El amor y la esperanza siempre van de la mano junto a la fe. Por eso en el Himno a la caridad (el amor) San Pablo nos muestra que “el amor cree sin límites y espera sin límites” (1Cor 13, 7).
Una fe viva, un amor sin límites y una esperanza firme son el incienso, el oro y la mirra, ofrendas a Dios, que nos dan ánimo para vivir y coraje para no decaer.
Es gracias al amor que soñamos con altos ideales y es gracias a la esperanza que los alcanzamos.
El amor y la esperanza son las alas que nos elevan a la grandeza, a pesar de los obstáculos y los sinsabores.
Si amamos a Dios, nos amamos a nosotros mismos y amamos a los demás. Así podemos lograr lo que sugiere San Pedro en su primera carta: “Estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza. Con dulzura, respeto y con una buena conciencia” (1 Pe 3, 15-16).
Si encendemos la llama de la esperanza y el fuego del amor, su luz radiante brillará durante el nuevo año, aún cuando se hayan apagado las luces de la Navidad.