Por GREGORIO TORREGROSA
Si algunas personas, entre muchas otras tercas, como Donald Trump (el carismático y nuevamente presidente de los Estados Unidos), mantienen su actitud negacionista sobre el cambio climático, es hora de poner la mirada en las irrefutables señales de cambios, algunos muy perceptibles, aunque otros no tanto, sobre los cuales quiero llamar la atención de mis lectores.
Por ejemplo, en Barranquilla, en este diciembre 2024, el clima mantuvo un comportamiento bastante extraño, atendiendo a cómo ha sido el mismo históricamente, lo cual atentó contra el ambiente festivo y vacacional. Comenzando porque gran parte del tiempo el cielo lució encapotado, cubierto de nubes tormentosas que en algunos días desencadenaron lluvias, algo atípico para los diciembres barranquilleros, que siempre se han caracterizado por la brillantez de su sol en medio del intenso azul del cielo.
Un sol que quema con especial placidez hasta vencer los límites de resistencia promedio, antes de desembocar en el fastidio del bochorno, pero, acto seguido, llega al rescate por tradición atmosférica, una fuerte brisa en compases rítmicos de ráfagas de viento, la cual nos brinda el adecuado contrapeso, haciéndonos sentir como si durante todos los días de diciembre estuviéramos, sin proponérnoslo, en un interminable día playero, o como dicen algunos más osados, que en diciembre todos los días parecen sábado.
Pero este mes que terminó no fue así, por el contrario, los alocados ciclos de lluvias nos trajeron unos días 24 y 31 de diciembre envueltos en un nostálgico gris, cuyo encanto, solo tiene la pericia de encontrárselo la gente de cultura paramuna, pues a nosotros, los costeños, ese ambiente enrarecido de amenaza de lluvia en diciembre nos “enfría la pajarilla” -perdón por intentar rescatar un expresión coloquial nuestra ya caída en desuso-, sobre todo, cuando la amenaza termina cumplida, desparramando lluvias con todos los efectos colaterales que eso implica en una ciudad como la nuestra.
El tema de las lluvias o las sequías en tiempos dislocados, que no corresponde a lo que históricamente el planeta registra para cada una de determinadas regiones, es, tal vez, una de las señales más perceptibles del cambio climático, con sus variables más graves, como son los derrumbes e inundaciones, pérdidas de cosechas, caídas de puentes, avalanchas y tsunamis.
Pero existen otros cambios menos perceptibles que, tal vez, de manera injusta y calumniosa estoy achacando al cambio climático, sin que el pobre tenga velas en ese entierro, me refiero, de manera específica, a la desganada actitud de los felinos domésticos, más conocidos como los famosos mininos o gatos, los cuales, sin saber las razones que lo motiva, han perdido todo el gusto por lo que en el pasado reciente resultaba ser su comida favorita, es decir, los ratones.
En materia de alimentación, se ha considerado, por antonomasia, que los ratones constituyen la comida preferida del gato, pero eso era posible afirmarlo en los tiempos de antes, y mucho antes, de los ya conocidos cambios climáticos, hoy, por el contrario, esa afirmación dejó de ser axiomática para convertirse en un tema que deberían tratar los expertos. La asociación de los conceptos ratón al gato, como alimento, ha dado origen a expresiones del gracejo y la sabiduría popular, con su respectiva moraleja, tales como: “cuando los gatos no están, los ratones hacen fiesta”. O a algo más políticamente trascendental, como la famosa frase de Deng Xiaoping, líder chino y padre del gran salto del desarrollo industrial de la China moderna, cuando alguna vez afirmó: “no importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones”, con lo que quiso expresar una crítica velada a las políticas económicas centralistas de Mao Zedong, y apostarle más a la libertad del poder del mercado y la inversión extranjera con tal de obtener resultados. Pero, más allá de lo que quiso decir Deng Xiaoping, nos ocuparemos del tema de los ratones, en el sentido de que el imaginario popular, sin importar los niveles académicos ni las interpretaciones, lo único cierto es que los ratones han dejado de ser la comida favorita de los gatos, sin que hasta ahora nadie se haya preocupado por brindar una satisfactoria explicación y, lo peor, es que todavía dicho asunto no ha trascendido para ser tenido en cuenta como tema de estudio de alguna mutación de la especie de los Fellidae (gatos), o es, sencillamente, un efecto colateral de la tendencia actual de los Homo sapiens modernos a humanizar a sus mascotas.
Sin duda alguna, en los actuales tiempos, y si Deng Xiaoping existiera, su frase carecería de contexto, porque hoy no resulta ser del todo cierto que los gatos tengan como principal menú de su alimentación cazar ratones, tanto es así que, sin exageración alguna, en más de una ocasión he visto ratones ahuyentar gatos, con sobrado estilo, y en el peor de los casos, muchas veces parece que hubieren pactado términos para una convivencia pacífica, en donde ninguno de los dos invade su respectivo territorio.
Por lo que ahora es preciso adiestrar a los felinos caseros para que se interesen por los ratones, algo que antes venía de manera innata en el componente genético de cada gato. Pero el caso del relacionamiento con los ratones no es el único extraño o novedoso comportamiento de determinadas especies de animales en materia de cambios, pues en el campo rural se tiene noticias de las gallinas que, aunque siguen poniendo huevos, han mostrado un total desinterés por practicar sus acciones de vuelo, algo que le valió una particular denominación como el de aves de corto vuelo, ya que acontece que las gallinas de ahora ni siquiera intentan volar, pero ese será, seguramente, tema para otra columna decembrina. Feliz año nuevo.