Por: Aroldo Pizarro López
En la ocasional oportunidad que tuve de asistir a un matrimonio civil, fui sorprendido por el mensaje del notario a los novios con las naturales advertencias de lo que representa la sociedad conyugal que se formaba con apego a las leyes colombianas. Hizo énfasis en el diálogo como instrumento indispensable para superar las diferencias que van apareciendo en el cumplimiento del contrato indefinido de tractos sucesivo que como toda relación contractual y, mucho más está que tiene que ver con la familia como la base fundamental de una sociedad civilizada, su cumplimiento no deja de presentar distancias en tratándose de dos personas que se comprometen a permanecer unidos para toda la vida sin ofender la moral y las buenas costumbres, así como hacer de la procreación su más loable propósito atendiendo el mensaje divino y humano por la perpetuidad de la humanidad.
En este trance de la ceremonia, surge entonces el motivo del presente comentario cuando el notario hace énfasis en la prioridad con que se deben formar los hijos por encima de cualquier otra atención, para que la sociedad que los recibe permanezca en los valores que empujen su progreso en el marco de los avances científicos y tecnológicos. Sigue exponiendo el delegatario de la fe pública al dirigirse a los noveles esposos que ojalá no sean presa de la cada vez más generalizada tendencia, de entregarle todo sus afectos, consideración y preferencias a los animales hasta reemplazar el amor y fino trato que se le debe a un niño por uno igual o más acentuado al que se brinda a un perro o gato. Enseguida anota que no está en contra de los animales, pero en reciente oportunidad y mientras oficiaba otro matrimonio, al solicitar los anillos, los novios llamaron a Nerón, un perro Pit Bull que los traía colgados del cuello. La sorpresa del notario fue tan notoria que estuvo a punto de suspender la ceremonia por tan particular y exótica forma de ofrecer los anillos, priorizando a un perro ante la tradicional costumbre de entregarlos un niño o niña.
También ha observado, sigue diciendo el oficiante, que las parejas jóvenes ya no quieren tener hijos, sino una mascota animal que recibe todos los cuidados a sus exigencias psicológicas, físicas, educativas, de salud y tantos afectos como pueda entregar un humano, como si se los brindara a un hijo.
Cuando yo creía que el expositor concluiría el acto ceremonial con la firma del contrato matrimonial y su correspondiente autorización, la emprende contra todos los cultos religiosos que también bajo sus ritos, ofician matrimonios, sin que le asista competencia para ello, ya que el verdadero es el civil como único, afirmaba el notario, permitido por La Constitución, leyes y ratificado por la jurisprudencia de las altas Cortes y los tratados internacionales. Concluye la tropical ceremonia matrimonial con la sacramental fórmula de declarar a los novios marido y mujer para emprender un viaje no excepto de obstáculos con la tendencia hoy de cultivar más la relación con un perro que con un hijo concebido por la pareja para seguir existiendo como humanidad.