GABRIEL, EL
Escribir es la mejor manera de leer la vida
Sumergido entre pliegos de papel y un montón de notas subrayadas, sin organizar las páginas que formaban un grueso paquete, cotejándolas con golpes suaves sobre su mesa de trabajo y así estas emparejaran en armonía, Gabriel era el propio testimonio de su obra escrita durante 18 meses dedicando en ello, frente a su Smith-Corona modelo 1957, 6 horas diarias sin renunciar un solo día a su trabajo.
En su desordenado rincón de escritor, silencioso, Gabriel estuvo atrapado en la frontera de las cuatro paredes de su estudio con la cabeza llena de los acontecimientos del mundo ficticio que inventó en la concurrencia hechos inexistentes pero extraordinariamente reales. Y de allí, indeciso, salió dudando de si en verdad había terminado y con cara de no saber de nada. Estaba ojeroso, pálido por la falta de sol y cabellón. Tenía sueño retrasado y, por un instante, perdió la orientación estando en su misma casa.
En la ausencia de sus domesticidades, Gabriel encontró el jardín florecido en azaleas.
Era primavera.
Gabriel recordaba episodios de lo escrito y quería devolverse para agregar un capítulo más; pero consciente de su propia fuga, olvidándose de todo, guardó las hojas en una vitrina, Buscaría el sol del atardecer y el aire oloroso a pino que le rondaba. Lo acompañaban su mujer y sus hijos y, a estos, mirándolos uno por uno, les dijo:
-Acabé-.
Tomó aire y se tragó a placer el olor de la citronela conque habían limpiado el piso de madera.
En la pared del fondo, el viejo cuadro de “la Bella Durmiente”. Y, en otro, el de unos cocoteros paridos.
La luz entraba por la ventana , y en el patio, la bonita vista de una trinitaria roja en flor.
-¿Qué deseas?- preguntó su mujer.
-Café- respondió.
Se sentó en un mueble, de un canasto lateral sacó un periódico viejo. Repasó titulares y dijo:
-El mundo es tan viejo como el diablo y su tragedia de tener cachos.
Su mujer sonrió.
Recibió el café y dijo:
-¿Sería que Cassius Clay da la revancha a Floy Paterson? No me acuerdo.
De eso hablaba el viejo periódico
Gabriel había escrito una novela de 496 páginas y parecía indiferente al hecho y se le veía como si hubiese perdido el entusiasmo por lo escrito. Le parecía tan intemporal todo.
A sorbos cortos se bebió el café.
Del mismo canasto lleno de periódicos, sacó una revista de viajes y turismo. Le perturbaba el Caribe así fuese por fotografías.
Aun había horas de sol y salió a la calle. En la primera esquina saludó a un vecino. Este tenía cara de San Ignacio Loyola. Tuvo la ocurrencia de meterlo en la novela bajo el nombre de Eugenio Meléndez, vendedor de rosarios con cuentas de madera y de crucifijos de bronce, pero se le esfumó sin consecuencias. Cuatro cuadras más arriba, llegó a una heladería. Se tocó un bolsillo. Tenía $25.00,oo, se sentó en una mesa y pidió un helado de limón.
Una señora cercana lo miró y le preguntó:
-Usted es el escritor? Lo he visto en la prensa. Lo distingo por su foto.
-No, señora. Soy inglés-, pero se lo dijo en español caribeño. Y sonrió por lo d inglés.
Del bolsillo de su camisa, sacó una hoja de papel doblada. Allí tenía las ultimas anotaciones de la novela y, leyendo, comprobó que le habían quedado líneas por incluir en esta y se dijo:
-El calor del Caribe me hace olvidar cosas.
Gabriel conocía al mesero que le llevó el helado, lo miró y pensó:
- “Los seres humanos estamos condenados a ser los mismos. Nunca cambiamos de máscaras. Manuel ( así se llamaba el mesero), tiene la misma cara o máscara desde que le conozco”.
Y remató: .- “El, sol, igual que Manuel con la misma cara, sale a diario por el este”.
…Y entonces aceptó la realidad de las palabras en lo que nombran revelándose:
-“Manuel tiene cara de máscara o, la más carade Manuel, se llama Manuel”.
Salió de la heladería. Iba pensando en Manuel y se dijo:
-“Hay letras que salvan. Si a Manuel le quitan las tres primeras letras de la palabra máscara, porque su cara se parece a una máscara, sería cara y, por tener cara, como todo humano, respondería al llamado de Manuel y no de máscara…Definitivo, los nombres echan raíces en uno”.
Y dejó de ser memorable con el mismo asunto. - Gabriel no mostró a nadie el mamotreto. Le haría ajustes. Se rascó la cabeza y discurrió en dejar mejor todo así al razonar en esto:
-No joda, hay errores memorables. Por algo Cervantes no dijo el nombre del lugar de La Mancha del que no quiso acordarse. Nadie dice que los perros son memorables porque al encontrarse se huelan el culo sino porque son el mejor amigo del hombre sin que caigamos en la cuenta de que esto es para ellos una forma de reconocerse y una necesidad de no olvidar el olor de la mierda a la que le rinden culto y devoción”. - Entró la noche. Gabriel cruzó un puente. En su casa había dejado la ausencia de su nombre. Ahora, no estaba él y aquella era su casa con su mujer y sus hijos, pero sin Gabriel. Y su cama, su mesa y sus sillas del comedor pero sin Gabriel…Y estaba la cocina con las ollas y platos pero sin Gabriel. Y allí el olor a espinaca, ajo, cebolla y guiso de la cocina de la casa de Gabriel pero sin Gabriel… y no estaba la tibieza de su presencia sino la de su ausencia que era como estar muerto en aquella ciudad pero vivo dando una vuelta por ahí, por la manzana.
Entró a una licorería. Pidió un whisky, le sobraba con los vueltos del helado.
Apretó el vaso entre manos. Saludó a un cliente y este le dijo:
-Cuidado, Gabriel, nadie conoce la dosis de alcohol con que se emborracha.
Y Gabriel le respondió:
-Ni nadie la dosis del veneno que lo mata.
…Y pensó en escribir un artículo exaltando las virtudes del whisky.