Se trata de una cualidad sin la cual el amor no puede subsistir, ya que no hay amor donde hay mentira. Amar es andar en la verdad, sin máscaras, sin el peso asfixiante de la hipocresía y con la fuerza de la integridad.
Sólo en la verdad somos libres como lo dijo Jesucristo (ver: Jn 8, 32). Sólo sobre la roca firme de la verdad puede sostenerse una relación en medio de la crisis y los problemas.
Con la sinceridad nos ganamos la confianza de los demás y con la confianza contribuimos al entendimiento y la unidad entre todos.
El amor es incompatible con el egoísmo y la soberbia. El corazón soberbio rechaza el amor y se aferra a ‘su verdad’, que está lejos de la ‘Verdad’.
Si la Navidad nos acerca a la verdad es una ‘buena Navidad’: una fiesta en la que acogemos a Jesús como luz verdadera que viene a este mundo (ver Jn 1, 9). Jesús es la Luz verdadera que nos aleja de las tinieblas y nos mueve a aceptar a Dios como “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6-14). Pidámosle al Señor que nuestro amor esté siempre iluminado por la verdad, de modo que produzca confianza entre quienes nos rodean.