La región, asfixiada por el narcotráfico y la guerra entre actores armados, ve cómo las promesas gubernamentales se diluyen frente al control de grupos ilegales.
En el Catatumbo, ubicado al noreste de Colombia, el panorama es desolador: un territorio marcado por décadas de violencia, narcotráfico y la ausencia estatal. Aquí, el control no está en manos del gobierno, sino de actores armados como el ELN, disidencias de las FARC y carteles internacionales como el venezolano Cartel de los Soles y organizaciones mexicanas. Este entramado criminal ha desatado un conflicto sin fin, dejando un saldo de más de 100 muertos, heridos y un éxodo masivo de habitantes hacia ciudades como Ocaña y Cúcuta.
El presidente Gustavo Petro ha visitado la región en dos ocasiones, prometiendo iniciativas como la creación de una universidad y programas de sustitución de cultivos. Sin embargo, la realidad en el terreno desborda cualquier esfuerzo gubernamental. A pesar de la constitución, el 18 de noviembre de 2024, de la Zona de Reserva Campesina (ZRC) “Paz y Unión Campesina del Catatumbo”, que abarca 81.400 hectáreas y beneficia a 7.900 habitantes, estas acciones son insuficientes ante el avance de los grupos armados.
La lucha por el control de recursos como la cocaína, el petróleo, el carbón, el uranio y el oro ha perpetuado la violencia en la región. Guerrillas, carteles y antiguos paramilitares han convertido al Catatumbo en un epicentro de muerte, desplazamientos y violaciones a los derechos humanos. Ni siquiera los esfuerzos por establecer zonas de reserva campesina han logrado contrarrestar el dominio del narcotráfico.
Además, el Catatumbo tiene una historia teñida de sangre que se remonta a la violencia bipartidista de mediados del siglo XX. Las masacres, desapariciones y desplazamientos han sido una constante. En la década de los 90, el surgimiento del Bloque Catatumbo de las AUC marcó un nuevo capítulo de terror, con masacres como la de La Gabarra, donde decenas de civiles fueron asesinados con la complicidad de fuerzas estatales.
Hoy, la región sigue siendo un espejo de la incapacidad estatal. Las promesas de desarrollo, seguridad y reconciliación chocan contra la realidad de un territorio donde «el plomo es el pan de cada día». Como expresó el obispo de Ocaña en un comunicado reciente: “El Catatumbo es un territorio sin esperanza”.
Cabe mencionar que El Catatumbo se ha convertido en un símbolo del abandono estatal en Colombia. La violencia, perpetuada por actores armados, y la indiferencia gubernamental han dejado a la población atrapada en un ciclo interminable de conflicto y miseria. Mientras no haya una intervención decidida y efectiva del Estado, el futuro de esta región seguirá siendo tan incierto como su presente.
Y.A.