-Molino de papel- Era época de exámenes finales

Walter Pimienta.

Escribe; Walter Pimienta J.

PEPINO Y LA BATALLA DE BOYACÁ
El que sabe, sabe y el que no sabe, no sabe (Pedro Grullo o “Perogrullo”

Soy Andrés María Ocampo Gómez y Vergara-Ruíz ; de los Gómez Ocampo de Sevilla, Magdalena. Y Vergara Ruíz, de los de Tenerife, nieto paterno del viejo Tiburcio Ocampo y Astolfa Gómez. Y de Braulio Vergara y Paula Andrea Ruíz, por línea materna. Para su información, hecho cristiano en la iglesia de San Juan Bautista de Ciénaga, por la voluntad de mis padres y padrinos: Ítalo Barletta y Rosina Cozzarelli. Allí me bautizó el Padre español Canuto Román, oriundo de la provincia de Aragón, personas todas estas quienes puestas de acuerdo, con la mejor y más sana intención, consentimiento y conformidad, en cumplimiento del primer sacramento de la Santa Madre Iglesia Católica, a si dieron en llamarme.
Pero no es de mí, señoras y señores, de quien quiero hablarles, que ya tendré quien bien o mal lo haga y a mi muerte llore sobre mi humilde sepultura, dos o tres lágrima ojalá sinceras…Y sin más retórica o paja verbal, les hablaré de Pepino de la Malaparte Pérez y González.
Aquí va.
Pepino fue compañero mío en la escuela, cuando en el pueblo hacíamos el tercero de primaria, en tiempos del profesor Alcalá. Tendríamos nueve años y la cara cubierta con la nata amarilla que deja el mango de hilacha maduro en mayo, y ya habíamos mudado los incisivos laterales.
Yo no sé si Pepino era inteligente o un constante mamador de gallo que poco estudiaba, pero eso sí, dueño de unos discursos trascendentales que en su voz temblorosa, resultaban persuasivos y rayanos al bode del llanto, amén de conocer secretos y palabras que sólo sabían las personas mayores…Y oírlo decir cosas, dada su capacidad en el uso de su lexico de diccionario, resultaba toda una admirable ponencia a prueba de su elocuencia poética y grandilocuente…Narrando “hechos” que no parecían ser ciertos pero en los que tocaba creer en la medida en que refería con sentimiento, lo que refería.
Era época de examines finales orales, presentados por materias, en un solo día, con la asistencia evaluatoria del profesor del curso lista en mano; del alcalde del pueblo, el juez, el cura párroco y tres miembros de la prestante sociedad, sentados a la mesa del juzgamiento que por mantel tenía la bandera de Colombia, un florero con trinitarias y una serie de frascos bocones con los rótulos de cada área llenos de papeletas con las preguntas en suerte. Y con la presencia masiva, en los ventanales de la escuela, atiborrados por la terebrante, aprensiva, burlona, irónica y sarcástica asistencia masiva de medio pueblo en las horas de la mañana y del otro medio restante en horas de la tarde.
…Y, lo dicho, no pasaría la tarde de aquel memorable día sin una de Pepino quien, en el examen de Historia Patria y Cívica, así llamdo al frente por el profesor Alcala: Pérez y González Pepino de la Malaparte, en la gracia de su alcance, sale expectante en tanto el profesor, revolviendo las papeletas, saca una, la abre y, en medio del silencio de todos, esto lee.
-Debe, decir el estudiante lo que sepa a cerca de la Batalla de Boyacá.
Y es entonces cuando en la compungida , atribulada, dolorosa, afligida, apesadumbrada, pesarosa y triste voz de Pepino, la realidad supera a la ficción cuando este, contrito rostro, con dejo lamentoso y afligida el alma, al expectante jurado y al mórbido público, dice:
-No puedo, profesor, eso es un cuadro horripilante, profesor, y la sangre me da miedo, profesor. Aquello es aterrador, terrorífico, horrendo, espantoso, feo, espeluznante, pavoroso, tremebundo, tétrico, sombrío, infando, (ni el profesor ni los del jur4ado habían olido en la vida esta última palabra), terrorísimo, profesor. Hórrido, y execrable, profesor….No puedo, profesor, eso es un cuadro horripilante y la sangre me da miedo, profesor…Eso era una cabeza por allá aun chorreando sangre, Un brazo por acá desmembrado. Una pierna despedazada. Una mano más allá. Un dedo todavía vivo y saltando en el suelo. Un ojo afuera de su órbita, Ninguna voz humana, profesor, puede decirlo sin estremecimiento, profesor: Una mandíbula con sus dientes partidos y desprendida de la quijada . Un soldado con un machetazo que le abrió en dos la cara. Orejas esparcidas. Por otro lado, un pedazo de pie metido dentro de una bota. Tripas y sesos exhibidos…Toda la naturaleza cubierta de duelo. No puedo profesor, eso es un cuadro horripilante profesor, y sangre me da miedo, profesor.
El cura que actuaba de jurado, de mirada exorbitada y cara congestionada por lo que oía, quiso gritar: ¡Basta ya. Deténgalo! Pero se contuvo.
Pepino, hizo una pausa para tomar aire y continuar, momento que aprovechó el profesor para decirle:
-Pepino, hablas y narras con tanta propiedad los hechos como si hubieses estado en aquel campo de batalla.
A lo que el aludido estudiante respondió.
-No, profesor, no estuve porque ese es un cuadro horripilante y la sangre me da miedo.
Y sin dejarlo seguir, fue el alcalde quien, socarrón se le adelantó y le preguntó
-Aja, Pepino, ¿y como termino aquello?
En atención a lo cual, Pepino, haciendo caso, pues se trata de la primera autoridad de Sabanalarga, contestó: Pues, señor alcalde, después de pensarlo mucho y sabiamente, con sensates y prudencia, y sin buscar más peleas con nadie, Bolívar se fue solito para Santa Marta donde murió preocupado y arrugaito.
…Y hubo risas y aplausos. No sé si a Pepino, lo rajaron o le aceptaron la respuesta.