Por: Rafael Martinez, Gobernador del Magdalena
En diciembre de 1928, Colombia fue escenario de uno de los episodios más trágicos de su historia laboral: la Masacre de las Bananeras.
Decenas, posiblemente cientos de trabajadores, fueron asesinados mientras exigían condiciones dignas y un trato justo en las plantaciones controladas por una empresa extranjera. Este acto de brutalidad dejó una herida profunda en la memoria colectiva, pero también un legado de resistencia que sigue vigente.
La valentía de esos obreros, quienes desafiaron la explotación laboral y las condiciones inhumanas, continúa siendo un faro para las nuevas generaciones.
Desde los territorios rurales hasta las ciudades, sus demandas de justicia laboral y respeto a los derechos humanos resuenan como una consigna atemporal.
Sin embargo, el espíritu de lucha no ha sido suficiente para erradicar las formas modernas de violencia y explotación. Décadas después de la masacre, el control esclavista de ciertos sectores empresariales evolucionó hacia alianzas con grupos paramilitares, que mediante el terror garantizaron el dominio sobre los territorios y los trabajadores.
Estas dinámicas perpetúan un modelo de opresión que recuerda los días más oscuros de la historia laboral del país.



Hoy, la Masacre de las Bananeras no solo es un símbolo de resistencia obrera, sino también un llamado a la acción para erradicar las prácticas que despojan a los trabajadores de sus derechos fundamentales.
Honrar la memoria de los caídos implica seguir luchando por condiciones laborales justas, por la dignidad y por la igualdad, sin permitir que la violencia y la explotación definan el futuro.