compuesta por “Kaiser”, un perro criollo; un gato, dos turpiales, un toche de río, un mochuelo, tres canarios; quince gallinas, dos pericos, un gallo basto y manpolón, una cotorra, un cerdo capao, un burro, un ternero, una vaca y una mula y aún le sobraba tiempo para ponerle la vela a San Francisco de Asís.

“El Nono” y David, entretanto, ocupados en ocios y perezas juveniles, el tiempo pasaban entonando vallenatos y rancheras y, con espíritus calmos, haciendo del acto de vestirse toda una ciencia, como para ir a un baile se empingorotaron y por fin, cuando les vino en gana, con rumbo a la gallera salieron exhalando en sus núbiles rostros un aire triunfalista.

Demos por ignorado qué profecías y qué vaticinios de victoria llevan el par de hermanos en sus mentes cuando, de pronto, sin haber llegado a la gallera todavía, se toparon con Manuel Antonio de regreso a su casa trayendo escondido entre brazo y axila una cosa grande y emplumada.

•   ¿¡Y qué,  ya ganaste!?- le  preguntaron  en  coro casi  calculado los hijos al  padre y  este,  sin mirarlos a  la cara siquiera,  imperturbable,  sin detenerse, derecho siguió su  camino y  con  voz hierática les dijo:
•   
•   ¡Viene malherido!

Ante aquella respuesta, “el Nono” y David dedujeron que el gallo de la casa había ganado su pelea y como ya no tenía atractivo para ellos llegar a la gallera, cambiaron de planes y de rumbo y, en tal caso, mirándose el uno al otro, sin pensarlo dos veces, jugando cucurubá, jugando buchácara, jugando “diablito, siglo y dominó, felices eternizaron el domingo bebiéndose además, por ahí, una que otra cerveza. Y, más tarde, cuando el sol vencido por el paso de las horas perdió su respeto y la noche se vino sin atajos, los hermanos, satisfechos levantaron asientos pues un brusco y súbito apetito les hizo orientar vela y tomaron camino a su casa en busca de las magnificencias culinarias que Inés Aminta, paciente y maternal, como siempre, de buena gana, les preparaba los domingos y les dejaba servidas y tapadas en la mesa de comedor frente a los puestos de cada uno.
Alegres como un tiple, entraron los dos hermanos a la silenciosa casa, dijeron ¡Buenas!…Pero nadie les contestó. Un ambiente frío y cortesano reinaba en el comedor y, a la voz de…!Comamos!…Estos se sentaron a la mesa.

David apuró medio vaso de agua servido de una jarra de cristal. “El Nono” fue el primero en destapar su plato, este resplandecía con un apetitoso guiso y un arroz humeante que esparcía en el aire un aroma agradable.
“El Nono” detalló con ojos de sorpresa lo servido, levantó la cabeza, miró a David y con voz de asombro y escandalo dijo:

-¡David, arroz de gallo!…Y enseguida se llevó una mano a la boca.
David destapó el suyo y, ante lo que vio, hizo un gesto de recogimiento y de rechazo y solo alcanzó a decir:

-Entonces, “Nono”, el gallo de papá no vino malherido. Al gallo de papá lo mataron…Y en el momento mismo, Manuel Antonio, acostado en su cama de hiero filosófica, desde su cuarto contiguo al comedor, en tono desolador exclamó:

-Coman callados. Rematen al muerto…Y recuerden que de la pérdida queda ganancia.