De cómo ganar amigos y ser famoso

Víctor Hugo Marenco Boekhoudt.

Por: Víctor Hugo Marenco Boekhoudt

Pasado algo de tiempo en toda su brevedad, pudimos remojarnos entre las divagaciones del pasado y los compromisos del futuro. Existen varias frases anquilosadas dentro del diario vivencial en Barranquilla. Cuando esta brisa alisia retumba en los ángulos de la estructura donde pernocto, zumbando y arrancando a pedacitos el carbono yerto deveniente de otras galaxias, ese presagio que rememoraré, retumba en mis adentros: “no hay gloria que jamás exista en esta cuidad, ni prestigio que la sostenga”. No la den por cierta pero si muy extendida… A la larga, ella hace parte de nuestro diario vivir y como todo cambia, parece ser que ella misma muta. Lo malo es que si antes se sostenía en el “perrateo” (así le llamamos al bullying burlón e insultador por aquí), ahora ha trastocado en el autoinsulto. Claro, no es de esperar que en ese ámbito grotesco ayuden las redes, los alarmistas influenciadores con damas de bustos everésticos y vulvas de más de 30 libras de peso.

Es decir, el presagio de ridiculizar al otro se ha tornado en un dilema familiar. Ya hay hasta cercanos que se oponen a una tonada porque el “vibrato” los exaspera (sin saber, ni tener idea que eso es…)

Una pobre vendedora de fritos fue victimizada por unos concejales de la ciudad, por la procuradora regional, por el alcalde de turno por puerca, por sucia, por cochina, sin jamás estos seres y sus acólitos, tener la suficiencia y la capacidad de verse en el espejo. Vaya contrariedad: la vendedora de fritos fue sellada en su vitrina y los roedores de dos patas y dos manos, expósitos y orondos siguen en su devenir y levedad política. Nadie los toca, los diarios los ensalzan, la turbia maroca los insufla con aplausos, besos y algarabías.

Los reyes magos se fueron ayer de por aquí y pobre Baltasar, entre dientes y labios apretados me dijo, “con este pueblo no se puede, me agarraban las nalgas, me tumabaron el turbante, lo usaron como mantel de mesa y a mi camella, la estaban jalando para el monte de al lado, para hacer con ella algo libidinoso, pobrecita ella, menos mal que éramos tres, ¡no vuelvo más!” se quejó orondo…

Pobre Juan Gossaín, ahora el atrevido peca de consejero delineante y trazador de estímulos. Endilga preceptos, letanías y trípticos con esa barba de educador andante, calva pecosa y alma de vallenatero desafinado. Le remozan sus pasos al lado del señor Ardila, sus rabietas en El Heraldo y ahora es el adusto poseedor de la única piedra filosofal. ¿Qué queremos ser si ya lo somos?. ¿Y la ancestralidad y el sarcasmo?. ¿Dónde queda eso si es que acaso nosotros, entre nosotros mismos, nos logramos entender?. Toda la alegría la quieren vifurcar con la herencia adusta del pananfricanismo, o aquellas devenientes de las máscaras de venecia. Se olvidan que por acá hace miles de años inventaron las flautas (no una sino dos: hembra y macho), había un panderetón mensajero que retumbaba las lejanías, de pronto entre maizales y arvejas, aparecía un indio con aretes de oro, cabezal de oro, anillos de plata con esmeralda, collares áuricos, pecheras doradas, tobilleras engastadas con cuarzos y toda esa adornalidad, que refulgía ante el impacto del sol, bailando la génesis de lo que es hoy el bullerenge, daba tumbos de un lado al otro, se sollaba… Ahora mis amistades heresiárquicas, apuntan orondas al más allá mientras les muestro “el más acá…” sin desplantes. Recuerdos a algunas parejas que se agraciaban con mi guitarra y pedían una canción mientras se abrazaban. Eran la mujeres las de las iniciativas mientras el hombre se desfachaba en la sospecha. Por eso tengo más amigas mujeres por aquí (recuerden a las “amigas” hombres de pantalón largo) y de ahí que con ellas se refrende la verdad, la estancia con una Sierra Nevada de Santa Marta que despunta en el horizonte, la esencia del asunto y nada más…