LA OFENDICULA: EL EFECTO PETRO

Gustavo Petro, presidente de la República de Colombia.

Por GREGORIO TORREGROSA P.

Más allá de las válidas razones, que las hay de sobra, para criticar el desempeño de Gustavo Petro en la presidencia de la República, o, por el contrario, para entregarse a la defensa obsesiva en un ejercicio de exaltación enfermiza, con tintes de negación a todo lo que implique crítica, es indiscutible que la persona de Gustavo Petro Urrego encarna un fenómeno político y social: para bien o para mal, como paso a explicarlo.
Dando por aceptado, según los términos de la Real Academia, que un fenómeno es toda manifestación que se hace presente a la consciencia de un sujeto y aparece como objeto de su percepción, entonces, debemos coincidir, como buena señal de acuerdo, por lo menos en el desacuerdo entre contrarios, en que percibimos que este presidente genera amores y odios. ¿En qué proporción?, eso será tema de discusión en otro escenario. Pero como manifestación presente en la consciencia de todos los sujetos que integran la sociedad de electores en Colombia, se sabe que es la primera vez que un candidato, declarado abiertamente de izquierda, alcanza la presidencia a través del voto popular.
Eso, quiérase o no, ha sido un hecho extraordinario dentro de los 214 años de historia que acumula esta república, entre guerras civiles, democracia, estados de sitio y uno que otro golpe de Estado, con un común denominador: los distintos actores, conservadores y liberales, ancestrales contradictores entre sí, pero al unísono, feroces excluyentes de cualquier otra opción con la ayuda histórica de las fuerzas militares, de alguna manera se las han arreglado entre Valencias, Ospinas, Gómez, Pastranas, López, Santos, Samperes, Uribes y sus áulicos, y demás delfines, para rotarse la silla del poder. Pero con ocasión de Petro, o los cálculos fallaron o Duque fue muy malo, o las dos cosas a la vez. Es decir, vivimos un hecho histórico fenomenal.
En todo caso, como esta semana han decido lanzarse al charco de las precandidaturas presidenciales quienes se creen con opción en el Centro Democrático: Paloma Valencia, María Fernanda Cabal, Andrés Guerra, Paola Holguín y, desde hace ya rato, el renacuajo en formación, Miguel Uribe Turbay – nieto del expresidente Julio Cesar Turbay, muy famoso por su ineptitud para pensar -, estimo que es el momento para que todo ciudadano que encarne un verdadero perfil presidencial se atreva, sin ambages, a exponer su nombre. Eso sí, teniendo muy presente, para superar esos miedos fugaces, que de seguro tienden a acobardar a todo buen candidato en ese tipo de trances, que existe y está en plena vigencia el efecto Petro, que no es otro que una nueva realidad en Colombia, que no le pertenece a este y tampoco es de su exclusivo dominio.
Esa realidad nos indica, como un hecho cierto, que fue posible arrancar el poder de las garras, de los garfios irreductibles de sujeción, a quienes lo han venido detentando, con méritos o sin ellos, de manera directa o en cuerpo ajeno, como lo son las distintas familias de tradición clientelistas y con actitud oligárquica, por lo menos, e insaciable apetito por la riqueza, transitando por los vericuetos de la corrupción como medio para satisfacer tal ambición.
El efecto Petro se da como fenómeno social de generación espontánea por la carencia de un partido y liderazgos definidos, que pudiéramos sintetizar como la apuesta colectiva por un drástico cambio, y no debe confundirse, ni reducirse, al Petro como personaje, ese que canalizó el estallido social y la fatiga de marca de tan cuestionables personajes como Uribe y demás familias tradicionales.
Aunque al final, la apuesta por él como candidato, al ser presidente, terminó frustrándonos. Ello no quiere decir que los futuros outsiders, (los venidos de afuera, que no están en la rosca) quienes decidan atreverse a seguir sus pasos en el sentido de presentarse como opción diferente, ahora les resulte recomendable emprenderla contra Petro, dándole palo, como tampoco es correcto, al menos, intentar ser su aliado. Eso sería un error, pues estaría confundiendo el efecto Petro con el petrismo mismo, lo cual lo privaría de favorecerse de tal efecto, que como dijimos no le pertenece a Petro, y del que sólo pueden beneficiarse determinados candidatos con perfiles especiales, para quienes les resulta incompatible aspirar a un triunfo presidencial, polarizando con quien, sin proponérselo, les ha demostrado que es posible ganar desafiando las reglas de antaño.
Por el contrario, habrá otros candidatos con perfiles adecuados para el caso, a quienes sí les resulta recomendable ignorar el efecto Petro, siendo de la esencia enfrentarlo como requisito para su eventual triunfo, pues ese mismo efecto es el que los ha despojado del poder durante estos últimos años. Dentro de esa órbita están Vicky Dávila (aunque camuflada), Miguel Uribe y, en general, todo el Centro Democrático.
El efecto Petro nos enseña ver como posible algo más importante, y es el enorme respaldo popular que tiene asegurado quien, teniendo méritos suficientes, hoy se atreva, porque ya lo permiten las debilitadas fuerzas oscuras de antes, situarse en el partidor de las candidaturas presidenciales. Ese, cualquier colombiano con suficientes méritos para ello, ya ubicado en el partidor, no puede confundir al elector encantado con el efecto Petro, graduando de contradictor a su mentor subliminal, es decir al mismo Petro, quien, como concepto, al igual que Uribe, en el imaginario de mucha gente, está por debajo del umbral de la conciencia, aunque por ser en forma débil, o breve, no es percibido conscientemente, pero influye en forma determinante en la conducta, al momento de depositar el voto.
No obstante, que no se me tenga por muy soñador, bajo el entendido de creer que solo con el efecto Petro es suficiente, sobre todo, luego de sugerir, como lo hemos hecho, que no es recomendable contar con él y menos irse en su contra, ya que está muy claro, que, para quien tenga serias aspiraciones presidenciales, producto del efecto Petro, es menester que vaya pensando en quien ha de cumplir, en su equipo de campaña, el rol de Armando Benedetti, sin dejar por fuera, desde luego, a su Roy Barreras in pectore.