Por: Walter Pimienta
Una mancha en tu camisa es otra forma de opinión.
Llegué a mi casa con una mancha de tinta negra en el bolsillo de la blanca camisa de mi uniforme escolar. Mi mamá, luego del regaño que me diera, hizo todo lo posible e imposible por barrarla. La metió en agua con “ varechina” y agregó vinagre, adicionó unas gotas de amoniaco y la dejó sumergida en el “detergente Top”… Y ocurrió entonces que, al secarse, la mancha ya no era negra sino gris con bordes amarillos.
Cuando me la ponía (la camisa, desde luego), para ir a la escuela ( yo hacía en tercero de primaria), aunque la mancha estaba en el bolsillo derecho donde guardaba siempre el bolígrafo, la sentía del lado izquierdo; en mi corazón. Esta ( la mancha, ciertamente), nunca fue ajena ni a mis compañeros ni a otras personas que, al verla, primero la miraban a ella, y luego a mí diciéndome con constante mortificación: -“Hey, se e te manchó la camisa”.
…Sentía en mis huesos, al ponerme la camisa manchada a la hora de irme al colegio, la humedad que esta todavía guardaba desde el día que mi mamá intentó sacarla. Le terminaron doliendo las manos.
Las manchas no son recuerdos. Los recuerdos no son manchas…No se las traga nada. Quedan leves.
Me dolía el estado de mi camisa.
Alguien me dijo: -“Tápate la mancha con el escudo de la escuela”- ; pero la escuela no tenía escudo. Más que en mi camisa, aquella mancha la llevaba incrustada en mi carne y me e despojaba de la alegría conque mi madre me la había comprado en el “Almacén La Elegancia”, calle 38 con carrera 41, pleno centro comercial de Barranquilla.
A veces, me sentía como si hubiese ido sin camisa a la escuela, y aunque me hacía a la idea de que la mancha ya no estaba, bajaba la vista y ahí seguía sujeta a mí en la rabia de los constantes: “Hey, se te manchó la camisa”…Una deshonra que me siguió por 11 meses hasta que, para el otro año escolar, quizás me compraban otra…
Yo sentía que los rostros en las calles, ya yendo o viniendo de la escuela, me decían :-“Hey, se te manchó la camisa”-… y aquello era como la cicatriz de un hierro candente…Esta no se desvanecía ni se iba de la vista de nadie de una buena vez y para siempre ni de inmediato en la gritería de mis recreos escolares esperando que mis compañeros me dijeran: -“Hey, se te quitó la mancha”….pero allí estaba ella, en mis sueños y en mi rabia…
La profesora (la seño Conchita), condescendiente, me dio la libertad de que dicha mancha en la camisa blanca de mi uniforme escolar, me perteneciera sirviendo de ejemplo para que mis compañeros cuidaran de que no les pasara lo mismo…, y entonces pensé que mi mancha servía para algo…
La mancha de mi camisa blanca de uniforme escolar, tenía la forma de pájaro prehistórico en vuelo. Allí, en mi bolsillo estaba a toda hora. Vuela sin alas, decía a quienes me molestaban . Y no canta, les agregaba.
El olvido no duele. El recuerdo sí.
Quería que aquel pájaro que era la mancha de mi tragedia escolar, un día escapara de mi camisa sin dejar huella, que me abandonara.
Mi madre lavaba mi camisa en el remolino chupa manchas de “Top”, el detergente, la exprimía, la sacudía y la tendía al sol en el patio y los bosques cercanos al pueblo no conocieron nunca la mancha de pájaro de mi camisa escolar volando de la aldea.
Terminado el año escolar y ganado este con cinco aclamado en todo para ascender al cuarto, mi madre (como que ya lo había pensado), ni corta ni perezosa, tomó como útil trapo de cocina mi estropeada camisa blanca de uniforme escolar de y ¡Oh! Una tarde (tenía que haber una tarde, siempre hay una tarde), al descuido de ella, al soplo avivante de una brisa de diciembre, al bajar una olla de sopa de costillas, las llamas le prendieron fuego ( a mi madre no, a la camisa; como se te ocurre, tonto). Aquello fue verdaderamente impresionante, deslumbrante. Ella, con fuerza y desespero, intuyendo el peligro y la posibilidad de un incendio, rápido la tiró al patio y, ante mi mirada de asombro, perplejo vi que de la columna de humo y de las cenizas, salía un pájaro gris volando buscando el cielo. …Y menos mal que a este (al pájaro, el mismo de antes y ya referido a lo largo de esta historia, ), según investigué después, hijo de Bennu, una garza africana relacionada con el dios del sol, Ra (dice la mitología egipcia), de nuevo comprada mi pulcra camisa blanca de uniforme escolar en el “Almacén La Elegancia” de la calle 38 con la carrera 41, pleno centro comercial de Barranquilla, al siguiente año, ahora yo haciendo el cuarto año de primaria, salido o derramado el mismo de la fuente inagotable del infaltable bolígrafo “BIC” que usaba en el bolsillo derecho de a mi camisa blanca de uniforme escolar, a este no se le dio por volver en forma de Ave Fénix.