Por Álvaro Cotes Córdoba
El país, a través de la extinta revista VEA, se enteró ese día que en Santa Marta existía un hombre que había cometido el delito de bigamia. Mario, a pesar de haberse casado con la joven, se casó tres meses más tarde con una mujer mayor, pero adinerada, que conoció y a la cual también había atraído, razón por la cual reapareció con un vehículo lujoso y luciendo prendas de vestir costosas y joyas, al estilo de los mafiosos de la época de la bonanza marimbera.
El escándalo, por supuesto, hizo que tanto la señora adinerada y la joven pre universitaria, rompieran de inmediato todas las relaciones con él. Por un tiempo permaneció oculto, para no ser detenido por ese delito. Durante casi un año no se supo más nada de él ni siquiera por el sector residencial donde había crecido. En varias oportunidades le pregunté a su hermano y en todas me contestó que ni él sabía dónde andaba.
Cuando ya todo el mundo se había olvidado de la noticia que lo perjudicó, reapareció y en esta ocasión con un engaño a sus padres y hermanos menores. Le había falsificado la firma a sus padres y había sacado otra escritura a la casa donde siempre vivieron y se la había vendido a un paraco pesado de la ciudad con asiento en la Sierra Nevada. Sus padres y hermanos supieron, porque el paraco con sus guardaespaldas armados se presentó un día antes ellos y les sugirió que les daba un plazo de dos meses, para que se mudaran y les desocuparan la vivienda, porque él era su nuevo dueño y les mostró la escritura con los poderes que supuestamente ellos le dieron a él, para que vendiera la casa.
El padre de Mario se dirigió enseguida a su alcoba, para buscar la escritura original que guardaba en un baúl con candado y demostrarle al paraco que su escritura era falsa, pero no la encontró. Mario se la había robado y destruido, para hacer una nueva, a su acomodo. Dejó a su familia sin casa, una enorme vivienda de dos plantas que todavía luce igual en el mismo lugar de la calle 22 o avenida Santa Rita.
Mañana, cuarta y última entrega…