Fabito por Dios

Por: William Vianney Solano

En el ejercicio periodístico independiente, no es solo nuestra labor, sino nuestra responsabilidad, arrojar luz sobre las oscuridades que otros prefieren mantener ocultas. Como periodista, docente y bibliófilo comprometido, encuentro en el libro «Un narco se confiesa y acusa» un testimonio que, aunque contaminado por la propaganda de sus autores, ofrece una ventana inquietante hacia las entrañas del narcotráfico y sus vínculos con el poder en Colombia.

Publicada en 1989 bajo el anonimato, esta obra plantea preguntas fundamentales sobre la hipocresía de las élites sociales, la responsabilidad compartida en el auge del narcotráfico y el impacto sistémico de este flagelo en nuestra historia. Desde las confesiones de Fabio Ochoa, “Los Extraditables” no solo buscan justificar sus crímenes, sino también evidenciar los silencios cómplices de una sociedad que se benefició, directa o indirectamente, de la economía ilegal.

Ochoa desentraña la relación entre los capos y los poderosos, señalando la doble moral con la que éstos aceptaban su dinero mientras repudiaban su presencia. Esta dicotomía no es un reflejo de un pasado remoto, sino un espejo de las estructuras que aún perpetúan inequidades y exclusiones en nuestra sociedad. Como docente, me preocupa que esta historia se convierta en solo una anécdota más en los libros de texto, cuando debería ser un llamado urgente para formar ciudadanos críticos que cuestionen la herencia de impunidad y desigualdad.

El libro también aborda el origen del paramilitarismo, conectándolo al narcotráfico como una respuesta armada contra la guerrilla en regiones donde el Estado falló en su presencia. Aquí se traza una línea directa entre el abandono estatal y el surgimiento de formas de violencia privatizada, financiadas con dineros calientes. Estos relatos nos desafían a reflexionar sobre la fragilidad de nuestras instituciones y la responsabilidad colectiva en la construcción de un Estado que garantice justicia social.

Como amante de los libros, reconozco en esta obra no solo un documento histórico, sino una pieza literaria que, por su contexto y contenido, se convierte en testimonio de un tiempo de terror y paradojas. Nos interpela como lectores y como ciudadanos, exigiéndonos un ejercicio de memoria activa frente a una historia que aún define las bases de nuestra realidad.

Hoy, Fabio Ochoa, con 67 años y tras cumplir su condena en Estados Unidos, regresa a Colombia. Su retorno nos recuerda que las cicatrices del narcotráfico no han sanado y que el pasado siempre encuentra formas de regresar para confrontarnos con las preguntas que evitamos. Como periodista, no basta con narrar los hechos; es nuestro deber desafiar las narrativas cómodas y exponer las verdades que nos definen como sociedad. Este libro, aunque escrito desde la perspectiva de quienes causaron tanto daño, nos obliga a no olvidar y a insistir en la búsqueda de una justicia que trascienda la palabra impresa.