Por: Walter Pimienta
“Si crees en la reencarnación, no te rías de la fealdad del sapo!” — Roberto Fontanarrosa. Humorista gráfico y escritor argentino 1944–200
En Peoresná (así se llama el pueblo), nació, hace algún tiempo, un niño que desde que vino al mundo, pintó lo que de adulto sería: un hombre feo. Sus padres, por 12 años, quisieron ocultarlo pero un día, cuando el muchacho por un descuido de puerta abierta salió a la calle, medio pueblo primero, y el otro medio después, se dio cuenta que este, en verdad de verdad, y sobre todas las verdades habidas y por haber, era feo de pie a cabeza.
-Es un monstruo- decía la gente en las esquinas al verlo. Y apartaban la vista.
-Es un endriago- decía de este el profesor Bartolo, sabio en sinónimos y antónimos de crucigramas.
-Por la catadura, decía Marco Tulio Cicerón, el hombre más elocuente de Roma, se conoce la criatura- consideró el padre Hernández después de conocerlo y así me lo dijera; por lo cual, sin entender lo de catadura, porque uno no lo sabe todo, tuve que ir donde el sabio de los sinónimos y antónimos a consultarle.
-Hijo, escuche. Catadura- me contestó- , de oscuro y enredado origen musulmán, palabra grave a la que no se le marca el acento porque termina en vocal; formada por cuatro consonantes ( c, t, d, r) y tres aes intermedias; categoría gramatical sustantivo equivalente a semblante y, entre nosotros, jeta.
Rematando todo el erudito consultado con un: -¿Comprendió?
Toca informar a los lectores que el hombre feo de Peoresná, en realidad, y así ocurre, no sabía que era feo hasta la ocasión en que, por ahí, como a los 17, por vez primera, se miró detenidamente en el espejo del baño de su casa comprendiendo entonces por qué en la calle las gentes le miraban como cosa rara, extraña, excéntrica y extravagante, términos correctos que me insinuara el sabio de los sinónimos y antónimos tuviera en cuenta a la hora de escribir sobre este.
…Y del baño referido, asustado consigo mismo, el hombre feo de Peoresná, para sí ,salió diciendo:
-Con razón espanto y salen huyendo al verme…!Qué feo soy!
Algo dudoso, dubitativo y perplejo, el hombre feo de Peoresná, por segunda vez se miró de cuerpo entero en el espejo biselado que adornaba la sala de su domicilio y la lámina de vidrio y azogue, colgada de la pared, “de frente mar”, sin decírselo, pero diciéndoselo, se lo reconfirmó. El tipo era feo y, además, difícil pasar.
Hondamente preocupado, el hombre feo de Peoresna, buscando la forma de atenuar su fealdad, pasaba horas y horas frente al espejo intentando en lo posible no parecer tan desagradable y, en tal caso, adoptaba distintos peinados y poses, intentaba también mejores gestos pero, qué va, sus músculos tensos, luego de unos segundos, volvían a formarle la cara de siempre, la natural y vergonzosamente deforme con la cual nació.
Uno miraba al hombre feo de Peoresná y no sabía a ciencia cierta dónde radicaba su fealdad: quizá en lo grueso de sus cejas, en sus orejas de hongo, en su nariz de pico de pato, en la mezquindad de su mirada, en su quijada protuberante, en su frente despoblada, en su boca leve como una raya…Y, la verdad, era más fácil hacerle una careta que en parte limitara la impresión de horror que daba.
Corregirlo, era imposible. Corregirlo era perder el tiempo. Por lo cual caminaba con la cabeza gacha a fin de no mostrar un rostro de exagerados pómulos en los que se perdían unos pequeños ojos como de murciélago sim murciélaga.
Y la cosa fue más grave aún cuando al desarrollarse por completo, al hombre feo de Peorená, se le alargó la cabeza, se le alargaron las orejas y ya se parecía más a un elefante que a un quiróptero volador sin alas. Especie rara indefinida… Ni modos, Peoresná tuvo que acostumbrase así, en su paisaje cotidiano, al sobresalto de encontrarse con este engendro al doblar una esquina.
Llegaron un vez a Peoresná unos empresarios del cine norteamericano y enterados de que allí vivía el hombre feo de Peoresná, para una escena de un minuto, por dos dólares lo contrataron para una película de terror con la ventaja de que para nada tenían que modificarlo ni corregirle y, dicho y hecho… se lo llevaron de sus dominios.
Los empresarios citados, ya en Hollywood, llevaban más de media película grabada y requerían que al final de esta, según la trama, con la mayor expresividad, del caso, con la mayor vehemencia posible capaz de manifestar terror, pánico, pavor y espanto, hacen que saliendo de las sombras, el monstruo más real posible, corporalmente idéntico al hombre feo de Peoresná, provoque en Rita Howard, al verlo con “los ojos despepitados, el más grande y profundo grito de miedo dado en el mundo hasta hoy, lo que en efecto así sucedió cayendo la famosa actriz desmayada y desfallecida en el piso.
Más real, verídico y autentico no pudo ser aquello. Al tiempos de un exclamado…!Corteeen! Dicho entre aplausos.
Minutos después, vuelta en sí la protagonista a punta de pañuelos bañados en alcohol a la nariz, entre ella y el hombre feo de Peoresná, tiene ocurrencia, en perfecto español de pueblo, este corto dialogo fuera de cámaras y del libreto:
-No jodaaaa qué susto me diste. Pero déjame preguntarte, y dime una cosa sin que nunca más se vuelva a hablar sobre este asunto:
¿tú tienes una careta puesta ?
El hombre feo de Peoresná miro extrañado a la rutilante estrella del cine y le contestó:
-Qué carreta ni qué na…No ve que nací con ella.
-En verdad que eres bien feo, ni siquiera feo…feísimo en superlativo y con “f” de feo- agregó la famosa actriz.
Y ante esto, el hombre feo de Peoresná, dándose sus ínfulas, volvió a decirle:
-Yo soy feo, pero cuando me arreglo…!Ay papá! Soy un feo arreglado.